Este artículo lo escribí un 2 de Febrero del año 2016, algunos ya lo leísteis en su día, pero hoy no puedo dejar de publicarlo en este nuevo espacio. Repasando el camino andado es cuando te das cuenta del avance.
A veces me encuentro con que estoy reflexionando un tema y la bombilla se me enciende. Es como una especie de revelación, como si por arte de magia un tema concreto cobrase sentido completo. Ya no caben las dudas, lo ves claro, como cuando tus ojos se acostumbran a la oscuridad y comienzas a ver de nuevo sin problemas.
No es un acto plenamente consciente, en ocasiones llega durmiendo, otras llega conduciendo en esos tramos que te sabes de memoria y la mente simplemente divaga por “ahí”. También me pasa caminando por la calle en los momentos de rutina diaria.
El caso es que acabo de tener una ahora mismo y no he podido evitar registrarlo. Me he acordado de una amiga que siempre me ha dicho que soy muy planificada, muy responsable y metódica. Realmente nunca le he prestado mucha atención a estos comentarios porque, sinceramente, tener esas tres cualidades me parecía que te hacía la vida mucho más fácil y llevadera. También pensaba que todo el mundo debería ser así. De esta manera todo iría mejor, seguro, ¿verdad?.
Ahora ya no pienso así, ya no cabe en mis esquemas mentales meter a todo el mundo en el mismo saco ni pensar que “lo mío es lo más adecuado y lo más práctico y correcto”.
Nota: Justo en este párrafo anterior creo que como individuo y como sociedad hemos avanzado mucho en tres años, porque ahora no creo que mi círculo cercano piense así. Antes sí lo consideraba.
Ahora disfruto viendo las diferencias de unos y otros, los matices de cada persona, las elecciones tan diferentes que tomamos, los gustos opuestos, los comportamientos disonantes, las acciones imprevisibles de este o aquel amigo. Disfruto con eso, sí, en serio que lo hago.
Y aceptando esto me doy cuenta de que mi amiga tenía razón. Y aquí viene la revelación: tenía razón en que era extremadamente metódica y planificada. De repente he visto mi vida como una lista de tareas, esas famosas check lists que ahora están tan de moda en la que vas tachando los casilleros cuando has acabado con algo:
- Acabar los estudios – done
- Hacer una carrera – done
- Tener un trabajo – done
- Conocer a tu novio – done
- Vivir con él – done
- Casarte – done
- Tener hijos – done
¿A que parece hasta normal? Claro que sí, porque corresponde a un patrón de la sociedad diseñado totalmente, es lo socialmente correcto. Como cuando dos mujeres amigas de la infancia se encuentran en la parada del autobús y se ponen a hablar sobre qué tal han ido sus vidas y una le dice a la otra: -Pues mi hija Pepita es a la que mejor le va, mírala ella, acabó sus estudios, encontró trabajo, se hizo novio, se casaron y ahora tiene dos hijos y vive maravillosamente bien al ladito de casa. La más lista de todos, sí señor…
Y me quedo petrificada ante esta idea de vida que es la que yo misma he tenido en mi cabeza hasta hace prácticamente nada. Y entonces te das cuenta de lo poco que te has escuchado realmente, de lo poco que te has parado a pensar en lo que verdaderamente querías en muchos momentos de tu vida. Te das cuenta de cómo la razón se ha impuesto en innumerables ocasiones a los sentimientos -y cuando digo innumerables me refiero a infinidad de veces y, sobre todo, a los momentos más decisivos-.
Y analizo y concluyo: si ha sido así es por algo, si he sido así pues así he sido, lo acepto y lo comprendo.
Pero es ya la hora de olvidarse de esquemas mentales, de imposiciones sociales, morales y pensamientos racionales. Ya es momento de dejar salir las emociones, los sentimientos y las decisiones del corazón. Y no hablo de volverte un ser totalmente volátil sin rumbo, te hablo de empezar a equilibrar los dos hemisferios, de que uno no predomine sobre el otro de una forma tan arrolladora.
Porque al fin y al cabo lo que hace la mente es mantenerte en una zona de confort -sí, las famosas zonas de confort que estamos viendo tanto en posts de coaches explicadas a través de vídeos ilustrativos hechos con dibujos a mano alzada-.
La mente te aleja de aquello que temes, de lo que no considera seguro. La razón no permite que te arriesgues -más vale pájaro en mano que ciento volando-.
Y entonces llega un día y la vida te da un zarpazo, te cambia los esquemas totalmente, te pone en una situación tan límite que te ves a ti con las murallas caídas, con las defensas dormidas, sola, sin nada a lo que acogerte. Y te dice -¿ves, ahora cómo razonas esto?-. Y no te queda otra que ceder y darle paso a los sentimientos y entender que no podemos planificarlo todo, que no podemos ir por esta vida cerrando tareas como si sólo importase eso: completar la check list planificada.
Que hay que vivir, y vivir es sentir y planificar a partes iguales, tener objetivos pero ser capaces de ver otras cosas durante el viaje, de apreciar lo que nos vamos encontrando por el camino. Como el famoso dicho “la meta no es lo importante”.
Seguro que con este equilibrio entre la razón y la emoción conseguiremos disfrutar más de las cosas que te da la vida sin obsesionarnos en objetivos a largo plazo, sin obsesionarnos en cuándo llegará tal o cual cosa, sin obsesionarnos en controlar todo lo que pasa a tu alrededor, simplemente viviendo. Simplemente.
¿Parece fácil verdad? ¿Has tenido alguna vez un momento en el que la vida te haya desarmado? ¿Has vivido algún punto de inflexión que te haya hecho plantearte todo? ¿Cómo lo has abordado?
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