Para los que os sintáis aludidos por esto que estoy contando, o conozcáis a alguien que ha tenido este comportamiento, os contaré mi versión de esta situación.
Hay una tara en algunos de nosotros, y digo tara por reírme un poco de la condición, que nos hace cuestionarnos contínuamente si lo que hacemos está bien, si tiene sentido, si me hará, por fin, sentir que estoy en paz y en coherencia, si alejará de mi esa nube espantosa de dudas sobre lo que soy y lo que hago.
Esa nube que, de vez en cuando, hace caer una lluvia de «tienes un fallo» «no eres normal» «no encuentras el equilibrio» «eres inestable» «eres complicada» «se te va la olla» «haces demasiadas preguntas».
Quizá esa nube, en tu caso, dice otras cosas. Quizá dice «no eres suficiente» «tienes que mejorar» «tienes que subir un escalafón más» «te vas a equivocar» «eres malo» «los reyes magos no existen» «la salsa del McDonalds es radioactiva»…
Pero Ana, de verdad, que yo hago esa pregunta para mejorar las partes de mi que necesitan de mi atención.
Bueno, cuando haces la pregunta de «¿qué piensas de mi?» o algo por el estilo, puede que haya un porcentaje mínimo de querer escuchar en qué puedes mejorar, pero esa mejora siempre estaría condicionada a querer recibir el alago de la otra persona.
Por ejemplo, si alguien me dice que tengo que ser más cariñosa, pues me esforzaré en ser más cariñosa con esa persona, ¿por qué? ¡pues para recibir su palmadita!.
Es la opinión de los demás en la que me baso para sentir que voy por el buen camino, que tengo valor, que estoy haciendo algo bien, que estoy mejorando.
La brújula fuera, siempre fuera.
Hay otros indicadores de hasta qué punto esta pregunta NO tiene sentido. Si me gusta lo que escucho, bien, pero como no me guste, apártese usted querida, que pondré cara como que no pasa nada pero rabiaré por dentro cual toro bravo.
Disimularé seguramente, pero en mi fuero interno mantendré diálogos imaginarios en los que demostraré una y otra vez a esa persona que no tenía razón.
«En fin, que seamos honestos con nosotros mismos y que, cuando se nos venga esa pregunta a la cabeza nos preguntemos «¿para qué quiero yo preguntar esto?»
No demos demasiado peso a lo que opinen los demás de nosotros. Sigamos con nuestra vida desde nuestra posición auténtica y en coherencia.
Que por hacer preguntas tontas más de uno perdió el norte y acabó quemado en la hoguera.
PD1: Si estás haciendo alguna formación, de esas en las que te piden la opinión de los demás sobre tus puntos de mejora y tus puntos fuertes, sé inteligente y emplea la información sabiendo que cada uno percibe la realidad a su manera. Obviamente si el 100% de los encuestados dicen que tienes muy mal gusto a la hora de elegir los zapatos, pues puedes mirar ahí que hay, pero sobre todo, sobre todo, recuerda que nada tiene más valor que la noción que tú tienes de ti.
Repito, tu opinión sobre ti, tu conciencia, el que tú te vayas a la cama tranquilo o tranquila cada noche, sabiendo que has hecho lo que mejor has sabido y podido en el día, es lo único que de verdad importa.
PD2: Desde hace un tiempo, cuando mi cabecita quiere hacer esa pregunta porque quiere sentir esas palabras bonitas del exterior, ese que tanto valora, que tanto necesita, pongo en práctica el arte de ignorar.
No es fácil, pero intento ignorar a mi mente y le dejo con las ganas. Lo siento nena, ya me has causado suficientes problemas.
PD3: Si alguna vez te pregunto la famosa pregunta, ignórame también.
Ya me callo.
Os escribo pronto