¿Podemos hacer un uso ejemplar de las redes y la tecnología?

¿Podemos hacer un uso ejemplar de las redes y la tecnología?

¿Podemos hacer un uso ejemplar de las redes y la tecnología?

¿Cómo podemos, desde nuestra área de actuación individual, colaborar en la educación del uso de las redes sociales de las generaciones venideras?

¿Cómo podemos ser un ejemplo viviente de una buena relación entre nuestra presencia en las redes y la vida real?

¿Pueden las empresas y los autónomos colaborar en este asunto de prevenir la llegada de generaciones y generaciones adictas a las notificaciones, los likes, los mensajes instantáneos y la híper conexión?

¿Cómo puede ser que como padres exijamos sentido común y autocontrol a nuestros hijos, para después cruzar la puerta de la oficina y demandar a nuestro community manager las últimas métricas de seguidores, alcance e interacción?

¿No nos damos cuenta que, al fin y al cabo, estamos bailando al son de otros que se lucran de todo esto?

«Comprobar tus likes es la nueva forma de fumar. Cuanto más haces scroll, peor te sientes. Philip Morris quería tus pulmones, la App Store quiere tu alma»

 

«Checking your likes is the new smoking. The more you scroll, the worse you feel. Philip Morris just wanted your lungs, The App Store wants your soul” (1)

En el libro de Cal Newport «Minimalismo digital», se trata esta idea de la adicción a la tecnología y a las redes sociales. De hecho propone un protocolo para «eliminar lo innecesario» en este sentido. Seguramente os hablaré de las ideas principales del libro en otro artículo.

Ya por el 2017 ya se estaba estudiando cómo era eso de que las aplicaciones se crean para facilitarnos la vida, y sin embargo cada vez pasamos más tiempo mirando la pantalla.

Por aquel entonces más de un pez gordo de Google, Facebook y compañía, abandonaba su puesto de trabajo para unirse a ONG’s cuyos cometidos son alinear la tecnología con los intereses más profundos de la humanidad.

Una de esas organizaciones es Center for Humane Technology (CHT) de Tristan Harris, que es a su vez una de las personas que aparece en el documental de Netflix «The Social Dilemma».

Tal y como yo lo veo, el tema de las redes sociales y las aplicaciones es complicado. Creo que hay que tener un discurso bien armado para poder defender tu posición, tanto si es a favor como si es en contra.

Encontrar el camino de la virtud puede ser complicado cuando jugamos con herramientas que tocan de lleno algunas de nuestras necesidades básicas como seres humanos, la necesidad de pertenencia, de valoración y la necesidad de relacionarnos.

Algunos defienden, sin embargo, que es una herramienta neutra, a pesar de ser conocedores del elenco de expertos en psicología y conducta que está detrás de cada uno de estos negocios de la atención.

Sean Parker, cofundador de Facebook, ya dijo hace tiempo abiertamente que el proceso de pensamiento detrás de la construcción de esta red social fue a través de la pregunta «¿cómo acaparamos la mayor cantidad posible del tiempo de las personas y su atención consciente?» (2)

Cal Newport, por ejemplo, en su protocolo para «eliminar lo innecesario», aborda su discurso desde el prisma de los valores, algo que nos recuerda al estoicismo, tan de moda estos últimos años.

 

Todo lo que puedas hacer sin la tecnología mediante, hazlo sin ella. A la larga la gratificación será más duradera y más auténtica.

 

Lo que está claro es que, aparentemente, las aplicaciones y las redes nos han facilitado tanto la vida que volver atrás supone casi un suicidio.

Y realmente, en algunas circunstancias tampoco es necesario volver completamente a la vida analógica 100%. Simplemente es cuestión de hacer unos ajustes.

Porque es más fácil pasarse el día en LinkedIn que asistir a eventos, charlas, o interesarte por la actividad de las empresas en las que querrías trabajar, estar pendiente de lo que hacen, conocer a quienes las dirigen, pensar en la manera en la que podrías involucrarte o estrujarte la cabeza para ver cómo podrías colaborar con ella.

Yo misma soy la primera que tengo serias dudas de que una empresa, por ejemplo, pueda subsistir a día de hoy sin las redes sociales.

