A veces la solución o la respuesta a nuestras preguntas se pasea ante nuestros ojos de una manera descarada. Contoneándose de lada a lado con gracia y salero sabiendo que, posiblemente, nunca será vista.
Ayer fui a ver a una amiga a su casa. Nos vemos poco pero nos queremos mucho. Hace años que empezamos nuestra amistad y, aunque no hemos compartido mucho tiempo juntas, es ese tipo de persona con la que conectas muy bien y sabes que si alguna vez la necesitas, estará ahí.
No nos llamamos casi nada, nos escribimos poco, pero nos preocupamos la una por la otra. Y cuando podemos nos visitamos, nos hacemos un regalito simbólico y, eso sí, nunca nos olvidamos de nuestros cumpleaños. Y no hace falta que las redes sociales nos los recuerden.
Ella es madre de dos hijos y está pasando una mala época. Con el nacimiento de su segundo bebé tiene la sensación de haberse perdido entre la multitud familiar, las tareas, el trabajo, el cansancio, el hartazgo… Y yo la entiendo muy bien.
Nada más verlo supe que algo no iba bien. La cara y el lenguaje corporal delatan rápido, alto y claro. Ella tampoco lo ocultó, hay confianza.
Hablamos del tema, la escuché y le intenté dar todos mis ánimos. Pero en casos así creo que poco más puedes hacer. Apoyar, escuchar y estar ahí. Si me pide consejo yo se lo doy, o le cuento algo parecido que me haya pasado. Pero lo primordial para mí es escuchar y apoyar, y no intentar quitarle hierro a la situación.
Y me dio qué pensar. Esto que parece un «caso de libro» de madre de niños pequeños puede pasar inadvertido para muchos basándose en que es algo que han vivido casi todas las madres y abuelas.
«Es normal, la niña es pequeña, el mayor pide mucho, los dos trabajan…». Y el problema bajo mi punto de vista, es que con esta manera de hacer el problema más pequeño, lo que estamos haciendo es no afrontarlo.
«Es normal». Cada vez me gusta menos esa expresión.
Es verdad que lo que le pasa a esta amiga tiene relación con el haber sido madre, pero esto que le está pasando ahora podría también pasarle sin serlo. Así que dejaremos fuera de la ecuación ese dato.
Vale, es común en muchas personas tener épocas malas, sí. Pero quizá decir «es normal» hace que «normalices» la situación y le des menos importancia de la que tiene. Y es muy importante no pasar por alto estas situaciones, repito. Las señales sencillas son las más claras y fáciles de interpretar.
No nos enseñan de pequeños a lidiar con «tocadas de fondo abismales». Aprendemos poco a poco de casos cotidianos a lidiar con emociones que son más intensas y, en ocasiones, muy desagradables. Pero, a no ser que hayamos vivido un drama familiar importante, no sabemos qué hacer cuando todo lo externo está estable pero lo interno está hecho pedazos.
No sabemos qué hacer cuando la cosa ya está tan profunda y enredada que no encontramos ni la manera ni las ganas de deshacer el meollo. Nos perdemos y pensamos que tenemos que profundizar en nuestro interior, encontrar una llave maestra mística, ver una señal trascendental o jugar a la lotería y que el dinero nos salve -ya que estamos-.
No hay que normalizar situaciones como la que está viviendo mi amiga. Si nos tranquilizamos con un «es normal mujer» mal vamos. Hay que tomar cartas en el asunto y hacer -o sentir- lo que más te convenga para revertir la situación.
Esperar a que el bebé crezca es resignarse de alguna manera, o no querer inconscientemente enfrentarse a la situación, o estar perdida y no saber por dónde empezar.
A mí me salió decirle cosas como «hay luz al final del túnel». Ahora me descojono de la frase. Pero también le dije «poco a poco empieza a mover fichas para salir de esta, busca momentos para ti y hazlos prioritarios, y sobre todo no te agobies, paso a paso».
Señales claras y fáciles
Una situación como esta puede derivar en que poco a poco el resto de tu status quo se desmorone. Afortunadamente, el ser humano es capaz de sanarse a sí mismo de una manera increíble aún tocando fondo. Hay muchos ejemplos en el día a día.
Pero creo que es importante recordar que las señales sencillas, claras, superficiales y directas hay que interpretarlas así y abordarlas con el mayor de nuestro compromiso, sin quitarles importante o relevancia.
Si estás mal no normalices y no busques una causa, respuesta o señal en el hondón de tu ser. Es más fácil mirar primero en la superficie y abordar cada área mejorable con compromiso y determinación, con cariño hacia tí y dándole a todo la importancia que tiene.
Necesito tiempo, empieza a priorizarte y darte espacio a solas. Me encuentro baja de energía, empieza a analizar tu nutrición, tu actividad física y la gente con la que te rodeas. Me veo y no me gusto, comienza a cuidarte con ayuda de tratamientos, con terapias que te hagan conectar con tu cuerpo, interésate por la nutrición también, por el movimiento… Siento que sólo soy una madre de niños que anda de lado a lado con la lengua afuera, busca ayuda, apoyos, rodéate de gente que se preocupe por ti y tu bienestar, y no siempre tienen que ser las abuelas 🙂 –queridas abuelas, qué trabajazo hacéis-.
Creo que, una vez empieces a mover ficha por la superficie, empezarás a poder dar espacio a tus emociones más complejas y desgranarás quizás temas más profundos. Pero lo primero es que el terreno esté estable.
Este verano está siendo muy inspirador para mí. Pero a diferencia de lo que alguno puedan pensar, lo bonito es que me estoy dando cuenta de que muchas de las respuestas a nuestras preguntas están en la superficie y a simple vista. Solamente hay que darle la importancia que tienen y no normalizarlas.
Este post va dedicado a ella. Porque necesita apoyo, escucha y ánimos. Porque la quiero y quiero que recuerde lo maravillosa, lo válida y lo importante que es. Siempre me tendrás para lo que necesites. Te quiero.
Y os mando un caluroso beso a tod@s.
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