Mamá, episodio 1

Mamá, episodio 1

Recuerdo su ojo guiñado asomar por la puerta de la cocina. Su pelo despeinado, enmarañado por las vueltas en la cama. Recuerdo esa cara, con sus primeras arrugas, con el sueño pegado.

-¿Ya estás levantada hija?- decía mientras se cerraba el batín y caminaba hacia la nevera para sacar la leche.

-Sí-, le decía una mini yo pintando en la blanca y alargada mesa de la cocina. Sus papeles bien puestos, su caja de colores perfectamente colocada y su obra de arte en proyecto.

Últimamente tengo muchos flashbacks de mi infancia. El vivir ahora situaciones que me recuerdan una y otra vez a mi madre y a nuestra niñez creo que me está activando recuerdos que llevaban tiempo empolvados.

Recuerdo que su cara iba mejorando conforme pasaba el día. Cada vez más expresiva, más guapa, más mamá. Las facciones del sueño se esfumaban y aparecía una mujer de sonrisa preciosa, amplia, perfecta. Cuando se recogía el pelo con orquillas a los lados me encantaba. Esos rizos indomables que ella se empeñaba una y otra vez en alisar. Mamá.

Ella sacaba la ristra de barritas de pan impregnadas en aceite y las ponía en el horno. En una casa de seis se come mucho y hay que tener recursos. Café para ella, infusión para él. Ella era y es mujer de soluciones rápidas. Siempre con una alternativa lista, aunque no agrade siempre a todos, claro.

Madre de cuatro criaturas. Esa mezcla de orgullo y desborde. Los amo y no los soporto. Me encantan y me completan pero me llevan al límite. ¡Cuánto te entiendo ahora!.

A veces es duro darse cuenta de la eterna deuda que tenemos con nuestros padres, a veces vivir en los mundos de Yupi es más fácil.


El otro día me vi desbordada por mis hijas. Quejas, críticas, gritos, peleas, demanda, demanda, demanda… Te sientes invisible. Te sientes sola, incomprendida e invadida. A veces no eres nadie, una mera sirvienta, una ejecutora, un soldado raso que limpia letrinas. Hay días duros.

Y recuerdo que nunca la vi desbordada. Que a veces se enfadaba mucho, que nos tiraba la zapatilla, que puede que diese algún golpe en la mesa… Pero no me acuerdo con detalle. No recuerdo que fuese frecuente. O no lo hizo muchas veces, o mi mente de hija no lo retuvo.

Parece que sería lo segundo, porque como hijos, todos llevamos al límite a nuestros padres.

Cuando acuesto a las niñas la mayoría de las veces no quieren que me vaya. Me cogen la mano, la abrazan y se la quedan como peluche de almohada. No hay día que hagan eso y que yo no me acuerde que hacía exactamente lo mismo con mi madre.

-¿Por qué no duermes conmigo mamá?- decía la mini yo en la cama de arriba de la litera. -Es que no te quiero soltar mami-

Una mitad de mí se acostaría con ellas, la otra se iría a Bali de vacaciones. Es difícil, es bonito, es agotador, es tierno, es complicado, es pedagógico…

Alguna vez lo hizo, dormir conmigo, decía que papá roncaba. A mi se me llenaba de orgullo el cuerpo. ¡Va a dormir conmigo!. Le abrazaba con todas las extremidades de mi cuerpo, casi me ponía encima de ella. Quería contacto al 100%…

A veces alguna de las tres asoma por la puerta y se sube a la cama. Mitad de mí siente fastidio, quiere dormir. La otra mitad sonríe, le abre el nórdico y la mete dentro.

¡Ay mamá!

Photo by Andrae Ricketts on Unsplash

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