Primero mírate tú

Primero mírate

Primero mírate 

Uno de los principios de la famosa Disciplina Positiva -uno de tantos modelos de crianza-, es que si algo de tus hijos te molesta, primero háztelo ver tú.

Si tu hijo es muy movido, o muy emocional, o muy cobarde, o peleón, despistado, atrevido, perfeccionista, meticuloso, desastre… y eso te irrita de alguna manera, mira a ver qué tienes tú con ese tema.

Antes de intentar cambiarle, de etiquetarle y “domesticarle”, mira a ver por qué te molesta tanto. Cuáles son tus creencias con respecto a ese comportamiento.

Este principio me parece fundamental en todo tipo de relaciones, ya no sólo con los niños. Es una herramienta perfecta para delimitar “esta soy yo y este eres tú”. Y a partir de aquí vamos a ver cómo nos apañamos.

Con los hijos puede ser más fácil adaptarse, pues el amor maternal y paternal hace las cosas más suaves en la mayoría de las ocasiones. Aceptarlos tal y como son no es sencillo, eso sí, pero puede trabajarse. Además, si tienes la mente abierta, hay muchas herramientas que pueden ayudarte a centrarte en lo verdaderamente importante de la educación: los valores que les inculcas a través de tu modelo.

Con los amigos, con los hermanos y los padres, esto de aceptarles tal y como son y adaptarse a ellos, puede ser también complicado. Pero como tampoco tienes que convivir a todas horas, pues lo puedes dejar estar.

Pero ¿y con las parejas?

Supongo que la mayoría de las mujeres se casan con sus parejas -o se juntan-, por amor. Pero en ese amor también hay una ilusión en la cabeza de poder de transformación de la pareja. Un pequeño atisbo de certeza de que poco a poco “le vas a ir cambiando esas pequeñas cositas que se pueden mejorar». Como si hubiese algo erróneo que corregir, o alguna arista que limar. Que no digo que no, pero que levante la mano el que esté «libre de pecado».

Yo misma pensaba eso hasta cierto punto, así que sé de lo que hablo. Aunque confieso que los cambios que yo quería acometer eran bastante superficiales. Chapa y pintura como aquél que dice.

Hay mujeres que parece que  secretamente tramen un meticuloso plan sobre cómo ir haciendo que “su hombre” se vaya adaptando a sus ritmos lo más posible, vaya mejorándose y puliéndose para brillar. Algo muy discreto pero constante. Y los resultados no se ven inmediatamente, sino que se mostrarán en el transcurrir de los meses o años.

Otras mujeres van más de salvadoras con sus parejas desde el primer instante, pero yo me refiero a algo más común y mucho más silencioso. Algo que quizá muchas mujeres no se atrevan a reconocer.

Estas mujeres primero les dan consejos de cómo vestir y de estilismo, les animan a hacer deporte, quizá comentan algo del trabajo, de las estrategias que pueden emplear o de los skills que deberían mejorar. Y esto no es negativo. 

Dejar de vestir camisetas negras o grises y aprender a jugar con los colores y las texturas es un gran avance para muchos hombres. Cuidarse el peinado o la piel y dejarse aconsejar en determinadas materias donde las mujeres nos movemos mejor, es algo a lo que puedes sacar partido y no conlleva ningún inconveniente.

Pasan los años y puede que la pareja ya viva en la misma casa, e incluso tengan bebés. Entonces comienza el tema de cómo llevar un hogar y la crianza de los niños. Aquí es donde la cosa puede pasar de castaño a oscuro.

El hecho de tener descendencia es muy impactante, y cada uno lo vive de manera diferente. Pero para nosotras suele ser mucho más intenso, y creo que entendemos por qué.

Durante la crianza, la mayoría de las mujeres experimentan períodos de mucha sensibilidad y se muestran muy irascibles debido al extremo cansancio y los propios procesos internos que experimentamos. Ser madre es algo que no te deja indiferente. El proceso del embarazo, el parto y los primeros meses con el bebé son extenuantes y te llevan al límite físicamente. Después, enfrentarte a esa responsabilidad tan grande que es criar un hijo, supone un antes y un después en tu manera de ver la vida y de relacionarte con los demás. Un hijo no es que te cambie la vida en el sentido de que le dé media vuelta, pero cambiarte la vida te la cambia.

El caso es que si no nos damos cuenta de todo esto, comienzan los roces, las peleas y los desajustes. Mantener la armonía y la cordura en un hogar en el que uno de los miembros está crispado la mitad del tiempo, otro no para de llorar, cagar, eructar y tirarse pedos, y el tercero no sabe muy bien qué hacer, no es fácil. 

