Los Peter Pan
Todos conocemos a alguien entusiasta, alegre y divertido. Aquellos que siempre ven el lado positivo de las cosas y que cuando ven a Tristeza acercarse, aquella que tocaba alguna bola de esas del recuerdo y la volvía azul, huyen despavoridos hacia el lado contrario como alma que se lleva al diablo.
Todos conocemos a una de esas personas, a las que quizá hemos visto llorar. Y su cara vuelve a ser la de un niño desvalido, y sus lágrimas ruedan veloces por sus mejillas para caer casi sólidas al suelo. Y ellos a veces las dejan así, porque esa sensación infantil hasta cierto punto les reconforta.
Otros, sin embargo, van rápido a quitárselas de la cara. Miran hacia arriba para que se vuelvan a colar en los ojos. Respiran y vuelven a sonreír. “Ya está, ya está, así no, así no vamos” se dicen. Quizá sueltan alguna broma, hacen algún chiste y se pierden en su cabeza por un tiempo hasta que se recomponen. «¡Vamos a tomar un helado, o unas cervezas, o vamos a salir a escalar, a la playa o de cena!»
Esas personas de ideas rápidas y brillantes, de mente despierta y audaz, poseen el gran talento de ser capaces de captar aquello a lo que los demás no llegan. Los estímulos se agolpan en su cabeza creando un mundo de ideas compuestas de retales de aquí y de allá. Ese sonido con aquella imagen, esa persona con aquél olor, aquél comentario con esta situación, ese ritmo con una melodía antigua. Así pueden dar soluciones a problemas de una manera creativa, original y diferente, fruto de ese baúl de elementos aparentemente inconexos y tan variados.
A veces pueden sorprender, porque al verles con esa actitud que nos recuerda tanto a los niños, parece que no sean capaces de ponerse serios. ¡Y vaya si son capaces!. Cuando estas personas encuentran un equilibrio entre el placer y el deber que les estimule y les atraiga, se convierten en grandes profesionales, en trabajadores incansables y metódicos capaces de mucho más de lo que podrían aparentar.
De hecho, en ocasiones pueden quedarse enganchados en esa zona de la responsabilidad. Se vuelven duros y exigentes, la sonrisa se convierte en mueca y la estructura les invade y encarcela. Comienzan a olvidar la espontaneidad del niño que llevan dentro, se pueden obsesionar con el deber y con el futuro, y así pierden las alas y los estímulos del exterior más que alegrar, perturban y molestan.
Todo empieza a desmoronarse poco a poco. La frustración se desayuna todos los días y esa sensación de que las cosas no deberían ser así aparece en casa, con los niños, en el trabajo, con los amigos, con la familia, con la música, con las series, con los libros… Todo sabe a gachas de avena insulsas cocidas con agua.
Prueban cosas nuevas, no vaya a ser que todo sea que el aburrimiento ha llegado a su puerta y simplemente haya que buscar otros caminos. Otra pareja, otro trabajo, un corte de pelo, una nueva afición. La respuesta puede estar detrás de cualquier novedad y no puedo quedarme de brazos cruzados con esta presión en el pecho que solamente me pide que corra hacia el otro lado.
Esta persona entonces se retrae, se mete en su mundo y decide no salir. Se oculta en su cueva. Está pero no está. Y las personas de alrededor se dan cuenta -las que no se habían dado cuenta ya-, de que algo no anda bien. Intentan ayudarle, le preguntan y esperan pacientes la oportunidad de poder devolverle la sonrisa a esa gran persona que tantas alegrías y momentos divertidos ha dado de manera natural e incondicional.
Y salen, porque todos al final salimos de una manera u otra. Y la muesca de la experiencia se queda marcada en su piel, no tanto como un trauma, sino más como una sabiduría. Algo que les hará recordar ese recorrido de la insatisfacción, aunque sea por un momento. Algo que les alumbrará la salida la próxima vez que se obsesionen por buscar ese estado permanente de alegría, diversión, estímulo y entusiasmo.
Pero como todos los aprendizajes, esto debe de repetirse las veces suficientes para que cale. Y encontraremos a personas con sonrisas vivaces en caras tristes. Con energías increíbles, ganas de vivir la vida y absorberlo todo, en rostros apagados o con miradas perdidas que ya saben lo que es pedir a gritos silenciosos ayuda.
Y estas personas serán más sabias, más equilibradas, y sabrán exprimir las gotas de cada ocasión con calma, sin gula. Y acogerán a ese personaje azul que está en ellos, y sabrán convivir con él sin querer quitárselo de encima a toda costa. Y aún estando con él no perderán su sonrisa y sus ganas de vivir, dando así ejemplo de que se puede ser adulto sin perder la esencia del niño.
Si conoces a alguien así que lo esté pasando mal, dile que me escriba.
Yo te busco, no te preocupes
Únete a la newsletter y recibe en tu bandeja de entrada todas las nuevas historietas que mando a los suscriptoresAnita Balle
Publicista y Autora de este Blog
La parte cotilla de todo esto
Publicista, estudiante de Psicología y Morfopsicología. Aprendiz de coaches y otros mentores. Madre de familia y pareja de ingeniero. Actualmente viviendo en Hamburgo.