Energía vital, ¿de base o trabajada?¿hedonista o espartana?

Energía vital, ¿de base o trabajada?¿hedonista o espartana?

Energía vital, ¿de base o trabajada?¿hedonista o espartana?

Una reflexión sobre la prioridad de la salud por encima de todo, los valores, la coherencia y el reconocer si tenemos buena energía vital de base, o tenemos que trabajarla un poco.

Os dejo el enlace al episodio del podcast y el video y continuo con sus comentarios más abajo. Recordad que este podcast lo tenéis en Ivoox, Spotify, Google Podcast, Apple Podcast, Anchor y otras plataformas.

Una de las cosas que he podido saborear este verano, es que la vida merece mucho la pena. Y parece casi algo absurdo de decir, lo sé, pero para alguien que conecta fácilmente con las partes menos bonitas de vivir, pues no lo es.

 

Yo no siempre he pensado que merezca la pena vivir. Y puede sonar a pensamiento de adolescente suicida que busca llamar la atención, que también puede que sea eso. Y no es que me hayan pasado muchas tragedias en mi vida, -y toco madera-, para tener este tipo de divagaciones. Pero es que ante determinadas situaciones, por mi mente han llegado a pasar pensamientos como “¡Mira! Si ahora me pasase algo y se acabase sería todo mucho más fácil, en vez de tener que pasar por esto”. Y reconozco que estos pensamientos me alivian, hasta que me doy cuenta de que es cobardía pura. Aún así reconozco que a día de hoy los sigo teniendo.

Pero de un tiempo a esta parte, y especialmente este verano, aún no saliendo las cosas como estaban planeadas, mi sensación es de “¡Ostras!, es que es una pasada estar vivo”. Y es una pasada, os cuento también, poder saborear esta sensación, estas ganas de vivir, aunque lo que venga no sea siempre agradable.

¿Te has parado a reflexionar sobre las ganas de vivir? Y no me refiero a vivir bajo las premisas del Mindfulness, intentando estar presente en todo momento para poder captar todos los matices sensoriales de tu rutina diaria, -que también estaría genial pero que a día de hoy yo me veo incapaz de hacerlo al 100%-.

Me refiero a sentir esa sensación de fuerza interior, de capacidad, de saber que, aunque nos «vengan dobladas», vamos a poder salir de las situaciones. De notar que la vida, en su increíble sabiduría, te está preparando desde el minuto 1 para soportar todas las embestidas con lo mejor que tienes en ese momento.

Esa es la palabra: fuerza, fuerza interior. Energía, ganas. Ganas de seguir sintiendo, ganas de seguir viviendo. De eso os quiero hablar hoy.

Nace en el cuerpo

 

¿De dónde viene esta fuerza? Como os podéis imaginar, no tengo ni idea. Quienes me leéis con frecuencia y quienes me conocéis personalmente sabéis que yo no hago esto para divulgar científicamente datos exactos o estudios concretos. Esto son reflexiones personales, basadas en mi experiencia, y por tanto sesgadas y cortadas por ese patrón.

Mi intención no es otra que expresarme en libertad tanto por este medio escrito, como por la palabra, y algunas veces por el medio artístico. Entonces cuando digo que esa energía vital nace del cuerpo, es algo propio y personal pero que quizá tú también puedes sentir igual. ¿Verdad?

Y detallo que viene del cuerpo porque puede ser que otros piensen que viene de la mente, en modo de creencias o en modo de sistema operativo de base, es decir, que haya gente que “sepa” que la energía vital “es un hecho” en todos y que por lo tanto no hay que darle más vueltas al asunto, y menos tener que pararse a sentirla.

Bajo mi punto de vista, sin un cuerpo con salud, -que ya no voy a decir saludable porque creo que esa palabra está perdiendo el sentido-, no hay energía vital suficiente. Y mira que el cuerpo aguanta carros y carretas antes de mostrar síntomas de falta de salud.

