Desde que tengo uso de razón, he considerado como rasgos positivos el ser una persona independiente, autónoma y que no necesita de los demás para nada o casi nada. Recuerdo que desde que era bastante pequeña, valoraba estas características como positivas y, además, me esforzaba en ellas.
Esta semana, en concreto el martes pasado, me desvelé por la noche y me vino esta idea a la cabeza, la idea del individualismo, la de considerarse muy independiente. Y he estado investigando -un poco- sobre el tema del individualismo por Internet pero, sinceramente, no me veo muy reflejada con lo que se comenta sobre el tema.
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Más allá de estudios políticos, definiciones enrevesadas, movimientos más sociales, etc. He intentado centrarme en lo que la psicología entiende como persona individualista. Y sinceramente, tampoco se me han quedado las cosas extremadamente claras, ni me siento muy identificada.
Lo mejor que he encontrado en mi breve búsqueda -no, no tengo mucho tiempo para esto- es que el individualismo se define como la tendencia de una persona a obrar según su propia voluntad, sin contar con la opinión de los demás individuos que pertenecen al mismo grupo y sin atender a las normas de comportamiento que regulan sus relaciones.
Parrafadas teóricas a parte, efectivamente me considero una persona que tiende a obrar según mi propia voluntad sin contar mucho con la opinión de los demás pero, sinceramente, respeto las normas de la sociedad y las de comportamiento y casi todas las normas que podamos tener en este mundo.
Quizá en vez de ser individualista creo que podría decir que soy independiente o muy independiente.
De todas maneras, en todo esto haría un matiz. Y es que personalmente considero que el hecho de no contar con los demás, en mi caso, se da más en el área de, por ejemplo, pedir ayuda cuando lo necesito. Es decir, siento que sí tengo en cuenta a los demás a la hora de tomar decisiones, pero no tiendo a buscar ayuda en los demás cuando la necesito.
Y este es el punto que quizá ya no valoro tanto como cuando era más joven.
Animales políticos
Justo cuando estaba reflexionando sobre este tema, encontré una entrevista a José Carlos Ruíz -que os la recomiendo muy mucho, está aquí– en la que, precisamente, se hablaba de la importancia de la vida social, la amistad y el pensamiento crítico.
Él, como filósofo, alude en una de sus citas a Aristóteles, y dice que éste comentaba que somos animales políticos, “animal es la parte más biológica, pero político viene de “polis” y es que necesitamos del grupo para desarrollarnos”.
Y no es que esto no lo supiera, porque efectivamente soy consciente de la importancia de la amistad y las relaciones sociales y demás, sino que me di más cuenta de lo independiente que he llegado a ser, pues este punto no lo tengo presente realmente.
Es decir, que me he dado cuenta que, si yo he llegado aquí, a donde estoy ahora mismo, es por mí y por otras personas. Es decir, sería una mentira decir que yo he llegado aquí sola, pues no es así, para nada.
Y voy más allá, considero que nadie puede admitir sin equivocarse que ha llegado hasta donde está solo, sin ayuda de nadie. Eso es imposible.
Pero sí que habrá personas que, como yo, si no se paran a pensar en esto, no se dan cuenta. Personas que piensan que, efectivamente nadie les ha dado nada y que todo, o la gran parte, lo han construido solos. Y se lo creen porque no lo cuestionan.
Y bueno, ahí para mí, sí que hay un problema.
Llegar a creerse que uno mismo ha conseguido lo que ha conseguido sin ayuda de nadie es un error. Pues no llegas a valorar esa parte de “apoyo” de la que te has beneficiado, conscientemente o no. Otra cosa es que tú no hayas pedido ayuda explícitamente a nadie conocido o cercano, pero sí has recibido ayuda, soporte, apoyo, consejo, inspiración o lo que sea, de otros…
El darme cuenta de esto es lo que, de verdad, me ha hecho pensar. Y los que no sentís esto como yo os extrañará seguramente. Pero los que os consideréis independientes o individualistas, quizá me entendáis bien.
