El crítico interno

El crítico interno

El crítico interno

¿Quién es tu peor enemigo?

Quién es la persona que no quiere que avances, que te reprocha, que te pone trabas, que te infravalora, te menosprecia y te machaca a la mínima de cambio.

Quién es esa persona que no apuesta por ti.

Hay una parte de los consultantes con los que trabajo que lo tienen meridianamente claro, y no dudan ni un segundo en reconocerlo: soy yo, yo mismo.

Algunos lo dicen hasta con un punto de orgullo, como si tener una parte autoexigente y perfeccionista en su personalidad les haya llevado a ser «quienes son hoy en día», levantando la barbilla e hinchando el pecho. Y la verdad es que tienen razón.

Parte de lo que son ahora se lo deben, en parte, a ese enemigo interior. Parte de lo que han conseguido lo han hecho incentivados por lo que les ha dicho ese crítico interno

Tanto la motivación por conseguir algo como la huida de experimentar algo que no quiero o me da miedo, son grandes motores de actuación.

Puedes moverte por motivación —para lograr algo que deseas— o puedes moverte huyendo de algo que no quieres sentir. Ambas direcciones te ponen en marcha.

Y de esas sensaciones desagradables nuestro protagonista de hoy te quiere proteger. Y lo hace con sus discursos mentales.

Hoy vamos a hablar de ese crítico interno, de este enemigo «privado» número 1, de este «bicho» que se implanta en nuestra cabeza y que, lo creas o no, puedes aprender a lidiar con él.

ESCUCHA ESTE ARTÍCULO EN SPOTIFY

Una voz hostil

El crítico interno se manifiesta como una voz en la cabeza. Muchas personas le llaman «radio-mente», a mí me gusta llamarle «el bicho». Y en una época de mi vida, cuando empecé a ser muy consciente del dominio que esa voz tenía en mí, le llamaba «el monstruo rojo».

Este apodo venía de un cuento infantil sobre la rabia y la ira que le compramos a una de mis hijas con toda la intención. El monstruo rojo salía y destrozaba todo, hacía daño a los demás e incluso a la propia dueña del monstruo.

Me parecía una buena comparativa con lo que esa mente hacía con mi autoestima.

Le conté esto a un terapeuta con el que trabajé un tiempo y me comentó que no le pusiera nombres peyorativos, que pensase en él en términos más compasivos, pues al fin y al cabo ese monstruo también era parte de mi.

Momentáneamente le dije «Reddy», pero esto fue algo anecdótico. Con el tiempo, ya no me fue necesario ponerle nombres ni referirme a ello más allá de lo que era: una voz crítica interna.

A día de hoy utilizo la palabra «bicho» a modo educativo para mis consultantes. Para que entiendan el concepto.

Porque imaginamos al crítico interno como una voz hostil, un personaje desagradable que viene a fastidiar. Pero en realidad no es tan sencillo.

Esa voz, por incómoda que sea, suele nacer con un propósito también: protegernos.

Por ejemplo, nos protege de hacer el ridículo, de equivocarnos, de fracasar. Intenta prepararnos para lo peor. Pone una barrera ante aquellas situaciones que potencialmente pueden acabar siendo una pesadilla para nosotros.

Y esto no hay que entenderlo como situaciones de peligro físico, sino como situaciones de peligro emocional que nuestra cabeza interpreta como «el peor escenario posible» y por eso huye de él.

Ahora bien, no todo el mundo sabe cuáles son esas situaciones de peligro para ellos. Y aquí entra el trabajo de desarrollo personal y de autoconocimiento.

Detrás de cada crítico interno, hay un sistema de protección

Detrás de cada aparición del crítico interno, hay un miedo activado.

El crítico no sale porque sí. Sale cuando huele peligro. Y lo curioso es que, muchas veces, ese peligro no tiene que ver con una amenaza real, sino con lo que estamos interpretando de la realidad.

Por ejemplo: el miedo al rechazo, al juicio, a no estar a la altura, a que se rían de ti, a no encajar, a ser “demasiado poco” para alguien, a no ser capaz, a quedarte sin opciones, a no tener los conocimientos suficientes sobre algo, a que haya conflictos o enfrentamientos…

Todos estos escenarios se registran en la mente como alertas que, al activarse, encienden esa voz interna.

Como he dicho antes, muchas personas no saben realmente cuáles son esos miedos que están alimentando al crítico interno.