 

Así que tampoco es que haya que desenchufarse de todo de la noche a la mañana

 

La psicóloga Diana C. Jiménez, de Infancia en positivo comenta que «las pantallas nos unen a los que están lejos y nos alejan de los que están cerca»

La cuestión es reflexionar sobre el uso que estamos haciendo de las pantallas y el papel que juegan en nuestra vida. Y sobre todo, no engañarnos a nosotros mismos y reconocer hasta qué punto están interfiriendo en nuestro bienestar.

Y a nivel empresarial reflexionemos y pensemos que, ya que queremos emplear estas herramientas, hagámoslo de manera honesta y coherente, e intentemos contribuir lo más posible a construir y aportar a la sociedad desde nuestro campo de actuación.

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«Solo Dios sabe lo que le está haciendo al cerebro de nuestros hijos» (3)

 

Lo que no podemos es pasar por alto el estrago que está causando este tipo de tecnología en la sociedad.

Empezando por los más pequeños, siguiendo por los adolescentes y acabando por los adultos y las empresas.

Por la red hay varios reportajes que hablan de que, curiosamente, los propios directivos de empresas como Google o Facebook alejan a sus hijos de las pantallas.

 

«Escuelas de medio mundo se esfuerzan por introducir ordenadores, tabletas, pizarras interactivas y otros prodigios tecnológicos. Pero aquí, en el Waldorf of Peninsula, colegio privado donde se educan los hijos de directivos de Apple, Google y otros gigantes tecnológicos, no entra una pantalla hasta que llegan a secundaria» (3)

 

Algo pasa cuando en nuestras escuelas se incentiva el uso de las tecnologías desde pequeños, y los que están detrás del desarrollo de toda esta industria de la atención llevan a sus hijos a colegios en los que se reconoce que el trabajo manipulativo, colaborativo y artístico son la clave para el óptimo desarrollo del menor.

Chris Anderson, exeditor de la revista especializada Wired y fundador de GeekDad.com, sitio web sobre crianza para una comunidad de amantes de la tecnología apuntaba en un reportaje que “creímos que podríamos controlarlo. Controlarlo está más allá de nuestro poder. Estas tecnologías van directamente a los centros de placer del cerebro en desarrollo. Entender la situación está más allá de nuestra capacidad”.

La neuropsicóloga Carina Castro incide en el hecho de que los estudios científicos no pueden ir al ritmo de las redes sociales. Cuando se están haciendo estudios sobre cómo afecta Instagram al cerebro adolescente, aparecen TikTok y Snapchat para sumarse a la fiesta.

Personalmente, cuando leo este tipo de comentarios, a veces me da por pensar que, como los de nuestra generación hemos crecido sin redes sociales ni aplicaciones, puede que nos creamos inmunes a sus efectos.

Como si por haber jugado en la calle después del cole con total libertad, habernos aprendido una media de 10 o 15 números de teléfono de memoria o pasar las tardes de verano completamente desaparecidos y solo regresar a casa a por el bocata de tortilla, nos hubiese concedido el superpoder de que nos afectase poco o nada lo relacionado con las redes o la tecnología.

Y puede tener algo de cierto. Puede que de verdad nos afecte menos porque, efectivamente, en la infancia no estuvimos expuestos a lo que nuestros pequeños están expuestos hoy.

Pero la realidad es que, si quisiéramos hacer el protocolo de «desintoxicación» que propone Carl Newport, no nos resultaría nada fácil. De hecho, de unas 1.600 personas que empezaron su experimento inicial, un número considerable se dio de baja en la primera semana, y eso considerando que eran voluntarios.

«Reflexionemos», como decía uno de los curas de mi colegio.

El tema es que los adultos podemos llegar a entender todo esto y, si vemos que realmente la tecnología está restando en nuestra vida, somos capaces de tomar medidas. Al menos tenemos el cerebro lo suficientemente desarrollado para eso.

Cosa que no pasa en los adolescentes.

Modelos sociales

 

Podemos aceptar el uso diario de las redes sociales y aplicaciones o no. Podemos desconectarnos totalmente de ellas o integrarlas en nuestra vida personal y laboral de forma inteligente, adaptativa y coherente.

Podemos incluso volvernos influencers de la nueva forma de relacionarnos con la tecnología.

