Sonya, Iryna y Nadiya
Sonya sonreía mientras se acercaba hasta donde estábamos. Nos dimos un abrazo, nos habíamos visto hace pocos días pero hemos establecido este tipo de saludo entre nosotras. Yo le pregunto qué tal está en inglés y ella me contesta en alemán con fuerte acento ukraniano, que siente no haber podido recoger todavía las bolsas de ropa y juguetes que le dejé en casa de su amiga Iryna.
“No he tenido tiempo, ni yo ni ella. Entre los cursos de alemán y el día a día nos pasamos la jornada fuera de casa y el fin de semana descansamos y hacemos las tareas de casa”.
Nos metimos en la función escolar y al acabar coincidimos en un restaurante de comida rápida. Era tarde y ni ella ni yo habíamos tenido tiempo de preparar nada en casa. Allí tuvimos ocasión de ponernos al día mientras las niñas se entretenían con la cena.
A finales de febrero de 2022 estalló la guerra entre Rusia y Ucrania. Al poco tiempo ya se conocía que sobre todo mujeres y niños estaban abandonando el país. En el colegio nos avisaron que iban a llegar un buen número de familias y que colaborásemos con lo que tuviésemos, ya sea ropa, material escolar, juguetes e incluso comida enlatada.
En una semana la entrada del colegio estaba repleta de zapatillas, scooters, fiambreras, chaquetas, guantes, gorros, mantas, muñecas, legos y comida no perecedera.
En el colegio de las niñas imparten clases gratuitas de alemán para madres. Me apunté para empezar a romper el hielo con el idioma y, sobre todo, para conocer gente.
Una turca, una rusa, una mujer mayor de Kazajistán y yo éramos las alumnas habituales. La profesora había nacido en los Países Bajos pero se había criado en Alemania. Suerte que ella sí chapurreaba inglés.
Las clases eran un día a la semana y duraban 3 horas. Hacíamos ejercicios de todo tipo, hablábamos, tomábamos café… Eran lecciones bastante relajadas y lentas. De hecho este fue uno de los motivos por los que dejé de asistir. Aquél día se me echaban encima el resto de tareas del día y no me compensaba. Me resultaba complicado asegurar un hueco de 3 horas seguidas cada semana para las clases.
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Recuerdo aquella fría mañana de primavera bastante bien, creo que nos impactó considerablemente a las cuatro mujeres que estábamos ese día en aquella habitación.
Estando en mitad de una de aquellas clases, llamaron a la puerta del aula. Era la secretaria del colegio, abrió y dio entrada a 8 mujeres de entre 28 y 40 años más o menos. Todas sonreían con cara de circunstancia. La secretaria le dijo algo en alemán a la profesora y ésta contestó sorprendida. Estaba claro que eran nuevas alumnas, para la próxima clase tendría que traer más fotocopias.
Juntamos mesas, trajimos sillas e hicimos un corro. Empezamos a intentar presentarnos en alemán. Todas provenían de Ucrania, solo una podía decir algo en alemán y tres de ellas hablaban un poco inglés. Las compañeras rusa y kazaja ayudaban a traducir el ucraniano.
Aquél grupo de madres ucranianas continuó asistiendo a clases de alemán. A ellas se añadían otras y algunas dejaban de asistir porque les iban concediendo hogares lejos del barrio en el que está el colegio.
Poco a poco fuimos conociendo detalles de sus historias. Nadiya, la chica que sabía alguna palabra en alemán, había hecho un curso intensivo de 3 meses durante las noches, tenía un hijo pequeño y estaba viviendo con una familia de acogida.
Era muy pálida de piel y las ojeras le acentuaban unos ojos tristes cargados de responsabilidad. Había estudiado algo relacionado con el arte y la documentación y nos comentó que su objetivo era conocer el idioma rápido para poder buscar trabajo. No dudo que ya lo tenga, se le veía muy tenaz y persistente. En pocas semanas se convirtió en la portavoz de aquél grupo.
