Quemado en la hoguera por hacer preguntas tontas

Quemado en la hoguera por hacer preguntas tontas

Quemado en la hoguera por hacer preguntas tontas

Creso fue el último rey de Lidia, era inmensamente rico y reinó en un momento de prosperidad, se consideraba el hombre más feliz del mundo pero no le bastaba con eso.

 
Esta historia tiene miga y moraleja, ojo al dato.
 
Creso era un rey de hace muchisísimos años, y que casi literalmente nadaba en oro. Tal cual. Además todo le iba genial. Lidia, la zona que reinaba y que ahora serían las provincias turcas de Esmirna y Manisa según la Wiki, vivía momentos de paz y tranquilidad.
 
Todo el mundo contento, y él más feliz que una perdiz disfrutando de todo. Estaba hinchadito como un palomo. Pero no tuvo suficiente con eso, no solamente quería sentirse el más feliz, sino que los demás se lo confirmasen. Que el resto también lo pensase. Ay, Creso, Creso, fail!
 
Esto que os cuento ahora se dice que es leyenda, y ya sabemos que las historias de aquellos años vete tú a saber qué tienen de cierto y qué no, pero el caso es que la leyenda nos sirve.
 
Al parecer un sabio muy sabio de Grecia fue a visitar a Creso, y éste presumió de sus riquezas y de lo feliz que era. Seguramente le diría:
 
– Mira, mira cuánto tengo, qué bien vestido voy y qué tipo tengo –
 
A lo que el sabio le podría haber contestado:
– Sí, sí, muchas cosas tiene su majestad, y se le ve sano, ¡por Apolo!
 
Creso, en su arrogancia y vanidad disfrazada de «humildad» y con una pregunta así como quien no quiere la cosa le podría haber preguntado al sabio:
 
– ¿Conoces, oh sabio, a alguien más feliz que yo?
 
El sabio se debió quedar un poco alucinado. ¿Para qué leches hace esa pregunta un rey inundado en oro que alardea de que todo le va genial? ¿Acaso alguien puede contestarla? ¿No es la felicidad algo personal que cada uno calibra en su interior y lo que opinen los demás importa poco?
 
Aún así, el sabio, con miedo a que le cortasen la cabeza, contestaría algo así como:
 
– En mi humilde existencia he conocido a particulares que, habiendo vivido con riqueza suficiente para cubrir sus
necesidades, murieron trágicamente sirviendo a su patria bien en la guerra, bien en la religión. Es necesario esperar a acabar los días para poder decir si uno ha sido completamente feliz o no. ¡Por Apolo!
 
Pues eso, lógica pura hasta para los que vivieron en la época de las sandalias, las túnicas y los caminos de tierra.
 
Al parecer, después de aquello Creso perdió a un hijo y su reino fue invadido por el rey persa Ciro. Todo esto en muy resumidas cuentas, ya que no solamente le preguntó al sabio, sino que también fue al concurrido Oráculo de Delfos, el cual también le dio una información que el pobre Creso no interpretó bien.
 
Así que tiempo después Creso murió en la hoguera quemado vivo por mandato del rey Ciro, aunque hay otras versiones que comentan que el dios Apolo le salvó de tremenda salvajada. De algo tuvo que servir acabar todas las frases con ¡por Apolo!

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¿Qué aprendemos de esta historia?

¿Qué sacamos de todo esto? Realmente no sabemos las motivaciones de Creso, es decir, si esa pregunta la hacía porque necesitaba la aprobación de los sabios griegos para él estar tranquilo. O si era unas ganas de asegurarse de que el resto de los mortales lo percibiesen como el hombre más feliz del mundo y, de alguna manera, alzarse con ese título.

Si lo hacía por esas ganas de que le coronasen como «el hombre más feliz del mundo», pues nada, ahí tuvo su escarmiento por querer llevar al extremo su lujuría o su vanidad, según como se mire.
 
Si lo hacía por necesitar la valoración de los demás, que el exterior le confirmase que, efectivamente, era el hombre más feliz del mundo porque en el fondo no se lo creía, pues es algo más común de lo que parece.

¿Qué opinas de mi?

Seguramente, alguna vez en tu vida, hay alguien que te ha preguntado cosas así:
 
– Neni ¿qué piensas de mi? pero sé sincera ¿eh? Te juro que no me tomaré a mal nada de lo que me digas
 
Y si no te lo han preguntado, ¿puede que tú hayas sido la que lo ha preguntado?
 
Para los que no se pueden creer que este tipo de personas existen: sí existen.
Para los que se reconocen en esta pregunta: os entiendo profundamente.
 