En este punto de extenuación, cansancio y cambios constantes, es cuando nosotras solemos querer controlar más la situación que hay a nuestro alrededor y esas “cuatro tonterías” que queríamos cambiar de nuestro maridito se convierten en una montaña de ropa sucia por limpiar que llega hasta el techo.

Y así pasamos de un plan de mejora a largo plazo con fases intermedias y sin deadline, a un plan de emergencia mundial para ayer.

Algunas mujeres comienzan a desesperarse porque quieren que su pareja se adapte a lo que le está pasando y quieren que lo haga ya. En esta situación cualquier salida de guion es una amenaza. Cualquier paso en falso que haga el padre es una excusa para la reprimenda y para dejar salir todo lo acumulado. Y puede haber mucho más de lo que creemos, porque ser madre puede remover, y mucho.

Ahí es cuando ya no importa tanto respetarle a él como es. Ya no nos paramos a reflexionar y a pensar en qué es lo que yo tengo que trabajar. Lo que quieren normalmente las mujeres es que los hombres no sean un escollo. Que no sean algo más con lo que lidiar. Quieren a alguien que siempre aporte, que tenga la palabra precisa, el gesto justo y la sabiduría de hacer concretamente lo que una quiere que haga en el momento en el que ella quiere que lo haga. Y eso es imposible. 

En el peor de los casos las mujeres comienzan a tener faltas de respeto con sus parejas, les tachan de inútiles, les corrigen todo lo que hacen, les tratan como niños y van mermando día a día su autoestima.

Entonces nos podemos encontrar con la dinámica de que es la madre la que está tomando todas las decisiones, sin apenas tener en cuenta la opinión del padre, o incluso habiendo metido a una tercera persona en el asunto. Nos encontramos con un hombre desplazado y anulado, o uno rencoroso y combativo, luchando por mantener su espacio en el hogar.

Y puede que esta necesidad de control venga relacionada con el instinto maternal y la necesidad de proveer un futuro seguro a nuestros hijos. Puede que venga de una parte ancestral relacionada con nuestra vida en las tribus, en la que eran las mujeres las que cuidaban de los bebés a toda hora mientras los hombres se ausentaban para cazar, y no estaban por ahí decidiendo cosas. Ellas hacían y deshacían ayudadas por otras mujeres del grupo. 

Si el padre no da la talla en ese momento, y la madre se obsesiona con ese tema, la etiqueta que se le pone al hombre le pesará durante años.

Así que en este punto muchos hombres ya se han podido convertir en títeres, desplazados completamente de su lugar en la familia. Otros habrán mostrado signos de rebeldía, protagonizando riñas en casa por temas satélite insignificantes, pero reivindicando de una manera u otra su posición, su rol de padres, su rol de hombres.

Un panorama nada alentador.

Mi experiencia personal, la pareja lo primero

Cuando mi pareja y yo íbamos a tener a nuestra primera hija, leímos mucho sobre el tema. Hubo algo que se me grabó a fuego: el padre no puede ser desplazado en ningún momento, ni es bueno para él, ni para la madre ni para los bebés. Nada de terceras opiniones o intervenciones. Las decisiones se toman entre los dos. El resto de personas fuera de ese núcleo se tienen en cuenta pero no son decisivas.

¿Qué ha implicado esto a largo plazo? poner límites para la protección de la pareja.

Tener presente que las decisiones se toman entre ambos, como seguramente se ha venido haciendo hasta el momento, aunque sea referente al cuidado de un bebé. Llegar a soluciones en común. Y darse cuenta de que el espacio personal del padre no puede ser invadido por otras personas –como las abuelas maternas, por ejemplo, o los propios bebés-, pues el padre tiene un papel fundamental en la familia, tanto como la madre, y tiene el derecho de poder ejercerlo.

Trabajar en esto ayuda a mantener a la pareja en su sitio, donde él desarrolla unas funciones y nosotras otras. Donde todos tenemos cabida, contamos con un lugar propio, se nos respeta y nos sentimos cómodos.

Salir de esa espiral de querer cambiar a la pareja, de corregirle, regañarle y amonestarle como comentábamos antes, puede ser más o menos difícil según la experiencia de cada una. Pero querer salir de ahí es ya el primer paso para poder ver la luz si es que te estás sintiendo identificada con esto que te comento.

Si te paras a pensar, la mayoría de los hombres -salvando las situaciones extremas y otros casos patológicos- son bastante estables en lo que se refiere a su personalidad. En general somos las mujeres las que solemos sufrir más cambios emocionales a lo largo de la vida.

