Una ejecutiva agresiva

Una ejecutiva agresiva

Cuando era pequeña me gustaba imaginarme como una «ejecutiva agresiva» de esas de éxito que van de aquí para allá con su traje de rayas, sus tacones de aguja y sin tiempo para nada. Me lo creí totalmente.


Estuve creyéndomelo muchos años, muchos muchos. Sin embargo la vida me llevaba por otros derroteros, y yo me flajelaba porque sabía que por ese camino no se llegaba a la meta de la «súper ejecutiva agresiva».

Por otro lado iban apareciendo cosas que, oye, no estaban tan mal, a pesar de que eran antagónicas a mi imagen mental de la «súper ejecutiva». Menudo cacao.

¿Cuándo se me metió en la cabeza que yo quería ser eso o que siendo eso sería feliz? Ni idea. Puede que Allie McBeal influyese un poco, quién sabe. Pero así lo creía. Si conseguía ser eso sería feliz. ¡Sí señor!. Esa era mi creencia.

Y así me pasaron muchas cosas en la vida, y yo sin disfrutarlas, porque no se ajustaban a «eso». Y yo estaba empeñada con que «eso» era la felicidad y nada más.


Nos metemos en la cabeza muchas cosas que no son nuestras. Las películas, las series, los libros, las historias que nos cuentan, la gente que conocemos… Todo nos influye y es imposible mantenerse «casta y pura». Estamos todos contaminados.

Y cuando tienes hijos y te ves como una de las fuentes de esa contaminación mental a la que todos los humanos estamos expuestos, te acojonas. Literalmente.

Intento no pensarlo mucho, pero sé que mis hijas ya dicen frases mías, que dicen que les gustan cosas que me gustan a mi también y que tienen determinados «TOC’s» también muy familiares. ¡Qué Dios me coja confesada!.

Otra persona se podría sentir orgullosa de que su descendencia diga cosas o se comporte igual que su madre o su padre. Yo no.

En mi «mundo de Yupi» imaginario e ideal espero que mis hijas encuentren rápido su verdadera identidad y la liberen igual de rápido de parásitos sociales, familiares, e incluso de parásitos creados propiamente ya por ellas mismas. Sí, no es fácil, todos estamos pasado contínuamente por ahí.

¿Qué puedo hacer yo para aliviarlo un poco? Pues creo que lo único que puedo hacer es intentar ser la mejor versión de mi misma, conociendo que en el camino voy a ser tremendamente imperfecta en muchas cosas, y que me voy a tener que perdonar constantemente. Tendré que intentar aprender de lo errores y seguir para adelante sabiendo que esas mentecillas infantiles son esponjas sin filtro.

Y es que yo no puedo controlar absolutamente todo lo que hacen, lo que ven, lo que leen, con quien van… La vida es algo que tienen que experimentar y enfrentar por ellas mismas, y mi papel es ayudarlas a entender, a elegir, a comprender, a ser responsables… Pero no puedo evitar que durante esa experiencia de vida absorban modelos de comportamiento de cuestionable valor, incluso viniendo de sus propios padres.

Y quizá ellas ya estén haciéndose la imagen mental de lo que es la felicidad. Quizá ya estén confabulando con que este tipo de personas «molan» y este tipo de personas «no molan». Y quizá lo hayan sacado de frases mías, de gestos míos, de películas que ven. ¿Y qué voy a hacer yo con eso? Pues poco se me ocurre.

Hay una frase que le digo mucho a mi pareja, el padre de las criaturas: «Hagamos lo que hagamos, nada nos libra de que en algún momento de su vida crean que somos los culpables de sus desgracias».

¡Ay! ¡Cómo me acuerdo yo de mis padres ahora! Como dice mi suegra, sus nietos les han vengado.


El otro día, volviendo del mercado me vi reflejada en un escaparate. Chaquetón para la lluvia, gorro de lana, cuello de lana gorda, falda de felpa hasta media pierna -comprada en una tienda de segunda mano y probablemente proveniente de una ancianita menudita-, medias tupidas, botines de cordones y mitones. Una ejecutiva agresiva yendo a por la verdura de la semana en toda regla. ¡Ja!. Sí, creo que al final me tiró más Felicity que Allie…

Photo by Patrick Fore on Unsplash

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