Cuando yo he hecho esa pregunta, y creedme que la he llegado a hacer más veces de las que me gustaría, ha sido motivada por dos situaciones diferentes, que forman parte de la misma línea de actuación pero que van de extremo a extremo:
 

1. Cuando he estado de bajón: en el fondo de mi corazón estaba deseando escuchar cosas positivas, necesitaba que alguien de fuera me dijese lo bueno que había en mi. ¿Y por qué? Porque era incapaz de verlo. Porque mi mente en ese momento solamente me contaba lo tremendamente imperfecta que era o todos los fallos que cometía.

2. Cuando he estado de subidón: cuando me sentía en la cresta de la ola, como nuestro amigo Creso. En esos casos podía pedir opinión a los demás para confirmar que, efectivamente, era la Reina de Saba.

 

Además, sé que otras personas pueden hacer esa pregunta con otra finalidad, la de chequear que la imagen que estoy dando al mundo es la que quiero dar. Pero no desde mi autenticidad, sino desde mi personaje. Reconozco que este no es mi caso. 

Bueno, tampoco os creáis que he ido haciendo este tipo de preguntas a diestro y siniestro, que tan mal no estoy ni he estado.

Pendiente de la valoración externa

Para los que os sintáis aludidos por esto que estoy contando, o conozcáis a alguien que ha tenido este comportamiento, os contaré mi versión de esta situación.
 
Hay una tara en algunos de nosotros, y digo tara por reírme un poco de la condición, que nos hace cuestionarnos contínuamente si lo que hacemos está bien, si tiene sentido, si me hará, por fin, sentir que estoy en paz y en coherencia, si alejará de mi esa nube espantosa de dudas sobre lo que soy y lo que hago.
 
Esa nube que, de vez en cuando, hace caer una lluvia de «tienes un fallo» «no eres normal» «no encuentras el equilibrio» «eres inestable» «eres complicada» «se te va la olla» «haces demasiadas preguntas».
 
Quizá esa nube, en tu caso, dice otras cosas. Quizá dice «no eres suficiente» «tienes que mejorar» «tienes que subir un escalafón más» «te vas a equivocar» «eres malo» «los reyes magos no existen» «la salsa del McDonalds es radioactiva»…
 
Pero Ana, de verdad, que yo hago esa pregunta para mejorar las partes de mi que necesitan de mi atención.
 
Bueno, cuando haces la pregunta de «¿qué piensas de mi?» o algo por el estilo, puede que haya un porcentaje mínimo de querer escuchar en qué puedes mejorar, pero esa mejora siempre estaría condicionada a querer recibir el alago de la otra persona.
 
Por ejemplo, si alguien me dice que tengo que ser más cariñosa, pues me esforzaré en ser más cariñosa con esa persona, ¿por qué? ¡pues para recibir su palmadita!.
 
Es la opinión de los demás en la que me baso para sentir que voy por el buen camino, que tengo valor, que estoy haciendo algo bien, que estoy mejorando.
 
La brújula fuera, siempre fuera.
 
Hay otros indicadores de hasta qué punto esta pregunta NO tiene sentido. Si me gusta lo que escucho, bien, pero como no me guste, apártese usted querida, que pondré cara como que no pasa nada pero rabiaré por dentro cual toro bravo.
 
Disimularé seguramente, pero en mi fuero interno mantendré diálogos imaginarios en los que demostraré una y otra vez a esa persona que no tenía razón.
 

«En fin, que seamos honestos con nosotros mismos y que, cuando se nos venga esa pregunta a la cabeza nos preguntemos «¿para qué quiero yo preguntar esto?»

 
No demos demasiado peso a lo que opinen los demás de nosotros. Sigamos con nuestra vida desde nuestra posición auténtica y en coherencia.
 
Que por hacer preguntas tontas más de uno perdió el norte y acabó quemado en la hoguera.
 
PD1: Si estás haciendo alguna formación, de esas en las que te piden la opinión de los demás sobre tus puntos de mejora y tus puntos fuertes, sé inteligente y emplea la información sabiendo que cada uno percibe la realidad a su manera. Obviamente si el 100% de los encuestados dicen que tienes muy mal gusto a la hora de elegir los zapatos, pues puedes mirar ahí que hay, pero sobre todo, sobre todo, recuerda que nada tiene más valor que la noción que tú tienes de ti.
 
Repito, tu opinión sobre ti, tu conciencia, el que tú te vayas a la cama tranquilo o tranquila cada noche, sabiendo que has hecho lo que mejor has sabido y podido en el día, es lo único que de verdad importa.
 
PD2: Desde hace un tiempo, cuando mi cabecita quiere hacer esa pregunta porque quiere sentir esas palabras bonitas del exterior, ese que tanto valora, que tanto necesita, pongo en práctica el arte de ignorar.
 
No es fácil, pero intento ignorar a mi mente y le dejo con las ganas. Lo siento nena, ya me has causado suficientes problemas.
 
PD3: Si alguna vez te pregunto la famosa pregunta, ignórame también.
 
Ya me callo.
Os escribo pronto
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