No eres tan importante

No eres tan importante

En el mundo guiri, las niñas pequeñas suelen llevar el pelo rozando el culete.

Largas trenzas rubias del grosor de un alambre que pueden durar hechas una semana, producto de cabellos lacios pegados al cráneo sin ningún tipo de volumen.

Mi hijas, que a veces dudo si tienen procedencia turca, se han criado alrededor de estas estéticas infantiles y claro, quieren melenas acordes a la moda.

El problema es que ellas tienen una cantidad de pelo abismal, y sus peinados casi necesitan unos cimientos, apuntalamiento, vigas y hormigón para que se sostengan.

Aún así lo intentaron. ¡Vaya que lo intentaron! Peinarse cada mañana les llevaba un buen rato.

Las trenzas eran porras de las buenas, se iba medio sueldo en chuf-chuf desenredante y tenía que comprar gomas del pelo especiales para soportar las coletas de caballo.

Sin hablar del tema piojos, que he desarrollado una aversión enfermiza que roza el trauma.

El corte

El caso es que yo decidí cortarme el pelo y las otras tres vieron la oportunidad de quitarse tremendo peso de encima. Tutto bene.

El primer día de colegio después del corte de pelo, los nervios y el estrés se palpaban en el ambiente. Hubo tráfico ese día en el baño.

¿Qué iban a decir sus compañeros y sus profesores? ¿Les gustará a nuestras amigas? ¿Nos dirán que estamos feas? ¿Nos reconocerán?

Aproveché y les dije algo que tengo grabado a fuego desde que lo escuché, y que me viene muy bien cuando tengo que tomar una decisión o cuando me entra el pánico a exponerme.

 

“Al 33% les encantaréis, al otro 33% les daréis igual y probablemente ni lo noten y al último 33% no les gustaréis nada de nada”

“Chicas, para nosotros sois el centro del universo, pero para los demás, no importáis tanto”

Estoicismo para niños

Quizá son palabras duras para decirles a niñas de entre 8 y 12 años, pero qué quieres que te diga, creo que a mi me hubiese gustado escucharlas cuando era pequeña.

Sobre todo de la manera que se las dije, con ejemplos, con cariño y con bromas.

“Porque, vamos a ver, ¿tú durante el día en quién estás pensando más? ¿En tí misma y en lo que te pasa, lo que te duele, lo que te gusta, los deberes o a lo que vas a jugar? ¿O en tus amigas, en lo que ellas quieren, les gusta y les apetece?”

“¿Crees que tu corte de pelo va a acaparar todas las conversaciones del colegio? ¿Cuántos niños y niñas de tu colegio se han cortado el pelo antes que tú y tú ni te has enterado?”

Este comportamiento es totalmente normal. Y claramente cada una de ellas se enfrentó al problema con más o menos ansiedad.

Empezar a abordar posibles comportamientos desadaptativos de querer gustar a todos y no recibir críticas me parece algo importante.

Y como las típicas frases de madre no suelen surtir efecto, prefiero aprovechar cada una de estas situaciones para que corroboren que, efectivamente, uno no debe de estar tan preocupado por el qué dirán los demás sobre sus actos y decisiones, y menos sobre su apariencia.

La trampa del miedo al qué dirán

El que tiene miedo al qué dirán, a las opiniones de los demás, va por la vida casi de puntillas intentando amoldarse a lo que quieren, aceptan o aprueban sus grupos de referencia.

Se callan sus opiniones o se autocancelan sin miramientos. Y todo por gustar o no crear polémica y mantener la cuenta de los haters a cero.

La trampa es monumental. Porque el que se da cuenta de que hace esto, acaba por ser testigo de dos cosas:

  • Por un lado que, aún haciendo esos esfuerzos titánicos, es imposible gustar a todos, y al final siempre acabas sintiendo que hay alguien que no te traga. Así que el paso por asimilar que hay personas a las que no les gustarás nada de nada, tienes que hacerlo sí o sí.
  • Y por otro lado, que tu vida acaba siendo descafeinada, insulsa y totalmente amoldada a un discurso que en realidad no es el tuyo. Pierdes tu toque, tu diferenciación, tu esencia y dejas de ser auténtico por querer encajar en todos los moldes.

Piénsalo, no ser tú mismo y estar pendiente de la opinión ajena es perder la sal de la vida.

¿Qué hay detrás?

Lo que hay detrás es que te tomas demasiado en serio a ti mismo. Que delegas la valoración de lo que eres y lo que vales a los demás. Que crees que lo que te pasa y lo que dices y haces, es muy importante.

Y la realidad es que no importas tanto.

Eres uno más, y tus opiniones serán tenidas en cuenta o no, y uno pensará que eres idiota y al de al lado le enamorarás. Y aquél se fijará en ti y el otro no sabrá ni quién eres.

¿Para qué censurarnos entonces? ¿Para qué amoldarnos tanto?

Es peor sentirse una estafa, darse cuenta de que uno no ha sido lo que ha querido ser, que no se ha expresado como creía que se debería expresar, que conocer a alguien al que le caigas mal y no te soporte o recibir una crítica.

Porque al final tú vives contigo todos los días y solamente tienes que ser importante para una persona, que es para ti mismo.

Así que cuando te ataque el bicho del miedo al qué dirán acuérdate de la regla del 33% y de que tú, en el fondo, no eres tan importante.

Mano de santo.

PD: Los cortes de pelo de las niñas no solamente fueron las puntas. Se metieron un buen tajo.

PD2: Donamos 4 trenzas para hacer pelucas, y el resto que sobró se barrió y acabó en la basura, junto a las intentonas mañaneras de que yo les peinase, los nudos y las lágrimas por los tirones. Larga vida al pelo corto.

Yo te busco, no te preocupes

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Anita Balle

Autora de este Blog

La parte cotilla de todo esto

Publicista y creativa de profesión, psicóloga de vocación y actualmente ejerciendo también como terapeuta. Madre de familia y pareja de ingeniero. Actualmente viviendo en Hamburgo.

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