El independiente y el instinto poco social
A parte del hecho de pedir o no ayuda explícitamente, o de creer que uno se ha “construido” así mismo sólo, hay otra característica que también es interesante en esto de las personas independientes o individualistas: el instinto social.
¿Vosotros tenéis amistades que están al loro de cómo están casi todas las personas a su alrededor? Me refiero a esas personas que se saben los nombres de todos, la relación por la que conocen a esa persona, en qué trabaja, si está casada, si tiene hijos, por dónde suele ir, etc… Yo conozco a varias personas así en mi entorno. Y una de las cosas que más me llama la atención de ellas es eso mismo, su interés por las personas y la vida de las personas.
Y cuando hablo de interés no lo hago ni aludiendo a ser un buen samaritano ni aludiendo a ser un interesado, lo digo en el sentido más neutro posible. Personas que se interesan por personas y sus vidas. Punto.
Y ahora, ¿vosotros tenéis en vuestro entorno a personas que no se interesan para nada en los demás? No saben bien sus nombres, no saben a qué se dedican, si tienen hijos o si no, etc…
Y lo mismo, hablo de estas personas sin ningún interés de clasificarlas en ninguna escala de valores. Personas que no ponen el foco en la vida de los demás.
Yo soy de las segundas. Poco interés, pero no cero. Extremos mejor no.
Es decir, eso no quiere decir que no me preocupe por los míos, que no me alegre de ver a mis amigos más o menos cercanos, que no me mantenga en contacto con la gente, que no me guste conocer a nuevas personas, que me nutra de las relaciones de amistad, etc, etc…
Pero sí, quizá mucho menos que las personas con un instinto social más acusado que el mío.
Mi instinto social está apagadito normalmente, y es por eso que tengo que esforzarme en activarlo, no me sale tan natural. A mí me gusta la soledad, estoy muy a gusto con mis cosas, mis pensamientos, mis rutinas, mis aprendizajes… Mis cosas 🙂
Pero tranquilos, que la vida, que es maravillosa, me ha puesto en la mejor de las situaciones para entrenar mi instinto social cada día 🙂
La independiente en una familia numerosa
En una de tantas contradicciones y paradojas de la vida, el universo quiso darle a esta persona que os habla tan independiente, autosuficiente y muy centrada en si misma y en su proyecto de vida, un deseo de ser madre desde muy muy pequeñita.
Y ahí me planté yo con 32 años y tres hijas. Yo y mi pareja, claro.
El caso es que cuando sales del lío de los pañales, el carrito, las papillas y pasas de la fase bebé a la fase niñas… La cosa cambia, y mucho. Porque empieza la convivencia mucho más a fondo. Mucho. Más. A. Fondo.
Las niñas ya pueden hacer muchas cosas solas… Aunque muchas otras no. Reclaman su espacio individual, empiezan a mostrar más su carácter y a definir su personalidad, defienden sus ideas, etc. Lo normal. Crecen. Se hacen mayores.
Y entonces, la individualista e independiente de mi piensa, “qué bien, ya se están haciendo mayores y ya no me necesitan tanto, puedo volver a centrarme en mí misma y en mis cosas”.
Error en el sistema.
La individualista e independiente que os habla empieza a darse cuenta de que está conviviendo con cuatro personas en la misma casa y eso no es fácil. Y además empieza a darse cuenta de que las “compañeras de piso” son menos independientes de lo que ella se esperaba y que atentan con “sus cosas” al intento de tranquilidad, paz y sosiego de la individualista.
Error en el sistema, otra vez.
La individualista no quiere aceptar la situación, entra en un pensamiento bipolar en el que, por un lado entiende su papel de madre y desea darle lo mejor para sus hijas, pero por otro lado necesita su espacio, su calma y sus rutinas por encima de todo y “con ellas merodeando” nunca la podrá conseguir. ¿Cuál es la solución? Pensar: “¡que se hagan mayores ya!.
Error en el sistema. A punto del apagón.
¿Cómo salir de este bucle? Riéndose de una misma. Riéndome de mis ganas locas de independencia, tranquilidad, de calma y de espacio personal e íntimo.
