Comparación

Comparación

El otro día escuchaba a la psicóloga Alba Cardalda que desde que nacemos nos estamos comparando. La diferencia es que cuando somos pequeños nos comparamos para crecer y aprender. Al bebé le llama la atención ver que los padres emiten sonidos, y él quiere hacerlo también. Ve que las personas andan erguidas y corren, y él quiere también… A través de la imitación vamos avanzando en la vida, y en la imitación está implícita la comparación. Yo no sé hacer esto todavía y tú sí, quiero aprender a hacerlo yo también. Aquí está el sano binomio comparación-imitación.

Además, cuando uno es pequeño cada logro se celebra. Si tenéis hijos recordaréis las grandes celebraciones que se hacen al momento cuando esos locos bajitos dicen sus primeras palabras, cuando dan tres pasos seguidos, o aciertan con el orinal… Un refuerzo positivo en toda regla.

Así que la comparación está en nuestro ADN. Nos comparamos con nuestros hermanos, con nuestros compañeros de clase, con nuestros padres o referentes… Y los imitamos o decidimos no hacer lo que ellos hacen con la finalidad de avanzar. Y mientras la cosa esté equilibrada y lo hagamos desde ese punto de vista, no parece que haya ningún problema. 

Aprender nuevas habilidades, avanzar en el mundo profesional, entrenarse física o mentalmente, cuidarse mejor, trabajar los buenos hábitos… Todo parece muy loable, y el que más o el que menos tiene alguien por ahí en el que inspirarse.

Hay muchas personas que lo hacen así y no sufren ningún tipo de afectación a su salud mental. Buscan un referente, lo estudian, intentan copiarlo, realizan una comparación sana entre él mismo y el modelo a seguir, y trazan el camino o la estrategia. 

Sin embargo, hay personas que en el espectro de la comparación no se manejan muy bien.

Al mismo tiempo que se comparan con los demás, se desvalorizan a ellos mismos, se sienten inferiores y desdichados. Les es muy difícil compararse de una manera neutral o que proteja su autopercepción. No pueden evitar sentir esa pequeña punzada en su autoestima cuando ven en otros algo que ellos desearían, y esto les lleva a tomar a dos posiciones: ponerse por encima o ponerse por debajo.

Ponerse por encima sería empezar a criticar cualquier cosa con tal de que esa persona con la que nos estamos comparando acabe en un escalón por debajo.

Se busca cualquier excusa para restar valor a lo que el otro ha conseguido o es en sí mismo. Ya sea porque lo que hace no es novedoso, porque lo que ha conseguido es por genética, porque su sistema de negocio no es moral, su comunicación no es honesta, o no se presenta de manera suficientemente perfecta…

El miedo está en evitar a toda costa sentirse insignificante, así que si se puede colocar al otro en una postura más insignificante que la mía, me quedaré tranquilo. 

Ponerse por debajo sería tirar por tierra todo lo que eres y has hecho hasta el momento. Es quitarle el valor a tus acciones, no tener amor propio. Lo mismo que hiciste con el otro cuando te ponías por encima, te lo haces a tí mismo. Es autodestruirse.

El compararte de esta manera hace que no puedas disfrutar de ti, ni de todo lo que ello implica. Hace que cuestiones tus valores, tu forma de hacer las cosas, tus decisiones, el camino que has elegido… 

Cuando uno se compara situándose en una posición inferior al otro, se tira piedras sobre su propio tejado. Asume de base que las posiciones iniciales de ambos han sido las mismas, que han tenido las mismas oportunidades y que, al ser el otro “mejor” en algo concreto, tú no has sabido aprovechar la oportunidad o llegar a ese nivel. Que no has tenido las capacidades, ni la inteligencia o la sabiduría para ello. Vuelve la sensación de volverse mediocre, insignificante, inferior, incapaz, no válido.

Las personas que gestionan erróneamente la comparación, de fondo tienen un miedo nuclear relacionado con la valoración personal, el sentirse ignorado, no visto, no tenido en cuenta. 

No ven la realidad con la claridad y objetividad suficiente para saber identificar y valorar de una manera sana otros factores o condiciones que hayan contribuido al éxito del otro, al igual que son incapaces de recordar que ellos mismos poseen también dones, habilidades y capacidades dignos de mención y de tener en cuenta.

Y hoy tenemos un arma entre las manos que fomenta la comparación cada minuto. Incluso los que a día de hoy no sienten que la comparación cause estragos en su autoestima, pueden empezar a encontrar pensamientos en su cabeza referentes a su valía o capacidades, a si aprovecharon oportunidades o si fueron suficiente, a si están haciendo lo que tendrían que hacer, a si se están equivocando de camino… 

Los más vulnerables, los que de base no saben compararse de una manera saludable, van a tener que aprender a gestionar esa sensación de inferioridad.

Tendrán que trabajar en sí mismos, defenderse de su propia inercia natural a despreciarse y a hacerse de menos, y aprender a agradecer lo que son y lo que hacen, valorar lo que han conseguido, tener compasión y paciencia con lo que todavía no pueden hacer o incluso nunca tendrán o podrán conseguir, y honrar su propio camino y decisiones.

Al final todos tenemos que estar preparados y ser conscientes de que la época en la que vivimos está abocada a la comparación constante. Las consecuencias ya las estamos empezando a ver en el aumento de casos relacionados con la salud mental en la población infanto-juvenil.

El cómo gestionaremos este tema los adultos de hoy y los del mañana dependerá también de ser conscientes de dónde viene el problema, qué lo fomenta y qué emociones genera. Empezar primero nosotros a tenerlo en cuenta y a trabajarlo, es partir desde una posición de ventaja.

Y tú ¿qué opinas?

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Anita Balle

Autora de este Blog

La parte cotilla de todo esto

Publicista y creativa de profesión, psicóloga de vocación y actualmente ejerciendo también como terapeuta. Madre de familia y pareja de ingeniero. Actualmente viviendo en Hamburgo.

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