Feminismo, capitalismo y libertad: ¿somos realmente más libres?

Feminismo, capitalismo y libertad: ¿somos realmente más libres?

Feminismo, Capitalismo y Libertad: ¿somos realmente más libres?

Estaba el otro día escuchando un video del canal de YouTube de Santiago Armesilla titulado “¿Cómo afecta el Capitalismo a nuestra salud mental? Buenaventura del Charco y Santiago Armesilla” (aquí el enlace al video), y me topé con una historia que no conocía: el caso de las Antorchas de la Libertad (aquí el enlace a Wikipedia sobre este hecho).

En este video, ambos autores hablan sobre cómo el ser humano se ha convertido en un producto, la instrumentalización de la psicología para privatizar el malestar y el entendimiento de las variables motivacionales humanas, temas que tienen mucho que ver con lo que quiero contar aquí.

El caso de las Antorchas de la Libertad es un ejemplo perfecto de cómo el capitalismo ha utilizado aspiraciones sociales legítimas, como el feminismo, para sus propios fines.

En 1929, Edward Bernays, considerado el padre de las relaciones públicas, fue contratado por una gran compañía tabacalera para aumentar el consumo de cigarrillos entre las mujeres.

La solución fue brillante, aunque tremendamente manipuladora: asociar el acto de fumar con la emancipación femenina.

Durante un desfile en Nueva York, un grupo de mujeres (elegidas a conciencia y pagadas para ello) encendió cigarrillos en público como símbolo de libertad, desafiando las normas sociales de la época. La campaña fue un éxito, y el consumo de tabaco entre las mujeres se disparó.

Lo que parecía un acto de empoderamiento y emancipación era, en realidad, una estrategia comercial perfectamente orquestada.

Las mujeres no se liberaron, al menos del todo; simplemente se convirtieron en un nuevo nicho de mercado.

NOTAS:
Santiago Armesilla
es economista, politólogo y filósofo español, conocido por su enfoque crítico hacia el capitalismo, el feminismo contemporáneo y la posmodernidad, además de ser un referente en el marxismo heterodoxo.

Buenaventura del Charco es psicólogo y divulgador, especializado en terapia clínica y en el análisis de cómo las dinámicas sociales y el capitalismo influyen en el malestar emocional y la salud mental.

Escucha el episodio en Spotify aqui.

El capitalismo y la apropiación del discurso feminista

 

Este caso histórico es un ejemplo de algo que sigue ocurriendo hoy. El capitalismo ha aprendido a instrumentalizar movimientos sociales como el feminismo, no para lograr una verdadera igualdad, sino para generar nuevos consumidores.

Se ha convertido en algo habitual ver campañas publicitarias que apelan al empoderamiento femenino para vender productos o servicios.

Se nos dice que ser una mujer independiente y empoderada pasa por tener una carrera profesional exitosa, consumir ciertos productos y seguir un estilo de vida que, en realidad, sigue beneficiando a las mismas estructuras de poder.

Se fomenta la idea de que, para ser iguales, debemos comportarnos como los hombres, adoptar sus roles y competir en su terreno, olvidando que hombres y mujeres no somos iguales, sino complementarios.

Diferencias evolutivas y roles de género

 

Desde un punto de vista evolutivo, hombres y mujeres hemos desarrollado roles distintos pero complementarios.

Las mujeres, por su capacidad biológica de gestar, dar a luz y cuidar de la descendencia, han desempeñado un papel fundamental en la cohesión social y la supervivencia de la especie.

Los hombres, por su parte, han asumido el rol de protección y provisión, lo que ha moldeado su forma de entender y reaccionar ante el entorno.

El problema surge cuando, bajo el lema de la igualdad, se espera que ambos sexos asuman los mismos roles.

No solo se les exige a las mujeres que se comporten como hombres en el ámbito profesional, sino que también se espera que los hombres asuman roles tradicionalmente femeninos, como el cuidado de los bebés, con la misma destreza instintiva.

Sin embargo, esta idea ignora una realidad evolutiva: los hombres no han sido entrenados durante generaciones para responder instintivamente a las necesidades de un recién nacido.

Y ahí empieza el conflicto.

Se les exige que sepan qué hacer en todo momento, y cuando no lo logran, se les tacha de inútiles o desinteresados.

Al mismo tiempo, se espera que dejen de lado sus propias necesidades para adecuarse al 100% a las nuestras, en lugar de buscar un equilibrio sano entre ambos.

La igualdad no debería consistir en exigir que hombres y mujeres sean intercambiables, sino en reconocer nuestras diferencias y construir un modelo en el que podamos complementarnos, respetando lo que cada uno aporta.

Mi experiencia personal: encontrar un equilibrio

 

Hablar de este tema no es para mí una cuestión teórica, sino algo que he vivido en primera persona.

Soy madre de tres hijas y autónoma. Como muchas mujeres, tuve que dejar a mis hijas en la guardería a los pocos meses de nacer, porque necesitaba seguir trabajando.