Riéndome de aquí la enana que tengo de cinco años con un muñeco en la boca en forma de cabeza de gallina pegándome pitidos en la oreja mientras estoy intentado escribir esto. Literal, os dejo pruebas.
Y sí, seguro que esto les pasa a muchas madres, si no a todas. Ese sentimiento de invasión es común diría yo.
Yo me refiero más a que, sinceramente, yo sigo levantándome cada día buscando mi ritmo, mis tiempos, mis momentos, seguir con mis cosas. Y claro, cuando me doy cuenta resulta que estoy luchando contra viento y marea con esa invasión “natural” de “mis compañeras de piso”.
Me llaman y no contesto, desaparezco sutilmente mientras ellas se entretienen, me escabullo de sus juegos… Y otra clase de anécdotas que en el podcast y el video de este episodio quedan mejor reflejados.
Os animo a que lo escuchéis si os apetece aquí.
Y es que no me queda otra, mi yo independiente tiene que aprender a vivir con tres compañeras de piso por muchos años. Y no sólo eso, tiene que hacerse cargo de ellas, preocuparse por su educación y por su desarrollo intelectual, personal y, ¡oh Dios mío!, ¡por su desarrollo social!.
Conclusiones
Sí, concluyo ya con esta divagación reconociendo que, tras esta mezcla de poco instinto social, aderezada con ser madre de tres pequeñas chupasangre especializadas, un trabajo de autónoma desde casa, vivir en un país extranjero sin familiares cerca y una pandemia galopante que solamente te deja socializar virtualmente… Es muy complicado para mí dejar de ser independiente y centrar más el foco en el entorno social que me rodea, seguir conociendo gente nueva, seguir conectada a las personas que me quieren o aprecian y que yo también quiero y aprecio.
Olvidarme un poco más de lo mío y equilibrar este instinto social un poco más.
Pero que sea complicado no significa que no lo haga y que no deje de intentarlo cada día.
Irene
Hola Ana!
Me ha encantado y me he reído unas cuantas veces. Como madre primeriza con bebé de 8 meses que de momento se porta de matrícula (duerme 11h del tirón y repela los potitos), estoy en un momento de máximo enamoriento, niveles inimaginambles para mí (ya sabes mi pánico a todo el tema hijos…). Pero vamos, te entiendo perfectamente y estoy segura que llegaré al mismo punto de verlo como un compañero de piso con el que hay que lidiar todos los días. Gracias por compartir, un gusto escucharte.
Anita
Irene, gracias por comentar. Te imagino con ojos ensimismados viendo cómo repela esos potitos y su carita durmiendo en la cuna. ¡Qué recuerdos!. Si sabes aprovecharlas, que parece que si, esas etapas son un amor, aunque también puede haber hueco para otras sensaciones no tan agradables, sobre todo a nivel oloroso. Efectivamente, cuando van creciendo es otro tema, bueno, es que cada uno tiene su tema ¿verdad?. Hay bebés insufribles, lo siento por la expresión, y cuando crecen son niños/compañeros estupendos, y viceversa. Así que no quiero liarme con clichés porque cada uno somos como somos y punto.
A mi me gusta reirme de mi misma cuando, efectivamente, pienso en ellas como compañeras de piso. Y es que al final somos cinco seres humanos en casa, cada uno con sus manías y sus cosas. Y ya van creciendo y hay que hacer hueco para todos, claro. Es decir, que tú alquilas tu piso y lo mantienes recogido y mono, pero si a ellas les da por cambiar cada dos semanas el orden de los muebles de su habitación… Pues qué le vas a hacer, también es su casa ¿no?. Y te escribo esto mientras Edu lidia con Manuela para que se ponga las zapatillas para ir al cole mientras ella prefiere hacer otras cosas. Ya sabes.
Disfruta Irene, y si alguna vez quieres desahogarte por lo que sea, aquí me tienes. Oye, y que la maternidad es maravillosa ¿eh? Esto es para reirnos. Un besazo.
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