Saben que hay una voz que en ocasiones sabotea. Pero no han identificado qué está defendiendo esa voz, qué es lo que intenta evitar que pase.

Pero hay una cosa cierta en todo esto: el bicho pica a todos.

A todos nos invaden pensamientos limitadores, que no nos hacen bien. Otra cosa es que hayas aprendido a lidiar mejor o peor con él. Pero a todos nos pica. 100%

Uno de los grandes aprendizajes del trabajo terapéutico es descubrir que detrás del crítico interno hay un miedo, y detrás del miedo hay una historia.

Y detrás de ese miedo hay también un sistema de creencias y valores que opera en silencio en cada una de nuestras conductas.

Creencias sobre cómo deberías ser, cómo deberías actuar, qué se espera de ti. Creencias que muchas veces no has elegido conscientemente, pero que han quedado grabadas desde la infancia, la cultura o las experiencias vividas. Creencias que en muchas ocasiones han sacado de ti lo mejor, porque no todas nuestras creencias nos limitan, muchas otras nos potencian.

El caso es que no todo el mundo está motivado a indagar aquí porque no le ve un beneficio inmediato en su día a día. Pero si lo hicieran, se sorprenderían.

Porque conocer esto —entender ese sistema de creencias— les haría ver que esos bloqueos que sienten que están en su vida constantemente, eso que les hace sentirse enfadados, frustrados o incapaces, está directamente relacionado con esta base que sustenta al crítico interno.

Y aquí es donde el autoconocimiento deja de ser un concepto abstracto y se convierte en una herramienta concreta. Porque cuando empiezas a entender tu propio patrón, entiendes también qué activa a tu crítico. Y, por tanto, puedes empezar a desmontarlo o al menos a saber hacerle frente.

Créetelo y le darás poder

En cualquier caso, el problema no es que esa voz exista o no. El problema real aparece cuando no somos conscientes del poder que le estamos dando… y, sobre todo, cuando empezamos a creernos todo lo que dice.

Porque en el momento en que das por cierto —sin filtro, sin revisión— todo lo que te cuenta el crítico interno, estás perdido.

Esa es la verdadera picadura del bicho: confundir pensamiento con realidad.

Y cuando eso pasa, pierdes perspectiva. Empiezas a vivir sometido, sin verdadera libertad interior. No decides, reaccionas. No avanzas, te vigilas. Y ahí es cuando esa voz se convierte en tu peor enemigo.

Ya no actúas desde la confianza, sino desde el miedo a equivocarte. Ya no disfrutas, sino que analizas cada paso con lupa. Y, lo más preocupante: empiezas a desconfiar de ti mismo. Pierdes espontaneidad.

A veces, esa picadura te paraliza. Otras veces, te empuja a actuar desde la rabia o desde el miedo. Y acabas tomando decisiones que no te representan… o pagando el precio con las personas que más quieres.

Todo esto va dejando un pozo de baja autoestima, de pérdida de espontaneidad y de desconexión con lo que eres de verdad. O dicho en tono materialista: no te da los resultados que deseas.

Como decía Epicteto: “Lo que nos perturba no es lo que nos sucede, sino lo que nos decimos sobre lo que nos sucede.”

Y no hablaba de grandes desgracias, sino de esa rutina diaria que muchas veces interpretamos desde una mente rígida, culpabilizadora o distorsionada.

Sobre esto escribí hace un tiempo en un artículo sobre la defusión de los pensamientos, una práctica central de la Terapia de Aceptación y Compromiso (ACT). Esta técnica nos enseña a ver los pensamientos como lo que son: pensamientos, no hechos. Si quieres saber más, puedes leerlo aquí: La defusión de los pensamientos

Casos extremos: de mero vigilante a enemigo declarado

Para mí hay casos extremos de este archiconocido «crítico interno». Y son efectivamente esos en los que de crítico pasa a enemigo.

Es decir, no es una simple figura de vigilancia, es una figura de daño, de enemigo declarado, como decía al principio del video.

En estos casos extremos, el sujeto llega a manifestar una conducta hipervigilada y controlada, lo que se traduce en la sensación de vivir «en una jaula».

Muchas de las personas con las que trabajo —especialmente quienes se identifican con ciertos patrones de personalidad, como el eneatipo 4 o el 1— viven atrapadas en esta dinámica.