No fue fácil, pero tampoco me sentí víctima de las circunstancias.

Decidí compaginar mi vida profesional y personal de la mejor manera que pude, trabajando hasta el último momento antes de dar a luz y retomando mi actividad poco después.

Si hubiese apostado por mi carrera profesional al 100%, probablemente no habría podido desarrollar mi vida familiar como lo he hecho.

Pero tampoco me he desvivido únicamente por la familia, olvidándome de mí misma.

He buscado, con esfuerzo y mucho ensayo y error, un equilibrio que me permita ser madre, profesional y, sobre todo, sentirme bien conmigo misma.

No me he sentido amenazada por tener que elegir, porque he sabido reconocer mis propias necesidades y actuar en consecuencia, sin dejarme arrastrar por discursos propagandísticos que me decían cómo debía ser o qué debía hacer.

Creo que eso es lo que necesitamos: juicio crítico, capacidad de escucha y la libertad de decidir qué camino tomar, sin caer en modelos impuestos, ya sean los del empoderamiento moderno o los del conservadurismo tradicional.

Si lo que te pide la vida es ser CEO de una multinacional, ¡adelante! Y si lo que te pide es ser ama de casa, estupendo.

La clave está en que la decisión sea tuya al 100%, no una respuesta a expectativas ajenas ni a discursos que no encajan contigo.

Conclusión: la verdadera libertad está en elegir

 

El caso de las Antorchas de la Libertad nos enseña que no todo lo que se presenta como empoderamiento es realmente liberador.

A lo largo de la historia, hemos visto cómo el capitalismo ha manipulado movimientos sociales legítimos para sus propios intereses, creando nuevas formas de opresión disfrazadas de progreso.

La verdadera emancipación no es seguir un modelo impuesto por nadie, sino tener el juicio crítico y la libertad de construir nuestro propio camino.

Porque la igualdad no consiste en que hombres y mujeres sean idénticos, sino en que ambos tengan la posibilidad de ser quienes realmente son, respetando sus diferencias y complementándose mutuamente.

Quizás la gran lección sea esta: la libertad real no es encajar en un molde, sino tener el valor de romperlo y decidir por nosotras mismas.

Y esa es una decisión que no le corresponde a nadie más.

Bonus extra: la influencia cultural y el ataque a la familia y los valores tradicionales

 

En los últimos años, especialmente desde Estados Unidos, hemos visto cómo determinados discursos políticos y movimientos ideológicos buscan erradicar conceptos tradicionales como la familia y la religión, entre otros.

Este fenómeno no es casual, sino parte de una estrategia más amplia que pretende rediseñar los pilares sobre los que se ha construido la civilización occidental.

La cultura occidental, que bebe de fuentes tan ricas como la filosofía griega, el derecho romano y el humanismo cristiano, ha dado lugar a una serie de valores que han perdurado a lo largo de los siglos:

  • la importancia de la familia como núcleo social
  • la búsqueda de un sentido trascendental a través de la religión
  • el desarrollo de la razón y el pensamiento crítico.

Sin embargo, hoy en día, estos valores están siendo cuestionados y, en muchos casos, desacreditados.

Desde ciertos sectores políticos e ideológicos se promueve un modelo de individuo aislado, desvinculado de cualquier red comunitaria o trascendental, con el argumento de que la familia y la religión son opresoras por naturaleza.

Se intenta reemplazar el papel de la familia y la comunidad por el del Estado y el mercado, en un intento de moldear ciudadanos más fácilmente controlables y dependientes de estructuras externas.

Esta influencia no se queda en Estados Unidos, sino que se extiende a Europa y otras partes del mundo, afectando a culturas que, aunque modernas, aún mantienen sus raíces en los valores de las grandes civilizaciones occidentales.

La familia, entendida como un espacio de apoyo mutuo y transmisión de valores, está siendo desdibujada en favor de una hiperindividualización que promueve la desconexión emocional y social.

La cuestión de fondo es si este modelo realmente beneficia a las personas o si, por el contrario, genera un vacío que nos deja más desprotegidos frente a las presiones del capitalismo.

Al debilitar la familia y las redes de apoyo tradicionales, el individuo queda a merced de un sistema que lo instrumentaliza como consumidor y lo aliena como ser humano.

Todo esto se podría elaborar mucho más profundamente, pero confieso que no es mi campo.

Quizá también soy víctima de ciertos contenidos que circulan por internet, pero inevitablemente siento que estas ideas resuenan con lo que pienso, observo y experimento.

No sé si tengo toda la razón, pero es algo que, al menos, me hace reflexionar sobre hacia dónde vamos como sociedad.

Yo te busco, no te preocupes

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Anita Balle

Publicista y Autora de este Blog

La parte cotilla de todo esto

Publicista, estudiante de Psicología y Morfopsicología. Aprendiz de coaches y otros mentores. Madre de familia y pareja de ingeniero. Actualmente viviendo en Hamburgo.

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