¿Qué apego ni qué apego?

¿Qué apego ni qué apego?

¿Qué apego ni qué apego?

Como ya os he contado más de una vez, cuando llegamos a Hamburgo, los primeros meses de colegio para Manuela (tercera hija, 7 años), no fueron fáciles.

Afortunadamente su profesora, una polaca de ojos azules y estética de maestra infantil adorable, hablaba español, eso facilitó las cosas.

Manuela no tenía amigos, no entendía la lengua, no sabía las reglas del lugar y se perdía por los pasillos. 

Algún alma caritativa se la encontraba a veces llorando en una esquinita y le preguntaba en alemán qué le pasaba. Ella, como podía, le decía que estaba perdida y que no sabía dónde ir.

Cuando me lo contaba, además de romperme por dentro y hacer el protocolo de validación emocional, consuelo, apoyo, entendimiento, etc, intentaba darle herramientas para que mejorase su orientación en el colegio, y para ello a veces le preguntaba en qué momento se perdía.

“Mami, estoy siguiendo a la teacher con más niños, me doy un momento la vuelta, y cuando vuelvo a mirar they’re gone

Unido a ese miedo natural de Manuela por encontrarse en un entorno desconocido, avivado por sus constantes pérdidas por los pasillos, estaba mi propio temor a perder a mis hijas de vista y no poder hacerme entender para encontrarlas.

Una de mis pesadillas recurrentes era que, estando ya en Alemania, corríamos hacia un autobús para cogerlo, ellas lograban subirse, pero yo no. El autobús se marchaba y a mi me entraba un ataque de pánico literal. Por mucho que corriese, perdía al autobús de vista.

Tras esa pesadilla les hice notas con nuestra dirección de casa, su nombre y mi número de teléfono para que llevasen en el bolsillo hasta que aprendiesen cómo decir nuestra dirección perfectamente.

Como consecuencia de esta unión de traumas primermundistas, Manuela estuvo una larga temporada cogida de mi mano -y yo de la suya- allá donde íbamos. A día de hoy también se agarra a una de las tiras que salen de mi mochila -y yo me tranquilizo cuando siento los tironcitos-, y quiere que vayas con ella a todos lados.

“No quiero perderme”, nos dice a veces cuando le soltamos la mano chorreante de sudor o le animamos a que vaya sola a los sitios que conoce. «No vayas sinmigo», me dice cuando entramos en el aseo de un restaurante y quiere asegurarse de que no la dejo sola.

Ha pasado un año, y pese a sentirse ya segura en su colegio y con los suyos, pese a poderse explicar perfectamente en alemán, pese a haberse ganado a todos los cuidadores con su desparpajo, sus pantalones de lentejuelas y sus payasadas, pese a saberse la dirección de casa y poder volver sola desde el colegio, sientes que Manuela todavía tiene un poso humeante de aquella experiencia.

 

¿Por qué os cuento esto?

 

Uno de los puntos de la asignatura de Desarrollo Afectivo y Social es el apego.

Gran tema que se ha exprimido en redes sociales por activa y por pasiva, llegando a aburrir sobremanera y que se ha podido convertir en otro látigo con el que autocastigarse.

A veces, en vez de aprender para conocer, contextualizar y cuestionar si es preciso, parece que necesitemos estudios y teorías para radicalizarnos, culpar o culparnos, autoafirmar nuestras neuras y no avanzar.

Como estudiante de Psicología, entiendo el apego y su sistemática. La teoría es sencilla, «el apego contribuye a la supervivencia física y psíquica del niño generando seguridad y facilitando el conocimiento del entorno», y los niños que desarrollan lazos de apego seguro con sus cuidadores «tienen una vida más feliz y satisfactoria».

¿Pero qué es el apego seguro? Pues según los autores Siegel y Payne, este apego tan sanote se da cuando los padres proporcionan estas condiciones a los pequeñajos:

  • Les hacen sentirse seguros, protegidos y libres de todo mal
  • Les hacen sentirse vistos, tenidos en cuenta, e importantes para el adulto
  • Les hacen sentirse consolados, transmitiendo la certeza de que les apoyarás en los malos momentos
  • Les hacen sentirse a salvo. Que es como la consecuencia de todas las anteriores condiciones

Y sabiendo esto me pregunto:

¿Esto se ha cumplido y se cumple? 

¿Alguien que haya sido educado bajo todas estas premisas? 

¿Tú, como hijo o hija, has sentido que esto se cumplía? 

¿Tú, como padre o madre, sientes que le estás dando esto a tu hijo y que, además, él lo está recibiendo así?

Y por cierto, ¿qué es una vida feliz y satisfactoria?