Aunque se parecen en su nivel de exigencia interna, hay una diferencia clave: el eneatipo 1 se rige por su propio código interno, por lo que “él cree que debe ser”, sin estar tan pendiente de lo que piensen los demás.

El 4, en cambio, sufre mucho más por cómo es percibido externamente. Su miedo a sentirse disfuncional (que hay algo en él que no funciona o que no encaja) lo vuelve mucho más vulnerable al juicio ajeno. Y eso, en muchos casos, agrava la influencia del crítico interno.

Ambas, tanto los que se sienten identificados con el eneatipo 1 como el 4, suelen ser personas profundamente sensibles, aunque no siempre son capaces de reconocerlo.

De hecho, algunos ven a las emociones como la «parte blanda» de su personalidad, la que les da problemas, y esa es una de las razones por las que no consiguen verse reflejados en sus propios patrones de conducta. Ser emocional activa esa sensación de disfuncionalidad de la que huyen.

El caso es que estas personas suelen tener un mundo interior riquísimo y una enorme capacidad de observación.

Y es esa misma profundidad la que puede volverse en su contra cuando el crítico interno toma el mando.

Y no solo en forma de autocrítica. A veces se transforma en vergüenza, en inhibición, en miedo paralizante al juicio externo.

Saben que tienen mucho dentro. Pero no se atreven. Se sienten limitadas, como si vivieran dentro de una caja demasiado estrecha para lo que realmente son.

Y la gran paradoja es que saben que podrían dar más, pero no se permiten intentarlo. Este patrón ya es más característico del eneatipo 4, por ejemplo.

Es en este momento en el que aparece la frustración. Pero también, con un poco de trabajo, la posibilidad de empezar a salir de ella.

Frustración

Frustración, según la RAE: Sentimiento de tristeza, decepción y desilusión que una persona experimenta cuando no logra lo que desea.

La frustración de la que hablamos no solo viene de lo que no se consigue, también viene de llegar a sentirse gobernado por una autoridad interna que se ha vuelto externa.

En casos concretos, el crítico interno deja de sentirse como una parte de ti y empieza a sonar como una figura por encima de ti.

Una especie de juez invisible que observa, evalúa y sentencia cada movimiento. Y lo más desconcertante es que esa figura se parece muchas veces a alguien: un padre autoritario, una profesora exigente, un entorno rígido…

De hecho, está estudiado que personas que han vivido en ambientes autoritarios son más propensas a seguir órdenes sin cuestionamiento de la autoridad.

Y me pregunto, ¿pueden estas personas ser más propensas a tener estos críticos internos más marcados, en respuesta también a una necesidad de sentir que están obedeciendo a algo o a alguien?

El tema es que cuando eso ocurre, la relación con uno mismo se vuelve asimétrica. Ya no hay diálogo, hay órdenes. Y aunque seamos adultos, libres y capaces, esa parte crítica puede seguir dictando nuestra conducta como si no tuviésemos derecho a decidir por nosotros mismos.

Lo peor, en mi opinión, es ver a personas coartadas y limitadas por completo, no por otros, sino por la forma en que se tratan y se hablan a sí mismas.

Equilibrar al crítico interno

Lo importante que tenemos que tener en cuenta a la hora de enfrentarnos a esta casuística, es que el objetivo no es eliminar esa voz —ni siquiera sería posible—, sino restablecer el equilibrio de poder.

Empezar a construir dentro de ti otra figura que dialogue con ella, que le rebata cuando exagera, que le diga: “gracias por avisar, pero esto no es del todo así como lo cuentas”.

Y ese otro polo, ese contrapeso, no aparece por arte de magia. Se construye.

A base de observación, de trabajo interno, de decisiones sostenidas y, sobre todo, de experiencias reales que refuercen que no todo lo que dice el crítico interno es verdad.

Cuanto más te atreves a cuestionarte, más margen gana tu yo adulto o esa otra figura más compasiva que estamos generando.

Cuanto más te conoces y te tratas con más aceptación y respeto, más se debilita esa autoridad interna que parecía incuestionable.

Yo lo he vivido de forma muy clara en muchos ámbitos de mi vida, pero creo que el ejemplo más sencillo para que la gente lo entienda bien, es el del deporte.