Había un consejo que nos daba mi padre de vez en cuando que podríamos aplicarlo aquí: «hagas lo que hagas, hazlo bien»

 

Pero ¿cómo es esto de hacerlo bien en este tema?

 

Tal y como yo lo veo, es ser consciente de todo lo que hemos comentado anteriormente, y ver de qué manera podemos ser modelo de un manejo coherente y funcional tanto de las redes sociales como de las aplicaciones.

Si sabemos que las redes pueden ser un arma muy potente que los adolescentes no están capacitados para manejar con conciencia, si conocemos la capacidad de adicción que pueden provocar, es importante que intentemos ser modelos de un uso correcto y saludable de las mismas. No añadir más leña al fuego.

Los adultos de hoy debemos ser conscientes de que podemos aprovechar esta oportunidad que tenemos para contribuir a la sociedad, en vez de tener que rendirnos a ella. Nos dediquemos a lo que nos dediquemos.

Si hay vida fuera de las redes sociales, mostrémosle esa vida sin el móvil en la mano.

 

En persona

 

Si las aplicaciones han sido creadas para facilitarnos la vida y dejarnos más tiempo para las cosas «importantes», demostrémoslo.

Seamos el vivo ejemplo de eso mismo. De priorizar lo que de verdad importa, las relaciones, las experiencias con los demás, los momentos vitales importantes, las pequeñas cosas de cada día, los momentos de soledad y de «aburrimiento» que dan pie a que integremos situaciones, emociones y vivencias.

Priorizar esos momentos que de verdad no necesitan ni de likes ni de comentarios para saber que nos «dan la vida».

Podemos contactar con nuestro grupo del colegio a través de Facebook y quedar con la amiga argentina en Madrid a través de Whastapp o Instagram. Pero el resto de la historia no puede entenderse a través de las pantallas, necesita de carne y hueso y de lo de siempre.

Y el problema es que nos hemos creído que no, que con hablar por Whatsapp es suficiente, que con hacer unas video llamadas de vez en cuando sobra. Y no es así.

Igual que nos hemos creído que estar enganchados a un ruido permanente, a notificaciones, a podcast, a webs de noticias o de contenido concreto es estar a la última y súper informado. Que es estar en la cresta de la ola.

La realidad es mucho más dolorosa, por eso seguimos corriendo en la rueda.

 

Contribuir a todo esto desde nuestra profesión

 

Este punto, quizá, es ya salirse del tiesto, pero teniendo en cuenta que gran parte de los empresarios y autónomos son también personas con cargas familiares, ¿no podríamos ver más allá y convertirnos en ejemplos de un uso sensato de las redes sociales y la tecnología de cara a nuestros niños y niñas?

Invirtamos en redes sociales si queremos, planifiquemos publicaciones, expliquemos de qué va nuestra empresa, hagamos una web preciosa, llamativa, atrayente, funcional. Creemos una aplicación para nuestra escuela que facilite el acceso a los contenidos. Ok.

Pero no sucumbamos al dictado de la estricta rutina de contenido que imponen los de Silicon, ni caigamos en la sensación infundada de que si no decimos algo hoy es que no estamos.

No nos convirtamos en trabajadores de contenido de Facebook, Instagram o Tik Tok. No caigamos en sus redes y nos perdamos siguiendo sus reglas. Lo único que consigue a la larga es deshumanizarnos y convertirnos en copias unos de otros luchando por un espacio en la parrilla.

Al final parecerá que tu jefe es el algoritmo de YouTube.

¿Qué le vamos a decir a un adolescente sobre las redes sociales si nosotros mismos no somos capaces de emplearlas de manera adaptativa?

El mayor de los puntos fuertes de las redes sociales es que te dan la opción de mantenerte en contacto con tu público objetivo, y poder interactuar con él, conocerle, hablarle, etc…

Pero al entrar en el círculo vicioso del algoritmo te exiges una cantidad de publicaciones, de videos, de artículos que te suponen horas de dedicación. Horas que no inviertes en esa parte de la conexión que hemos hablado antes.

Estás más pendiente de publicar y publicar para que el algoritmo no te penalice, que de conocer e interactuar a tu audiencia de una manera más profunda.

Y es que realmente las redes sociales apenas son ya una herramienta de interacción social real. Se parece más a esa escena de Minority Report en la que los anuncios te asaltaban por la calle.

