«Creo que necesitas terapia», me dijo con todo el cariño del mundo. Hace casi cuatro años, perdida en la más inmensa oscuridad, alguien me dijo esto y me salvó la vida.
Escuché ayer aquella grabación en la que me decían eso y me quedé petrificada. Literalmente. El hombre al que había ido a visitar me explicó punto por punto, durante hora y media, el por qué me encontraba en un pozo negro, aislada del mundo, desconectada de mí y de todo. Casi cuatro años después he rememorado el momento y os puedo asegurar que apenas reconocía a aquella «niña» asustada de 32 años.
Su voz no tenía fuerza. Transmitía cansancio y densidad. Sus comentarios estaban vacíos. E incluso podía imaginarme su mirada, totalmente atravesando todo, sin pararse en nada. Y me sorprendió mucho, porque yo no me recuerdo tan mal.
Todo es relativo, y además yo tiendo a la exageración y al drama -me encanta el punto teatral-, pero no miento cuando de verdad os confieso que sentí una lástima tan profunda que no pude evitar ponerme a llorar.
Asistí como espectadora a mi pasado, al momento al que fui a ver a aquel hombre. Volví a escuchar su discurso y sus palabras calaron hondo en mí. Sentí la energía con la que transmitía el relato, viví sus ejemplos, reí sus gracias, y percibí claramente cómo me guiaba en la conversación. Como un hombre que guía a una niña perdida hasta el sitio seguro más cercano e intenta tranquilizarla.
Desde aquél momento, o quizá desde algo antes -ya mis fechas se borran-, el trabajo personal ha sido intenso. A veces duro, a veces no tanto, pero ayer me di cuenta que ha sido bastante. Y me sentí bien y cansada a partes iguales. Ligera pero con cierto arrastre… No se si me entendéis.
Creo que es importante reconocerse los logros, ser consciente de lo conseguido, de lo avanzado. Creo que es por eso que, inconscientemente cada cierto tiempo, chequeo sesiones pasadas y notas de cuadernos de mis múltiples y variadas terapias.
Porque sí, hago terapia. Y no sólo una, hago bastantes. No sé si muchas o pocas, pero todas me aportan. A algunas sólo he ido una vez, a otras más de cuatro, por ejemplo. Y en todas aprendo. Me amoldo al sistema terapéutico concreto y luego, lo que me ha quedado, lo adapto a mi manera de funcionar. Casi sin darme cuenta mi consciencia da un pasito más.
«Encuentra la terapia que te ayude, la persona que te transmita. Te queda un largo camino que recorrer y tienes muchas cosas que soltar». Así me dijo. Y en su día le di importancia, sí, pero hoy se la doy mucho más. Cuando volví a escuchar todo de nuevo, volví a comprender los verdaderos mensajes. Los visibles y los invisibles.
Y sólo puedo dar las gracias, a este hombre y a todos los que me acompañan en el camino. Porque de todos capto, porque de todos aprendo, comprendo y asimilo. Porque es mi naturaleza y no puedo evitarlo. Y si lo evito me pierdo, me marchito y me muero.
Y ahora camino más libre. Y acaricio la cabecita de aquella niña. Y soy un poco más alta que ella, y estoy más erguida y más dispuesta y más atrevida, y más valiente… Y eso que aquella ya era valiente, ¡vaya si lo era!.
Y no me avergüenzo de reconocer que lo que más me ayuda son esas terapias, que no hacen otras cosa más que devolverte lo que es tuyo por derecho. Tu integridad, tu personalidad, tu capacidad de decisión y tu derecho a mostrarte a la vida tal cual eres.
Gracias terapeuta(s). Seguiremos en contacto.
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