Somos cajas herméticas. Guardamos secretos, miedos, malestar y frustración, cuando no rabia, insatisfacción y tristeza.
Llevamos caretas cada día, aunque no a todas horas ni en todas partes. Pero es normal, queremos esconder esa carga y no queremos que se lea en nuestra cara lo que supone llevar esa caja a cuestas cada día.
Nadie va por la vida transparente. Da demasiado miedo. Es como ser de cristal y querer correr un trail de montaña, cualquier caída te haría añicos.
Lo hacemos lo mejor que sabemos y podemos.
Pero alguna vez tenemos la oportunidad de bajar la guardia, quitarnos la careta y abrir un poco esa caja hermética. Y sacamos algo de ahí dentro y se lo enseñamos a alguien.
Lo hacemos con vergüenza, miedo o tristeza, pero estamos tan hartos que lo hacemos. O estamos tan seguros que nos atrevemos. Sin la careta abrimos la caja y sacamos una prenda sucia. Y esa persona la mira y la entiende, incluso te habla de ello, te abre también su caja y saca otra prenda sucia.
Ya hay una cosa menos en la caja hermética, y se siente más ligera. No sabía yo que unos calcetines sucios pesaran tanto. Y no sabía yo que el poder enseñárselos a alguien tuviese un doble efecto liberador. Pues no soy yo solo el que llevo una caja a cuestas llena de cosas y una careta para disimular y adaptarme.
Y es que con el otro, esto es más fácil.
Porque a veces uno abre la caja solo y no entiende qué es eso que hay ahí dentro. O lo entiende pero no sabe qué hacer con ello, y entonces lo vuelve a meter, o no lo saca del todo. Se queda en uno, y eso a la larga tampoco ayuda tanto. No quita tanto peso.
A veces la caja se abre ante alguien que no está preparado para ello. Entonces hace comentarios sin mala intención, o todo lo contrario. No sabe qué hacer con eso que ha visto, hay una reacción torpe, y tú, asombrado y descolocado te colocas la careta, cierras la caja de golpe y le añades un par de candados. Por si acaso, porque esto ha dolido.
El problema entonces es que cada vez quieres abrir menos la caja. Ya ni te lo planteas. Mejor seguimos con la careta, disimulando, y apagamos los secretos, los miedos, el malestar y la frustración, o la rabia, la insatisfacción y la tristeza con cosas, con estímulos, con planes, con el seguir de la vida.
La consecuencia es que la carga cada vez es más pesada. Cuesta llevarla encima cada día, y los candados se van oxidando, porque no se engrasan, no se abren nunca y están perdiendo su función. De hecho uno está a punto de romperse, y después irá el otro.
¿Qué hacer si un día la caja no aguanta más y sale todo? Mejor no pensarlo.
La solución está en ir dejando la careta y volver a abrir la caja y enseñar lo que hay dentro a otro. Abrirla solo está bien, pero de nuevo, abrirla a otro es mejor.
Te atreves. Lo vas a hacer. La gran mayoría, cuando llega a una edad, ya no le ve sentido llevar esa caja tan pesada.
Te plantas delante de la caja, la miras e intentas acordarte de todo lo que hay. Asumes que hay cosas que nunca sabrás quién las puso ahí. Entiendes que no todo lo vas a comprender ni saber explicar con palabras, simplemente será cuestión de sacarlo y mostrarlo. Nada más. Y nada menos.
Por otro lado te armas de valor. Aceptas que si vas a abrir la caja vas a tener que estar preparado para todo, para las personas que sabrán qué hacer con eso y para las personas que no sabrán qué hacer. Te preparas, porque nunca sabes cuál va a ser la reacción, y lo que no hay que hacer es poner más candados a la caja. Eso no, que sabes que no funciona.
Hay que abrir la caja y lo sabes. Ahora lo sabes. Es muy pesado llevar esto cada día y tener que estar vendido a la careta.
Encontrar a alguien para abrir la caja es una bendición y no es nada fácil. A veces con unas personas mostramos unas cosas, y con otras mostramos otras. No pasa nada, todo suma.
Poder soltar lastre, aunque tú pienses que son chorradas, que no tienen sentido o que no deberías darle importancia, es lo que marca la diferencia y permite que tú vayas más ligero y hace que dejes la careta cada vez más veces durante el día.
Porque ir a cara descubierta requiere práctica, valentía, aceptación, paciencia y compasión. Abrir la caja no es por gusto, es por necesidad.
Y la abrirás ante las personas equivocadas, pero no te rendirás, porque irás viendo que el hecho de ir abriendo la caja cada vez más, convierte tu vida en algo más rico, más auténtico y que es digno de ser vivido.
Merece la pena intentarlo si el premio es la libertad. La libertad de ser tú mismo, de ir con miedo, con vergüenza, con tristeza, con alegría, con valor, con ambición, y no tener que esconderlo, no tener que esconderse. Poder decirlo, poder sentirlo y, a pesar de ello, seguir adelante con paso firme.
Y así es como te vas dando cuenta de que no eres frágil como el cristal, sino de que eres duro como el diamante.
Yo te busco, no te preocupes
Únete a la newsletter y recibe en tu bandeja de entrada todas las nuevas historietas que mando a los suscriptoresAnita Balle
Autora de este Blog
La parte cotilla de todo esto
Publicista y creativa de profesión, psicóloga de vocación y actualmente ejerciendo también como terapeuta. Madre de familia y pareja de ingeniero. Actualmente viviendo en Hamburgo.