Iryna era el nombre de otra de las mujeres y había sido la razón por la que todas habían llegado a Hamburgo. Cuando estalló la guerra se puso en contacto con un amigo suyo que vivía en esta ciudad y el chico le ofreció ayuda. Ella lo comentó en el grupo de amigas pero nadie pareció tener intención de acompañarla al principio.
Todas ellas se conocían de la infancia y vivían distribuidas en ciudades más o menos cerca las unas de las otras. Una mañana cayó un bomba en la zona donde ellas vivían. Entonces tomaron la decisión, le explicaron a los niños lo que sucedía y lo que iban a hacer, informaron al resto de su familia, pusieron en maletas lo que les cupo y se despidieron de sus maridos. Irían con Iryna a Hamburgo.
Iryna es rubia, alta y tiene los ojos azules. Su cara es muy simpática y contagia la sonrisa fácilmente. El hecho de que entendiese más o menos bien el inglés y pudiese expresarse facilitó que pudiéramos entablar una relación.
Ella trabajaba en una tienda de muebles en Ucrania, de hecho la regentaba con su marido, pero ahora estaba todo absolutamente parado y no podían ni hacer gestiones online. A Iryna le acompañaron en su viaje su hija adolescente y su hijo pequeño de unos 4 años. Los maridos tienen la obligación de no abandonar Ucrania.
Sonya, que también hablaba un poco de inglés, también trabajaba y pudo mantener un tiempo su actividad online. Ella tenía un hijo y una hija en edad escolar y vivía en un piso de acogida con otra familia ucraniana.
Iryna y Sonya me enseñaron fotos de su ciudad. Parques destruidos, edificios abandonados con claras señales de haber sido atacados, colegios incendiados. “Aunque queramos no podemos volver, así está nuestra ciudad, aquí no es seguro para los niños”. Me enseñaron montajes con fotos del antes y el después. Ciudades como podrían ser Alicante, Murcia o Almería por ejemplo.
Conociendo los detalles de este grupo de madres ucranianas, empecé a ofrecerles la poca ayuda que podía, lo que se traduce en darles ropa de adulto y de niña, juguetes, chaquetas, calzado, mochilas… También les ofrecí muebles, ya que algunas de ellas comenzaron a mudarse a casas que el estado les facilitaba.
Conforme iban aceptándoles en los centros de acogida de la ciudad, las madres ucranianas fueron abandonando el curso de alemán del colegio. Ahora debían asistir a clases del idioma y la cultura una media de 4 horas al día. La finalidad era conseguir la certificación mínima para poder optar a un trabajo en Hamburgo.
Mantengo el contacto con Iryna y Sonya, especialmente con esta última. Sus hijos siguen yendo al colegio y ella continúa avanzando en sus certificaciones de alemán. Ya es capaz de comunicarse bien y entender más o menos el idioma, de hecho apenas habla inglés, aunque lo sigue entendiendo.
Sonya colabora entusiasmada en las actividades que realiza el colegio. Es una mujer risueña y alegre. Hemos hablado más de una vez de cómo se siente y de cómo está manejando la situación. Lo tiene bastante claro, a día de hoy no pueden volver. Tiene que proteger a sus hijos y garantizarles un futuro.
Los niños han aprendido a ir a la escuela solos y a ayudar a su madre en las tareas del hogar que puedan mientras ella asiste a los cursos. “Es difícil pero es lo que nos toca vivir y debemos afrontarlo”.
Con Iryna la situación se repite. El otro día me comentaba que había conseguido un trabajo en una guardería, pero que le estaba suponiendo un esfuerzo sobrehumano atender a los cursos, al trabajo, a la casa y a sus dos hijos. Estaba muy cansada.
Datos:
El conflicto bélico entre Rusia y Ucrania ha sacudido nuestra realidad. Y es que incluso viviendo en sociedades con un nivel de desarrollo bastante elevado, no estamos exentos de poder llegar a vivir situaciones como la de Sonya, Iryna o Nadiya.