Es decir, que tenemos margen, incluso maltratándolo un poquito cada día el cuerpo puede mostrar signos de muy buena salud durante mucho tiempo.

A lo que iba. Con salud, la fuerza o la energía vital, las ganas de vivir, se notan mucho más. Se sienten. No es lo mismo afrontar problemas con salud que sin ella o con falta de ella. Y eso creo que nadie me lo puede negar.

Sin salud, es decir, si te encuentras mal físicamente, sea cual sea la razón, estás más irritado, más triste, más limitado, empiezas a no poder hacer cosas, y ahí vas en picado y deseando que se te pase pronto. Ahí nos damos cuenta de que sin salud no somos nadie, o al menos no podemos ser nuestra mejor versión, o estar equilibrados al menos.

Llegas hasta jurar y rezar a Dios que si te recuperas te cuidarás más, o lo que sea. Quieres salir de esas sensaciones corporales molestas como sea. ¿Me equivoco?

Por lo tanto eso de “la salud es lo primero”, lo tenemos todos claro cuando las cosas “van regular-mal”.

Pero ¿somos coherentes con esa frase que tan fácilmente decimos en cualquier charla coloquial cuando las cosas van bien? Seamos sinceros: NO.

La salud muchas veces no es lo primero

 

Y yo lo entiendo perfectamente, por eso estoy haciendo esta reflexión. La salud es algo que a veces damos por hecho. El cuerpo es una máquina que nos viene regalada, con un funcionamiento impecable, -con sus excepciones, por supuesto-. Y es algo que, como funciona solo, pues poco a poco nos vamos desconectando de él.

Es como una mascota que ya está entrenada. Nos regalan ese perrito súper educado, obediente, tranquilo, que hace todo muy fácil. ¡Genial!. Al principio lo cuidamos, admiramos lo bien que hace todo, nos preocupamos por bañarlo, por darle el mejor pienso, por darle cariñitos. Pero una vez pasada la novedad, pues vamos haciéndole menos caso, total, ya está bastante bien entrenado y parece no perder cualidades. Ya le compramos el pienso más baratillo, quizá no le bañamos tanto o no le sacamos tanto a pasear o le damos más chuches de perro, o lo que sea.

El caso, ¿creéis que ese perrito no acabará afectado por esa falta de atención? Puede que deje de obedecer, puede que se empiece a encontrar mal porque le falta cariño o ejercicio, puede que ya no salga a saludarte o te acerque la pelota. Puede que se muestre más apático, ¡quién sabe!.

Entonces quizá nos asombremos diciendo: “A este perro le pasa algo, ya no es el que era, no entiendo que ha pasado”. Ejem, ¿en serio?.

Y esto nos pasa con el cuerpo también. No sé si la metáfora del perro es lo más gráfico, pero es lo que me ha salido ahora mismo. Mis hijas están insistiendo mucho en tener un perrito y yo no lo veo nada claro. Puede que se me haya metido mucho la idea en la cabeza. Disculpadme.

Consecuencias de volver a cuidarse

 

Yo no soy para nada un ejemplo de cómo cuidar el cuerpo. Lo he maltratado y lo sigo maltratando de vez en cuando lamentablemente. Pero de un tiempo a esta parte me conecto mucho más con él y cuando digo eso de “la salud es lo primero”, de verdad que así creo que lo practico, al menos el 80% o más, del tiempo.

En mis prioridades vitales, la salud está por encima del trabajo, por ejemplo, de las aficiones o de los momentos de hedonismo.

A mi no me chifla entrenar cada mañana, no. Es decir, preferiría levantarme tranquilamente, hacerme un café y ponerme a escribir, por ejemplo. Pero reconozco que cuando acabo el entrenamiento o la sesión, como lo queráis llamar, me siento muy bien e infinitamente agradecida por haber elegido hacerlo. Me da vida y además me da satisfacción porque está en coherencia con lo que pienso, con mis valores, con eso de que yo me considero una persona que se ocupa -y no preocupa- de su salud y bienestar.

