El soldado de armadura dorada

El soldado de armadura dorada

El soldado de armadura dorada

Hay personas que admiras casi de manera natural. 

De primeras ves en ellas una apariencia equilibrada, un aura que mezcla seguridad, autoestima y saber estar a partes casi milimétricamente iguales. Esas personas consiguen embelesarte simplemente realizando tareas tan cotidianas como servirse un café, aparcar un coche o despedirse de su pareja.

Conforme las vas conociendo vas confirmando esa teoría que ni siquiera te has planteado, que ha surgido así, tal cual. Y es que con la palabra, los gestos y esa sonrisa tan bien trazada acaban de atraparte.

Y no, no es una trampa. Esas personas no te necesitan para nada. Todo esto no es parte de un plan maquiavélico. No quieren sacar nada de ti. Ellas son así.

El más curioso y observador puede que intente ver de dónde ha venido ese abanico de recursos que despliegan de manera natural. Seguramente intentará estudiar qué hábitos han adquirido, con quién se han codeado, dónde han estudiado, qué han desayunado… 

Y durante esa investigación lo más seguro es que se frustre, pues no descubrirá en ningún momento pistas ni indicios de que esas personas se hayan propuesto intencionadamente ser tan excelentes y tan modelos a seguir.

Son así, no le demos más vueltas. Y tú, pues nada, a seguir con lo tuyo y a hacerlo lo mejor que puedas, que ya en otra vida, si eso, te toca la canica del bombo y serás tú el que conseguirás emanar esa admiración solamente por respirar y pertenecer a la raza humana.

Lo que quizá no sabe la gente de buenas a primeras, es lo que pasa cuando esas personas están en su intimidad y nadie las ve. Cuando se encuentran en el ambiente protegido de su habitación, de su hogar o de su mente. Qué pasa cuando las cosas no salen, cuando hay dificultades, cuando los resultados no llegan. Qué pasa cuando están tristes, desesperanzados o simplemente inquietos y nerviosos.

Pocas veces se dejarán ver así. Pocas veces podrás llegar a acompañarles en ese estado angustioso. Sin saberlo son expertos en el arte de quejarse sin parecerlo ni generarte sensación de pesimismo. Pueden estar tristes sin parecer extremadamente indefensos. Saben mostrarse preocupados pero sin llegar a que percibas desesperación.

Sólo los elegidos, aquellos en los que más confían, aquellos que saben que nunca les traicionarán ni harán ni dirán nada que les perjudique, pueden presenciar esos momentos en los que esas capas se abren y se ven los engranajes de un humano más.

Sólo los que pasan tiempo con ellos, y saben ver más allá conseguirán al fin leer entre líneas en sus gestos cotidianos modélicos tan perfectamente ejecutados, qué es lo que se cuece por dentro.

Y es que esas personas llevan la guerra en su interior, ocultada sin intención. Simplemente la llevan y lidian con ella día y noche de manera automática. Y esa pelea tiene nombre: autoexigencia.

La autoexigencia plantea contiendas que se libran en solitario. Un soldado frente a todo un ejército. Y cuando cae la noche, el guerrero se siente solo y vacío. ¿Qué sentido tiene luchar cada día y vencer a una horda de enemigos si mañana vendrán más? ¿Qué sentido tiene estar aquí solo defendiendo algo que hay días que ni veo, ni entiendo ni comparto?

La autoexigencia somete a la persona sin saberlo y no deja que ésta levante la vista para ver por lo que está realmente peleando. El sol también genera destellos en su armadura, que le ciega y no le permite ver a quién tienen delante.

¿Es por mi? ¿Es por otros? ¿Es por gloria? ¿Es por imagen? ¿Es por causas con sentido? ¿Es por algo que merezca realmente la pena? ¿Es por mis principios? ¿Es por mis valores?

¿Por qué es? ¿Por qué lucho? ¿Qué defiendo? ¿Por qué hago lo que hago? ¿Para qué?

Esas son las preguntas que estas personas podrían hacerse cuando algunas veces, acabado el día y tumbados bajo el cielo estrellado, sienten esa soledad, ese vacío y esa sensación de navegar sin rumbo por esta vida.

Esa vida que otros se empeñan en aplaudir y admirar sólo porque estas personas eligieron para luchar una armadura dorada.

Yo te busco, no te preocupes

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Anita Balle

Publicista y Autora de este Blog

La parte cotilla de todo esto

Publicista, estudiante de Psicología y Morfopsicología. Aprendiz de coaches y otros mentores. Madre de familia y pareja de ingeniero. Actualmente viviendo en Hamburgo.

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1 Comment
Fede Ballenilla Marco

Me veo reflejado en esta… me gusta el estilo 😊

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