Esos fantasmas
Todo va bien, las cosas marchan, la vida sonríe, sin embargo, hay un momento en un determinado día que vuelves a sentir esa sensación desagradable que tanto detestas.
Por un momento piensas que va a ser un recuerdo fugaz, posiblemente ya te hiciste cargo de ella hace un tiempo, pero después de unos minutos te das cuenta de que sigue ahí y no parece querer irse.
Cada uno, a lo largo de nuestra vida, hemos desarrollado una manera de enfrentarnos a esa sensación que nos genera tanto desasosiego y hasta cierta agitación.
Por ejemplo algunos intentan definirla muy bien y averiguar qué significa y de dónde viene para poder ponerle remedio.
Y así se pasan horas e incluso días enredados en ella y en sí mismos intentado descubrir qué es y cómo solucionarlo, para al final quedarse con la sensación de incompetencia al descubrir que, hagan lo que hagan e investiguen lo que investiguen, esa temida sensación regresa una y otra vez.
Al menos algo aprenden de ella, se consuelan.
Otros directamente la evitan a toda costa poniéndose a trabajar, a hacer deporte o a distraerse con cualquier actividad que requiera cierto esfuerzo físico o de atención mental. Y así desaprovechan las oportunidades de quizá saber un poco más sobre ellos mismos, a la vez que evitan hacerse responsables.
Al menos así ha quedado sepultada y yo he pasado un rato entretenido, podrían decir.
Y los hay que proyectan ese malestar interno al exterior y lo convierten en preocupaciones inexistentes, o se proponen ponerle solución a través de acciones o incluso cosas materiales que generen cierta tranquilidad o paz mental pasajera. Y de esta manera perpetúan la sensación de frustración al comprobar que nada externo arregla esos desaguisados internos.
Al menos he aprendido recursos para enfrentarme a la vida, quizá comenten.
Esa sensación que te genera aversión, son miedos inconscientes que todos tenemos y que cada uno podríamos traducir con una palabra si investigásemos lo suficiente.
Hay personas que sienten literalmente un vacío vital, otras dicen que sienten que son disfuncionales, otras que se sienten inservibles o no válidas, otros comentan que sienten una sensación de no ser capaces, de no estar a la altura.
Los hay que temen sentir vulnerabilidad y sensación de no poder, o incluso algunos definen esa sensación simplemente como una tristeza interna que se instala en el centro del pecho, sin aparente sentido.
Otros la definen con palabras como inquietud y desconfianza hacia sí mismos y hacia la vida, y hay gente que simplemente siente que no son buenas personas, y que hasta merecen ser castigadas por ello.
Cuando, después de darle muchas vueltas al ciclo, descubres que aquello que regresa tiene una función, es cuando puedes empezar a emplearlo a tu favor independientemente de las malas sensaciones corporales que te deje y lo mucho que cueste enfrentarse a ella.
La función concreta dependerá de cada uno, pero si nos paramos a pensar sobre este tema, y sobre todo a hablar con otra gente y corroborar la teoría, quizá podamos coincidir en que esa sensación nos traslada al pasado, a los inicios de nuestra vida, a esos momentos en los que éramos vulnerables, en los que de alguna manera sabíamos que no sabíamos, en los que éramos más humildes.
Aquellos momentos que, pese a sabernos más desprotegidos, éramos más sencillos y más naturales, y eso ya de por sí nos otorgaba cierta valentía y arrojo ante la vida.
Cuando no veíamos inconveniente en reconocer nuestros errores, en aceptar lo que no estaba del todo bien en nosotros, y seguíamos avanzando con la actitud vital del niño que éramos.
Ese que se cae y se levanta todas las veces que sea necesario, y que sabe que volverá a caerse en cualquier otra ocasión.
Conforme crecemos, olvidamos que efectivamente siempre habrá algo en nosotros que no encaja. Y huimos de esa sensación una y otra vez las veces que haga falta, luchando cada uno a su manera, incapaces de recordar que aquello estuvo siempre ahí, y nunca se fue y nunca se irá.
Admitimos que no todo puede estar bien en nuestra vida, pero lo hacemos en referencia a las diferentes áreas de la misma, a un nivel superficial. Efectivamente no somos perfectos en todo y no es posible que todo esté en su sitio tal y como desearíamos: trabajo, pareja, familia, amigos, intereses, economía, etc.
Y no admitimos que nunca nos desharemos de esos miedos y esas sensaciones desagradables que nos visitan de vez en cuando.
No lo admitimos porque es tal la pesadumbre que nos genera, que solo el hecho de pensar que siempre estarán ahí acompañándonos, nos paraliza y aterra.
Lejos de ser ésta una postura derrotista o determinista, es una postura inteligente que pretende hacer una llamada general a la aceptación.
Recuperemos la sabiduría del niño, aprovechemos las visitas de esos viejos fantasmas del pasado para reevaluar nuestro presente, ajustar lo que haya que ajustar, reencaminar nuestros pasos y, sobre todo, para recordar que ya somos dignos, suficientes y capaces simplemente por el hecho de ser quienes somos y tener la valentía y el arrojo de enfrentarnos a la vida cada día.
Inspirado en los miedos y aversiones del Eneagrama tal y como lo explican y he aprendido en la escuela AutoGnosis de Alberto Peña.
Yo te busco, no te preocupes
Únete a la newsletter y recibe en tu bandeja de entrada todas las nuevas historietas que mando a los suscriptoresAnita Balle
Publicista y Autora de este Blog
La parte cotilla de todo esto
Publicista, estudiante de Psicología y Morfopsicología. Aprendiz de coaches y otros mentores. Madre de familia y pareja de ingeniero. Actualmente viviendo en Hamburgo.