Si piensas en ellos, lo que fueron antes de ser padres es lo que son una vez han tenido bebés. Si recuerdas los buenos momentos de cuando erais novios, si le miras a los ojos y sigues viendo a aquella persona de la que te enamoraste una vez, quizá te ayude a empatizar con él y a hacerte una idea de lo que puede estar viviendo.

Y la realidad es que él seguramente no entienda ni la mitad de las cosas por las que puedes estar pasando. Lo más seguro es que esté descolocado y que realmente no sepa muy bien qué hacer. Y es totalmente normal.

El meollo está en eso de mirarte a ti cuando algo te molesta de los demás. Entonces, ¿qué es lo que puede haber detrás de ese discurso de que tu marido no está haciendo o no está aportando o no se entera o no sabe? Tu propia inseguridad personal.

Todo ese maremagnum que comentábamos antes de cambios, hormonas, cansancio, indecisiones y miedos que se acumulan y hacen tambalear los cimientos de lo que tú eres genera un estado emocional muy fuerte en algunas mujeres.

Y empleamos al hombre como punching bag de nuestras frustraciones. Nos obsesionamos con ellos y con lo que hacen y dejan de hacer. Convirtiéndoles en los peores casos en cabeza de turco. Y así nos envolvemos en una espiral destructiva y de anulación del otro, que además ciertos discursos populares alientan.

Tener paciencia y ser compasiva con una misma, mirarse dentro y darse espacio para poder ver qué está pasando. Asumir que has cambiado y que no hay nada de extraño en ello. Reordenar tus prioridades, aprender a colocarte en tu papel de madre, participar en algún grupo en el que puedas compartir tu experiencia y puedas escuchar otras historias, pedir ayuda cuando ya no puedas más, hablar con tu pareja las veces que haga falta, plantearte tu vida laboral y ver en qué medida puedes compaginarla con esta nueva situación… Son algunos de los consejos que me salen después de haber pasado por esa experiencia.

Así que eso de querer cambiar a nuestra pareja para adaptarle a lo que tú quieres que sea, que empezó como un jueguito inocente, puede convertirse en algo peligroso y que no nos beneficia. Y te puede dar dos resultados:

  • Que consigas cambiar a tu pareja y acabes anulándole como persona, lo cual a largo plazo puede perjudicarte a ti misma, pues tendrás a un títere como marido y padre. No sé qué beneficio puedes verle a eso.
  • Que no te des cuenta de lo que estás haciendo, que él no se deje controlar ni manipular, y que la pareja acabe separada.

La responsabilidad de que una pareja funcione se reparte al 50%. Comprender los procesos por los que ambos miembros de la pareja pasan y empatizar con ellos, puede ser la clave para que se navegue por las crisis con cierta soltura. Se dice fácil, pero no lo es.

Entender que somos distintos, no solamente a nivel biológico, sino también a nivel de personalidad, mantener nuestros roles en la familia, protegernos mutuamente, ayudarnos el uno al otro a adaptarnos a las nuevas situaciones y respetarnos, puede ser el secreto para que un matrimonio supere los escollos de la crianza.

Y como siempre, la clave es la comunicación, solventar los problemas cuanto antes y saber pedir perdón ante cualquier equivocación. Lo de intentar no irse a la cama enfadados, también funciona.

Así que recuerda, antes de intentar cambiarle, de etiquetarle y “domesticarle”, mira a ver por qué te molesta tanto y revisa cuáles son tus creencias con respecto a ese comportamiento.

Artículo inspirado en conversaciones, escucha y en experiencia personal, además del contenido del canal The Happy Wife School.

Por suerte, mi pareja siempre ha sabido marcar bien sus límites y nunca ha llegado a permitir que yo cruzase ciertas líneas rojas. Y por suerte yo me considero una persona muy acostumbrada a mirarse dentro y a aprender de las vivencias. Nuestro compromiso de mantener la pareja sana por encima de todo, da sus frutos y ayuda a mantener el barco a flote en los temporales.

Yo te busco, no te preocupes

Únete a la newsletter y recibe en tu bandeja de entrada todas las nuevas historietas que mando a los suscriptores

Anita Balle

Autora de este Blog

La parte cotilla de todo esto

Publicista y creativa de profesión, psicóloga de vocación y actualmente ejerciendo también como terapeuta. Madre de familia y pareja de ingeniero. Actualmente viviendo en Hamburgo.

Related Posts
Leave a Reply

Your email address will not be published.Required fields are marked *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.