Siguiendo con las teorías, Mary Ainsworth, colega del padre de la teoría del apego, John Bowlby, desarrolló unos estudios que le permitieron establecer una clasificación “empírica” de las diferentes modalidades de apego. Esta clasificación dice que hay cuatro tipos de apego:

  • Apego Seguro
  • Apego Inseguro-Evitativo
  • Apego Inseguro-Ambivalente
  • Apego Inseguro Desorganizado / Desorientado

Y os suelto este rollo teórico porque si nos ponemos a rebuscar lo que significan cada uno de ellos, seguro que la mayoría acabamos en uno de los tres últimos, esos que suenan fatal.

 

Ahora, mis cuestiones son las siguientes:

 

¿De qué nos sirve conocer esto a la mayoría de los mortales?

¿Hasta qué punto es positivo para las personas occidentales medianamente funcionales del primer mundo -porque no sé cómo llamarnos realmente-, conocer la clasificación de los tipos de apego, sin el acompañamiento de un profesional?

¿Hasta qué punto es beneficioso profundizar en una «herida» y bañarte en teorías y estratificaciones, si vas a salir menos libre de aquello que antes?

Y por otro lado, ¿es verdad que existen esos apegos?

¿Es verdad que existe el apego seguro? ¿Que se puede dar? ¿Que puedo tener el control sobre él?

¿Tienen el apego seguro y el apego inseguro unas barreras claras?

¿Lo relativo a la psique y a la experiencia humana puede ser de verdad cortado en patrones y vendido en porciones? ¿No estará muy influenciado, y quizá compensado, con otros componentes biopsicosociales?

Y también cabría preguntar, ¿el apego seguro o inseguro depende más de las acciones de los padres o de las interpretaciones de los hijos?

¿Con esto no se generan más etiquetas de las que luego queremos desprendernos a toda costa?

¿No se generan así más autoexigencias para querer cambiarnos continuamente sin aceptar lo que somos, lo que hay?

 

Volvamos con Manuela: 

 

Cuando Manuela tenga 21 años y sufra su primera crisis de identidad, puede que me recrimine no haber estado ahí para ella. Puede que me reproche el haberla dejado sola ante el peligro en aquél colegio de mala muerte rodeado de seres inhumanos que hablaban idiomas imposibles.

Puede que me acuse de que le soltaba la mano cuando más lo necesitaba. Que atendía a sus hermanas primero, que su pelo nunca estuvo bien cortado y que aquellos pantalones de lentejuelas eran una horterada.

Puede que me rechace por haberle corregido constantemente sus deslices con la lengua española.

Puede ser una veinteañera trilingüe traumatizada, pese a que mi única intención es generar un «apego seguro» con ella y con sus hermanas. Dicho lo cual esto es realmente, un hecho puramente egoísta según algunas teorías, pero lo dejamos para otro artículo

Y un día random vendrá y me dirá que le generé un apego inseguro-ambivalente y que eso ha marcado su vida. ¿Y qué hacemos con eso? «Pues lo siento mucha hija, no era mi intención, de corazón»

 

 

¿Buscamos consejos sobre cómo mejorar las relaciones con nuestros hijos? Perfecto

¿Eres amigo de conocer teorías y clasificaciones en torno a la crianza, el desarrollo afectivo y la personalidad? Pues siempre y cuando el conocimiento te ayude a comprender y a vincularte con los demás, a la vez que te da más libertad, perfecto también.

Si el conocimiento del “tipo de apego” con tus padres hace que los entiendas aún más si cabe, y te ayuda a salir del pozo y avanzar sin sacar el látigo hacia ellos o hacia a ti, perfecto.

Si eres capaz de interpretar y acomodar esa información por tu cuenta de manera adaptativa, o lo haces acompañado de profesionales, estupendo.

Si no va a propiciar entendimiento, unión y libertad, pues que le den al apego.

Si tendemos a enredarnos con estas cosas, dejemos las teorías a los estudiosos. Pongamos las cosas fáciles.

 

Referencias:

«El poder de la presencia» de Siegel y Payne.

«Psicología del desarrollo de la niñez» de Ana Faas.

Apuntes de Desarrollo Afectivo y Social de la UNIR.

Photo by Leslie Low on Unsplash

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Anita Balle

Publicista y Autora de este Blog

La parte cotilla de todo esto

Publicista, estudiante de Psicología y Morfopsicología. Aprendiz de coaches y otros mentores. Madre de familia y pareja de ingeniero. Actualmente viviendo en Hamburgo.

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1 Comment
Fede Ballenilla Marco

Me encanta Anita 😘

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