Cuando empecé a entrenar para carreras de resistencia, ese crítico seguía ahí -y sigue estando hoy en día-: cuestionando si lo haría bien, comparándome con mi yo del pasado, recordándome lo lejos que estaba de lo que “debería” ser.

Pero cuanto más me comprometía con el proceso, más aprendía a reconocer el ruido mental sin dejar que dirigiera el timón. 

Primero fue: «a pesar de lo que diga, yo voy a seguir»

Después pasó a: «eso que acabas de juzgar o sentenciar no es del todo cierto»

Ahora reconozco que en bastantes situaciones mi diálogo interno durante los entrenamientos es mucho más motivante, objetivo, realista y constructivo. Está mucho más enfocado a protegerme que a atacarme.

Entonces no es una batalla que tengas que ganar. Es un cambio de liderazgo interno. Uno más justo, más consciente, más a tu favor.

Ya no se trata de silenciar voces, sino de hacer espacio para otras que también merecen ser escuchadas. De equilibrar el mensaje final.

Como bien se trabaja en ACT (la Terapia de Aceptación y Compromiso), de nada sirve ponerse a discutir con tu mente: ella siempre va a ganar.

Se trata de dejar hablar a esa autoridad interna pero no creértela. Y además, comenzar a trabajar en otra voz sabia, realista y constructiva.

Tu mejor amigo

Una de las cosas que más hago en consulta cuando trabajamos con esta voz interna tan hostil es plantear lo siguiente:

“Imagina que tu mejor amiga está pasando por esto mismo. ¿Qué le dirías?”

En la mayoría de los casos, la respuesta es inmediata: algo mucho más compasivo, más realista, más respetuoso de lo que se han dicho a sí mismos.

Entonces les digo:

“¿Y por qué no puedes hablarte así tú también?”

Ahí empieza un giro muy importante. Porque se dan cuenta de que sí tienen esa voz dentro, solo que no la están usando para sí.

Esa voz que cuida, que anima, que pone perspectiva y recuerda todo lo que ya han hecho… también está ahí. Solo hay que darle permiso para hablar.

Y, aunque parezca ingenuo, funciona.

Funciona porque cambia la relación interna: del juez severo al aliado.

Funciona porque no elimina la exigencia o la perfección, que en buen grado y equilibrio son positivas para uno. Pero las convierte en guía para apostar por la buena dirección, en lugar de látigo de castigo y restricción.

A veces no se trata de tener todas las respuestas. A veces se trata simplemente de tener al lado —o dentro— a alguien que te diga: “estás haciendo lo que puedes, y eso está bien”.

Conclusión

Reconocer esa voz crítica no es el final del camino, pero sí un punto de inflexión. Saber cuándo aparece, cómo habla y qué activa, es el primer paso para no dejar que decida por ti.

No se trata de erradicarla, sino de dejar de obedecerla automáticamente.

Se trata de aprender a no creértela.

Esa es la vacuna contra la picadura del bicho. Trabajar en cuestionarte tus propias creencias.

Y sobre todo, de empezar a construir otra voz dentro que también tenga autoridad. Que sepa poner freno cuando toca, pero que también te recuerde lo que vales, lo que ya has hecho, y lo que estás intentando.

No hace falta que se convierta en tu animadora personal. Basta con que sea justa, objetiva, realista y respetuosa.

Una voz que sea tu mejor amiga.

Y si con eso consigues que tu cabeza deje de ser tu peor enemiga para empezar a ser, al menos, una buena compañera de camino, ya habrás ganado mucho más de lo que parece.

Si te has sentido reflejado en este texto y no sabes por dónde empezar, escríbeme. En una sesión podemos ver cómo funciona tu “bicho”, qué lo activa y cómo empezar a ponerlo en su sitio.

Trabajo precisamente en eso: ayudarte a entenderte para dejar de vivir en guerra contigo.

Yo te busco, no te preocupes

Únete a la newsletter y recibe en tu bandeja de entrada todas las nuevas historietas que mando a los suscriptores
Toda elección conlleva pérdidas, reflexión.

Anita Balle

Publicista y Autora de este Blog

La parte cotilla de todo esto

Publicista, estudiante de Psicología y Morfopsicología. Aprendiz de coaches y otros mentores. Madre de familia y pareja de ingeniero. Actualmente viviendo en Hamburgo.

Related Posts
Leave a Reply

Your email address will not be published.Required fields are marked *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.