Pies para qué los quiero

Pies para qué los quiero

Pies para qué los quiero

“Pies para qué los quiero si tengo alas para volar”

 

¿Quién no ha grafiteado esta frase en los aseos de alguna gasolinera sin ni siquiera saber lo que significaba? No sé tú, pero yo seguro que sí.

Esta frase de Frida Kahlo, que ha pasado a la posteridad, la dijo un año antes de morir en la Casa Azul, la misma casa de Coyoacán donde se crió y en la que hoy se encuentra su museo.

Una frase que buscaba, una vez más, un rayo de luz, esperanza y alegría ante la que se avecinaba. Pues le habían cortado la pierna maltrecha que arrastraba desde su niñez, justo después de haberle abierto por enésima vez su columna para hacerle otra perrería más.

Esos momentos fueron los peores para ella. No soportó la amputación de su pierna, ya de por sí hecha un adefesio. Fue la gota que colmó el vaso, fue el «hasta aquí hemos llegado». A partir de ahí, Frida fue cuesta abajo, narcotizándose con medicamentos para el dolor, con el alcohol y la desidia.

Frida sufrió muchísimo desde bien pequeña. Contrajo polio a los 6 años, y cuando era una adolescente tuvo un accidente espeluznante en el autobús. Leer las múltiples fracturas y heridas que le dejó aquel incidente es sobrecogedor. El milagro es que viviese. Y derivado de todo ello, le siguieron operaciones y más operaciones a lo largo del resto de su existencia.

El accidente también se llevó por delante su capacidad de ser madre, y eso le dolió mucho, muchísimo.

Vivió gran parte de su existencia tumbada en la cama. Dejó bien claro a sus amigos que se negaba rotundamente a que la enterrasen en esa posición, y por ello pidió que la incinerasen, para no estar eternamente acostada. Ya sería el colmo.

Frida bailaba entre la amargura y la felicidad, pasaba de querer que todo acabase de una vez, a abrazar la vida, brindar, cantar y disfrutar de sus amigos hasta la extenuación. Tenía unos cambios de humor considerables, y no era por la menstruación, no.

Pero la alegría solía ganar la batalla de puertas para afuera, y Frida se mostraba ante la sociedad y sus amigos como una mujer entusiasta y vital. Quería vivir después de la polio, quería vivir después del autobús, quería vivir después de sus millones de operaciones, después de sus abortos.

Coger su tequila y su cigarro, abrazar a su Diego y «seguir pa’lante».

¿Qué era lo que mantenía viva a Frida? Ella misma. Sus «movidas», como decimos ahora. Sus temas.

Antes de leer la biografía de Frida, apenas conocía un par de sus cuadros y cuatro datos de su vida -y es por ello que empecé a interesarme por ella-.

Resulta que Frida pintó más de 150 cuadros, y muchos de ellos los pintaba convaleciente de alguna operación o con algún tipo de escayola puesta para enderezar su columna lesionada.

Frida pintaba sobre ella, la gran mayoría de sus obras son autorretratos. Ella mostrándose a ella, expresando sus emociones, sus estados de ánimo, sus desgracias, sus obsesiones. Ella y solamente ella. Ella se observaba, ella se analizaba, ella se pintaba.

¡Qué narcisismo! podrían decir algunos.

Puede que sí, pero era la única manera de sobrevivir. Y no me refiero a económicamente, que también.

Frida era intensidad.

Pero dentro de esa intensidad, de esa rebeldía, de esa pasión desbocada, Frida sabía perfectamente qué es lo que le equilibraba: trabajar.

Trabajar, intentar ponerse horarios, los cuales le costaba cumplir, ir donde se le reclamaba, mover su trabajo. Pintar era su profesión, y sabía que pintando, es decir, trabajando, esa inestabilidad emocional se calmaba y se canalizaba.

La última vez que pasó por el hospital, cuando le amputaron la pierna, trasladó prácticamente su estudio a la habitación. En cuanto podía, en cuanto los dolores se lo permitían, ella pintaba, acostada, montando un auténtico tinglado para poder hacerlo cómodamente y siguiendo las pautas médicas.

Rebeldía, alegría, independencia, emoción, inestabilidad. Determinismo, seriedad, madurez, razón, estabilidad.

Frida era un personaje, y la primera que lo sabía era ella. Y le encantaba, era lo que le daba alegría, fuerza, vitalidad. Ese mismo personaje le mantenía agarrada a la tierra y lejos de «la pelona» -como ella llamaba a la muerte-.

Y efectivamente Frida no tenía el más mínimo reparo en reconocer que ella era varias personas a la vez. La vital y la deprimida. La que buscaba la alegría de vivir y la que pedía a gritos que todo aquél sufrimiento se acabase.

Si eres lo suficientemente observador, puedes descubrir los contrastes de la personalidad, de la tuya, de la de Frida, de la de otros…

Algunos la llaman loca, pero de loca nada de nada.

Si no conoces tus contrastes, quizá el problema lo tienes tú.

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