¿Qué ejemplo estamos dando entonces?

Estamos diciendo claramente: usa las redes para generar contenido, para mostrarte, para hablar de ti. Haz lo que el algoritmo demanda y todo irá bien, la gente te verá, la gente te escuchará.

Y así vemos millones de publicaciones de adolescentes siguiendo la norma. Salgo yo, hablo de mi, esta es mi cara, este es mi cuerpo, hoy, ayer, mañana, pasado… Dame atención.

Pero ¿qué hay del precio que hay que pagar por ello? ¿Qué hay del precio que ya está pagando la sociedad?

Dependencia, falta de autoestima, privación de sueño, depresión, ansiedad, frustración…

 

Bajar la velocidad

 

No sucumbir al ritmo frenético que demandan las redes sociales serían un buen punto de partida. No bailar al son de los de Silicon Valley, o al menos no tan descaradamente y sin sentido.

Ni todo es tan importante, ni todo es tan urgente, ni todo tiene que decirse ya. Si el algoritmo exige, tenemos que intentar mantener nuestras prioridades sin perder la cabeza.

Si dejas de aparecer porque el algoritmo así lo decide, no sigas vendiendo aún más tu alma al diablo poniéndote delante de la cámara si es lo que menos te gusta del mundo, diciendo lo que otros dicen o haciendo lo que otros hacen porque es lo que se lleva.

Mantén tu estilo, se fiel a ti mismo. La respuesta no siempre está en las redes sociales. Hay otros caminos, encuentra el tuyo.

Somos personas las que estamos detrás de todo esto, dejemos que eso se haga patente. Trabajemos por ser modelos sociales para las muevas generaciones y que eso se respire en nuestra comunicación y nuestra manera de mostrarnos al mundo.

No tengamos miedo de frenar y empezar a usar la tecnología de otra manera. Los restaurantes, las peluquerías, las escuelas, los psicólogos, todo seguirá siendo necesario. Si eres bueno en lo tuyo, si te esfuerzas por mejorar, si trabajas con dedicación y perseverancia, tendrás altas posibilidades de seguir viviendo de tu profesión sin tener que vivir esclavo del Metaverso.

Bajemos el ritmo, tengamos expectativas realistas, cuidemos lo que decimos y cómo lo decimos, desconectemos un poco, demostremos que entendemos el juego al que jugamos con hechos y no con más videos, más reels y más publicaciones.

Cuando el trending topic en las redes sociales sea este mismo que hablamos hoy, el del minimalismo digital, ¿qué discurso emplearán en LinkedIn las empresas?

¿Estarán pendientes a todas horas de comentar la publicación de turno o de abrir un hilo en Twitter sobre el tema? ¿Presionarán a sus Community Managers para que estén al quite de las métricas de Instagram y elaboren diversos reels explicativos sobre el tema?

 

¿Hablamos de tus cosas?

Si quieres tener una sesión gratuita y echarme un cable en mis prácticas como futura terapeuta, puedes ponerte en contacto conmigo.

 

Conclusiones

 

Paradójicamente, llevo 10 años trabajando para las redes sociales, generando contenido para empresas y viviendo de primera mano todo esto que os estoy comentando. Siendo testigo de cómo el entramado de las redes sociales afecta tanto a personas como a empresas. Todos contrubuyendo a la industria y todos formando parte del mismo pastel.

Igual que no denunciaría a McDonalds por estar disponible para aquellos que no pueden controlar su ansia por la comida basura, no denunciaría a Mark Zuckerberg. Peo igual que educamos a nuestros hijos en nutrición, debemos educarlos en tecnología.

Igual que las empresas se están haciendo eco de la importancia de la salud física de sus trabajadores, pueden también hacerse eco de este tema y arrimar el hombro.

Ahora mismo las empresas compran McMenús a nivel redes, para que os hagáis una idea.

En un mundo ideal hubiese renunciado a mi trabajo aludiendo a una falta de coherencia entre mis valores y mi profesión, pero la vida me ha enseñado que ser tan radical en ocasiones no ayuda. Es por ello que intento aportar desde donde puedo, desde yo como usuaria, como madre y como profesional hasta donde es posible.

