Miguel entró en casa a toda velocidad apretando la carta contra el pecho. ¡Por fin tenía respuesta!. El sobre ya denotaba quién había sido el emisor solamente con tocarlo. Lorca respondía a su misiva.

Era abril de 1933, plena primavera en Orihuela. El sol ya estaba en todo lo alto y Miguel prefirió la intimidad de su habitación para leer a Federico, tranquilo y con calma.

En el escritorio estaba “Perito en Lunas”, la obra maestra ignorada escrita en octavas reales, los versos cultos herencia de Góngora que convertían en acertijos todo lo que tocaban. Le había costado tanto escribirla y tenía tantas ilusiones puestas en ella…

Cada mañana releía su poemario y rememoraba el esfuerzo, la pasión y el tesón con el que había trabajado durante los años anteriores. Sabía que en técnica y forma no tenía comparación, era lo que se esperaba de un gran poeta.

Pero entonces ¿por qué nadie más la reconocía como tal? ¿Por qué no estaba siendo el salto a la fama que tanto deseaba?

Miguel recordó por un instante cómo le contó a Josefina, su novia, el encuentro con Federico García Lorca en Murcia, cómo le había recitado unos versos y cómo los ojos del granadino se habían abierto de par en par ante aquellas estrofas.

¿Si le había gustado, por qué no promovía “Perito en Lunas” entre los suyos, por qué no elogiaba públicamente la obra, por qué no contestaba a la carta que le mandó al fin, desesperado, pidiendo explicaciones?

Ya nada importaba, por fin había llegado la respuesta de Federico García Lorca, el gran poeta, al humilde Miguel Hernández, el poeta pastor de Orihuela.

Mi querido poeta: No te he olvidado. Pero vivo mucho y la pluma de las cartas se me va de las manos… Me acuerdo mucho de ti porque sé que sufres … y me apeno de ver tu fuerza vital y luminosa encerrada en el corral dándose topetazos por las paredes.

Pero así aprendes. Así aprenderás a superarte en ese terrible aprendizaje que te está dando la vida.

Tu libro está en el silencio, como todos los primeros libros, como mi primer libro, que tanto encanto y tanta fuerza tenía.

Escribe, lee, estudia. ¡LUCHA! No seas vanidoso de tu obra. Tu libro es fuerte, tiene muchas cosas de interés y revela a los buenos ojos “pasión de hombre”, pero no tiene más “cojones”, como tú dices, que los de casi todos
los poetas consagrados.

Cálmate. Hoy se hace en España la más hermosa poesía de Europa. Pero por otra parte la gente es injusta. No se merece “Perito en Lunas” ese silencio estúpido, no. Merece la atención y el estímulo y el amor de los buenos. Ese lo tienes y lo tendrás porque tienes la sangre de poeta, y hasta cuando en tu carta protestas tienes en medio de cosas brutales (que me gustan) la ternura de tu luminoso y atormentado corazón.

(…) Federico Garcia Lorca

Miguel apretó la mandíbula, cerró los ojos y se tragó aquella sensación de ridículo, vergüenza y victimismo. Una vez más, la espera de elogios, apoyos y buenas palabras había sido en vano. Por el contrario, lecciones, sermones y bofetones de realidad eran servidos a discreción.

Y él lo sabía. En ese arranque de responsabilidad personal y de objetividad, aunque compadeciéndose aún de su suerte y manteniendo una llamita de orgullo, Miguel Hernández respondió a la carta del grandísimo Lorca.

¿Que no sea vanidoso de mi obra? No es vanidad, amigo Federico Lorca: es orgullo malherido. Gracias por tu deseo de que mi obsesión de poeta incomprendido sea separada de mí. Aún no venía tu carta por el camino
cuando ya me había divorciado de ella…