Cuando se habla de refugiados de guerra, se nos llena la mente de imágenes que organizaciones como Greenpeace, Médicos sin fronteras y Acnur emiten una y otra vez en sus campañas. Y no es de extrañar, ya que según la Organización Internacional para las Migraciones (OIM), entre 2005 y 2020 el mayor número de refugiados provenían de la República Árabe Siria, Afganistán, Sudán del Sur, Myanmar y República Democrática del Congo.
Según el último informe de OIM, más de la mitad de todos los refugiados residen en 10 países. Turquía es, por quinto año consecutivo, el principal país de acogida del mundo, con más de 3,6 millones de refugiados, en su mayoría sirios. Líbano también figura entre los primeros 10 países de acogida. Pakistán y la República Islámica del Irán le siguen al ser los principales lugares de acogida de los refugiados de Afganistán. Uganda, Alemania, Sudán, Bangladesh y Etiopía representan los cinco restantes.
Según el portal de datos sobre la situación de las personas refugiadas de Ucrania de ACNUR, el cual se actualiza cada semana, hay casi 6,2 millones de personas refugiadas procedentes de Ucrania en todo el mundo. De ellos, casi 1,1 millones están en Alemania y casi 200 mil en España. Paradójicamente casi 1,3 millones de ucranianos se han registrado en la Federación Rusa, aunque los datos en este país en concreto llevan sin actualizarse desde finales de 2022. Polonia sería el tercer país de acogida.
Aunque la situación de seguridad en Ucrania continúa siendo delicada, se han registrado desplazamientos de ida y vuelta. Algunas personas cruzan a Ucrania para evaluar la situación, revisar sus propiedades, visitar a sus familiares o ayudarles a salir. Otras se dirigen al oeste de Ucrania y a las zonas cercanas a Kiev y Chernígov con la intención de quedarse.
Muchas de las personas que han regresado se han encontrado con que sus casas están gravemente dañadas y han tenido dificultades para encontrar trabajo y no han tenido otra alternativa que volver a irse.
En los conflictos bélicos más que bandos, sobre todo hay víctimas, pero esto no es nada nuevo. Desgraciadamente es una utopía que podamos vivir todos en paz, y solamente hace falta conocer un poco nuestra historia para darnos cuenta de ello.
Lo que nos queda es intentar hacerlo lo mejor posible cada día. Pero este no es un mensaje que acabe calando en personas concretas. Lo cierto es que estamos a merced de unos pocos que llevan la batuta en toda esta orquesta. Y siempre ha sido así.
Lo que nos queda es ayudarnos entre nosotros. Entre los que estamos aquí abajo. Ser la parte humana que es solidaria, que apoya, que protege, que une, que es compasiva, que echa una mano. Y no formar parte de esa otra parte, también humana, que nos lleva por caminos de rencores, miedos, envidias, odio y desunión.
Ahora, tampoco aseguro que esa sea la solución y no forme parte del plan de los de arriba.
¡Qué fácil es hablar desde el cómodo sofá de tu hogar! ¡Qué caprichosa e incoherente es la vida en ocasiones!
Por las Sonyas, Irynas y Nadiyas del mundo.
Notas:
Los nombres de las chicas han sido modificados.
Fuentes de los datos: Aquí, aquí y aquí.
Interesante escuchar el podcast de Observador Global «Refugiados y Migrantes».
Yo te busco, no te preocupes
Únete a la newsletter y recibe en tu bandeja de entrada todas las nuevas historietas que mando a los suscriptoresAnita Balle
Publicista y Autora de este Blog
La parte cotilla de todo esto
Publicista, estudiante de Psicología y Morfopsicología. Aprendiz de coaches y otros mentores. Madre de familia y pareja de ingeniero. Actualmente viviendo en Hamburgo.