 

Y ahora qué

 

Seguramente hemos llegado a un punto de no retorno a nivel tecnologías. Por eso, las únicas soluciones que se me ocurren es apelar a la responsabilidad individual de cada uno, e intentar respetar nuestra propia naturaleza.

Animaría a las personas a experimentar otras vías y otros canales de comunicación. Que contabilizasen el esfuerzo y la inversión dedicada a las redes sociales y que se den cuenta de si es realmente algo que suma a su negocio o no.

Es necesario conocer qué herramienta estás empleando y cómo emplearla con criterio y con sentido.

Cada vez que le exijas a un adolescente que levante su cabeza de la pantalla, pregúntate si quizá está viendo tu contenido a modo de pasatiempo, de manera automática y casi lobotomizado.

Cuestiónate si puedes ser, de alguna manera, un ejemplo a seguir en esto de la educación digital. Si puedes aportar algo.

Si decides continuar en el mundo virtual, pero hacer pequeños cambios, te aconsejo que sigas siendo tú mismo también virtualmente, seas un particular o una empresa.

Lo primero sería asumir que bajarán tus seguidores y tus visualización e interacciones. Que eso no te cause taquicardias ya es un gran paso.

Poco a poco quizá descubras que tienes más tiempo para dedicarle a tu proyecto, a replantearte tus objetivos y a considerar otras vías de comunicación. Quizá puedas incluso encontrar tu propia voz y tu propio medio de comunicación.

Si lo tuyo es la escritura concisa, busca los canales adecuados para ello. Si te comunicas mejor con una escritura más extensa, ánimo, hay lugares y público para ello también. Si te gusta la cámara lo tienes más fácil. Si eres diseñador gráfico, como yo, pues también hay muchísimos lugares donde exponerte.

¿Por qué acabar como todos y donde todos? ¿No valorarías más el reconocimiento de personas que realmente buscan lo que tú das y ven su verdadero valor?

Que no te engañen los gurús del marketing. Encuentra tu estilo de comunicación y se fiel a él. La respuesta no solamente está en aparecer más y más veces, o hacer exactamente lo que otros hacen.

Jamás se te ocurriría poner el mismo escaparate que la tienda de al lado ¿verdad?.

Isra Bravo hace alusión en varios de sus textos y entrevistas que es absurdo conseguir que una persona llegue a tu web para plantarle lo primero de todo los iconos de las redes sociales y animarles a que vayan ahí.

Pasas de tener al cliente en tu tienda privada a llevar a un bazar rodeado de 5.000 impactos publicitarios más. Es absurdo pero entre todos lo hemos conseguido.

No hace falta esclavizarnos a los algoritmos. Aquí es cuando la tecnología empieza a restar en nuestro modo de vida, cuando nos adaptamos al ritmo de los magnates del negocio de la atención y empezamos a invertir tiempo y dinero en su negocio y no en el nuestro.

Si no conseguimos darnos cuenta de esto y revertirlo, ¿cómo les diremos a la siguiente generación que no sucumban a las modas, que sean ellos mismos, que se respeten y sean fieles a sus ideas?

¿Cómo seremos ejemplo de cómo utilizar la tecnología a nuestro favor y no convertirnos en esclavos?

No estoy en contra de las redes sociales per se. Pero no puedo evitar reaccionar ante lo masificado, la copia rápida, las modas, lo trillado, lo incoherente, lo superficial, lo artificial y lo falso.

Tampoco estoy en contra de las aplicaciones, por supuesto que no. Pero ver como cada vez somos más incapaces de soportar el silencio, la calma, el no hacer nada y las conversaciones con nosotros mismos sin distracciones, me asusta.

Notar cómo la sensación del miedo a perdernos algo o a perder el tiempo o no estar informados marca cada vez más nuestras rutinas, me inquieta.

Por un mundo tecnológico más tranquilo, auténtico, coherente, profundo, real y natural. Y en el que la mayoría de las ocasiones controlemos nosotros hasta dónde nos queremos dejar engañar.

 

Anita Balle

Publicista y Autora de este Blog

La parte cotilla de todo esto

Publicista, estudiante de Psicología y Morfopsicología. Aprendiz de coaches y otros mentores. Madre de familia y pareja de ingeniero. Actualmente viviendo en Hamburgo.

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