Y por eso hago ejercicio a primera hora, porque es la hora en la que he detectado que me cuesta menos decir que no, que me cuesta menos hacerlo, que mejor me sienta, que mejor se adapta a mi rutina, etc.

Y que alguna vez he dicho que no a levantarme a hacer ejercicio, ¡claro! ¡no soy un robot!. Pero no llego a contar esas veces con una mano en un mes, por ejemplo.

Puede que esté llamando a la puerta del destino y ahora mismo me venga una desgracia que me haga tragarme mis palabras, una tragedia que me haga caer en depresión y mis rutinas diarias se vayan a la deriva y lanzarme a los brazos de los ultra procesados y la vida sedentaria. Y entonces tendré que retractarme de mis palabras, meterme en un hoyo y avergonzarme de que he tenido la boca muy grande… Puede, hay cosas que no puedo controlar.

También puede que me pase la desgracia y todo este trabajo físico y mental que he estado haciendo me de las herramientas suficientes para capear el temporal e intentar llevarlo lo mejor posible, minimizando al máximo sus posibles consecuencias a nivel de salud y de mentalidad. También puede ser.

Puede que mañana quiera morirme otra vez, o puede que continúe sintiendo las ganas de vivir, disfrutar, aprender, seguir, curiosear, descubrir, reir, sentir incluso lo menos agradable…

Energía vital, ¿la tenemos de base o la debemos trabajar?

Contexto de la imagen: vacaciones de verano del 2021. Planeamos cinco semanas en España después de no haber podido viajar desde Diciembre. A las dos semanas comenzamos cuarentena, en casa hay dos positivos. Al final yo acabo estando 18 días en cuarentena. Esta cara es de los primeros días.

A pesar de lo ocurrido, sin embargo, del cambio de planes, de la frustración inicial, del no poder hacer todo lo que de corazón me apetecía hacer… No puedo estar más agradecida a lo que pasó. Puede que suene a mezcla entre new age fumada y masoquista estoica, pero la realidad es la que es.

Puede que otros…

 

Puede que otros no piensen como yo. Lo tengo claro. Al  fin y al cabo yo soy una «espartana» tal y como dicen mis padres, -aunque realmente no sé a qué se refieren concretamente con esto-.

Puede que otros obtengan la energía de vivir de sus momentos de diversión, de hedonismo, de disfrute, de placer… Yo también disfruto de esos momentos, pero no creo que de ellos provengan mis ganas de vivir, mi energía para el día a día.

A mi me gusta retozar en la cama un fin de semana, tomar un desayuno «continental», probar los postres, me gusta vaguear, comerme un helado, estar una noche bailando sin parar, beber hasta decir tonterías… Pero eso me gusta en dosis menos habituales, porque al final me desequilibra.

Puede que me tachen de rara pero yo disfruto mucho de mi rutina, de mi día a día, de mi semana, de mis cosas… Disfruto mucho, y si me las quitasen o me impidiesen llevar mi rutina, me molestaría, me afectaría. Estoy segura.

Aún habiendo cosas de esa rutina que no son agradables, que te incomodan, o que te ponen en situaciones que no son 100% placenteras.

¿Qué le vamos a hacer?

Y resumiendo

 

Y resumiendo entonces os digo que, algunos sí la tendrán de base, otros no tanto, pero estas ganas de vivir se trabajan, según mi visión de las cosas.

Y yo, que no sé hasta qué punto la tengo siempre como sistema operativo central, creo que esta energía de vivir debe cuidarse cada día, empezando por la salud física.

Para mi la consecuencia de todo esto, la de ser coherente y hacer ejercicio cada mañana o comprometerme con moverme un mínimo cada día, la de cuidar mi alimentación y anteponer la salud -aburrida y sosa como le puede parecer a muchos- al hedonismo, o la de no trabajar por las noches… Para mi la consecuencia es que puedo sentir las ganas de vivir, bien ancladas al pecho, a la altura del corazón, e irradiando mucho calor y mucha luz al resto del cuerpo.

Merece la pena, mucho.

 

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