Descendientes de Carlos, el español de Hamburgo
Sentado junto a un árbol, en uno de los valles ubicados en la parte oeste de las murallas de la ciudad de Hamburgo, Carlos intentaba construir un arma con unas piedras y unas tiras de cuero que había encontrado cerca del baúl de su padre.
La temperatura continuaba bajando y las ropas que había traído de Almansa ya no eran suficientes para soportar aquel frío. Con un ágil movimiento se puso en pie y comenzó a correr en dirección a Altona.
“La mejor manera de entrar en calor es el movimiento, arrimarse bien a otro y beber un trago de vez en cuando”. La voz de su padre resonaba en su cabeza mientras sentía cómo el corazón bombeaba cada vez más rápido y la temperatura corporal aumentaba.
La travesía hasta Hamburgo había sido larga. Habían tenido que atravesar todo tipo de valles, montañas y bosques. A veces andando, a veces subidos a la mula o en la parte trasera de alguna tartana, Carlos, su hermana Herminia y su madre habían podido ser testigos de lo que significaba formar parte de una expedición militar española.
Carlos no perdió detalle durante el viaje. A sus 12 años nunca hubiese imaginado formar parte de una aventura como esa. El niño observó que durante el día su padre se alejaba y se acercaba a la tartana. Visitaba a compañeros españoles, maldecía a los franceses, esos supuestos aliados, hablaba con superiores, controlaba las provisiones y se aseguraba de que tanto su madre como él y su hermana estuviesen bien.
Atravesando una zona montañosa muy complicada y azotados por vientos helados, preludio de alguna manera de la climatología de las tierras que les acogerían más tarde, José Roncero, teniente del Regimiento de Caballería de Almansa, frotó la espalda de su primogénito con ganas y le regaló aquel consejo que nunca olvidaría.
Las piernas ya le dolían cuando el niño pudo reconocer la zona donde se había acantonado el regimiento. Carlos percibió una agitación inusual a esas horas del día. Los soldados andaban de un lado a otro a paso ligero, mientras que las mujeres mantenían un rictus serio y se afanaban en recoger lo que estaban haciendo.
El grupo de niños locales que normalmente merodeaba por el campamento escuchando a los soldados tocar la guitarra u observando cómo jugaban a la pelota o a las cartas, estaba reunido en la puerta de una de las casas y seguían de cerca la extraña situación. Sus miradas saltaban de una persona a otra, y se apretaban contra la pared cada vez que una hilera de caballos españoles se cruzaban por delante dispuestos a que les colocaran las monturas.
De un tiempo a esta parte, todo resultaba bastante confuso. Cuando Carlos no podía dormir se escabullía a los establos para escuchar las batallitas de los soldados. Borrachos hasta las cejas y con los puros medio apagados, los españoles maldecían a los revolucionarios franceses, hacían conjeturas sobre qué gobernante podría sacarles de aquel atolladero sin sentido, y contaban historias sobre batallas navales épicas que podrían haber sido ciertas o inventadas. Otros se revolcaban entre la paja con aquellas señoritas que también se habían unido a la expedición, y los más mayores guardaban silencio con una mano en la botella y la otra cerca de la bota que escondía la navaja artesanal que seguramente les acompañaba desde niños.
Carlos cruzó la calle principal esquivando carros, mulas y soldados. Dentro de la casa que les había dado cobijo todos esos meses encontró a su hermana y a su madre. Corrió a la habitación de su padre y la encontró vacía. Ni su baúl ni su uniforme estaban en su sitio. Cuando volvió a la sala miró a su madre y no necesitó hacer preguntas.
Era marzo de 1808 y el teniente general Pedro Caro y Sureda, III Marqués de La Romana, había ordenado partir a Dinamarca. Las órdenes por parte de los franceses eran claras, debían desplegarse por la costa y evitar que los ingleses tocasen tierra.
En dos días aquel campamento improvisado quedó despejado. Aún así, los niños locales seguían deambulando por la zona en busca de algo inusual y divertido que llevarse a la memoria.
Carlos viajó hasta el centro de Hamburgo subido a la mula junto a su hermana. Su madre caminaba delante y llevaba las riendas de la pequeña expedición familiar. Encontraron la casa que estaban buscando, una construcción robusta de varios pisos. Llamaron a la puerta y una mujer rubia entrada en carnes les recibió con una sonrisa forzada.
Dentro de la estancia asignada, la madre de Carlos extrajo un delantal del saco de la ropa, a continuación abrió un libro que llevaba en el zurrón, cogió un cartón de su interior y lo posó en la única mesita que había. Después salió de la estancia con la mirada al frente. Los ojos de José Roncero brillaban especialmente cuando lucía ese uniforme amarillo. Impecablemente vestido se mostraba erguido, con su barba bien cuidada y su pañuelo al cuello. Un primo suyo le había regalado aquel retrato a lápiz hace unos veranos y la madre de Carlos se había asegurado de cogerlo del baúl antes de que los soldados se llevasen las pertenencias de su marido a Dinamarca. Ahora otro desgraciado errante lucirá el uniforme con brillo en los ojos y un amor a la patria desmedido que se llevará su vida por delante.
Carlos sintió una necesidad urgente de salir de aquella habitación. Cogió a su hermana de la mano arrimándose lo más posible a ella. La niña tenía esa mirada soñadora que él no entendía del todo.
-La mejor manera de entrar en calor es el movimiento, arrimarse bien a otro y beber un trago de vez en cuando, Herminia-. Y una vez dicho esto, salieron de la estancia en dirección a la calle.
Esta es una historia basada en hechos reales.
La Expedición española a Dinamarca fue un contingente de 13.355 hombres, 3.088 caballos, 25 cañones, 116 mujeres, 69 niños y 49 criados, que fue enviado por España a Dinamarca como ayuda a Napoleón en 1807 para proteger las costas danesas de desembarcos británicos.
Cabe la posibilidad de que alguna familia española se quedase en Hamburgo a vivir fruto de esos cambios bruscos y repentinos que da la vida. ¿Por qué no?. Imagina por un momento la rocambolesca idea de que alguno de los descendientes de aquella familia hubiese vuelto a España a vivir sin conocer sus raíces si quiera. Y por otro giro de timón, otro descendiente de aquél alemán en España regresase a Alemania, a la ciudad en la cual su antepasado tuvo que vivir tras el paso de aquella expedición española.
Referencias:
Podcast de Memorias de un Tambor: «Expedición a Dinamarca»
Wikipedia aquí.
La expedición a Dinamarca del Marqués de La Romana (1807-1808) (I). Antecedentes y preparativos, de El rincón de Byron. Aquí.
Imagen de portada:
Obra El Juramento del Marqués de la Romana, donde el militar jura con sus tropas lealtad a la patria en 1808. Realizado por Manuel Castellano en 1850. Encontrada en Wikipedia.
Yo te busco, no te preocupes
Únete a la newsletter y recibe en tu bandeja de entrada todas las nuevas historietas que mando a los suscriptoresAnita Balle
Publicista y Autora de este Blog
La parte cotilla de todo esto
Publicista, estudiante de Psicología y Morfopsicología. Aprendiz de coaches y otros mentores. Madre de familia y pareja de ingeniero. Actualmente viviendo en Hamburgo.