Hace días que me ronda por la cabeza hacer un artículo sobre cómo gestionamos nuestro tiempo, sobre cómo nos tomamos la vida. Y pensando en él he descubierto una gran conexión con cuál creemos que es nuestro propósito en el mundo.
Todos nacemos con ambiciones, con un propósito de vida. Hay personas que se pasan años buscándolo, hay otras que lo encuentran en seguida. Esos niños prodigios, músicos, pintores, artistas, científicos… Parece que ya hayan nacido sabiendo para qué sirven, mostrando esas cualidades innatas desde bien pequeños.
El resto de los mortales tardamos un poco más, no lo vemos tan claro. ¿Para qué hemos nacido? ¿Qué hacemos aquí?. Y es ahí donde, perdidos en nuestra inmadurez, comenzamos a seguir el rebaño sin cuestionarnos mucho más.
Hay que trabajar mucho, dicen. Hay que esforzarse mucho, dicen. Hay que estudiar y estudiar, dicen. Hay que ganar dinero, dicen. Hay que comprarse cosas, dicen… Y dicen, y dicen. Y nos metemos en una espiral sin salida en la que nos podemos llegar a encerrar años y años. Y todo por no saber en qué queremos invertir realmente nuestro esfuerzo.
Cuando menos nos lo esperamos nos vemos abocados a una vida en la que decir «no tengo tiempo» es cool, en la que mostrarse ocupado hace parecer importante y en la que nuestros altos niveles de estrés es lo normal.
Y si nos paramos a pensar ¿todo esto para qué es? ¿para qué tanto esfuerzo? ¿para qué tanta inversión de tiempo? ¿Quiero ser rico, famoso, extraordinario? ¿Quiero llegar a ser alguien, quiero tener una súper empresa? ¿Quiero llegar a la cima, romper barreras, ser top?
«¿Para qué leche permito que mi cuerpo viva tales niveles de estrés continuados sin ningún miramiento por él?»
¿Son esos nuestros principales objetivos en la vida?
Vivir experiencias, aprender cosas, caminar por la vida, experimentar situaciones, tener relaciones, cambiar de lugares, ir, volver… ¿No es suficiente con eso?. ¿No creéis que la vida por sí misma nos puede dar mucho?.
Pero, una cosa, ¿dejamos que la vida nos de cosas?¿Estamos apreciando lo que la vida simplemente nos da? ¿O estamos con el foco puesto en esos ideales sociales que ya no se sustentan por ningún lado? ¿Estamos cegados quizá por esos propósitos impuestos socialmente que no son nuestros y que no tienen ningún sentido?.
Exigirnos, exigirnos y exigirnos, ese es nuestro discurso, todo para conseguir la cima -la cima de qué-. Ante tanto imperativo es imposible no ir corriendo, es imposible ir pausado e ir disfrutando por la vida, imposible encontrar lo que verdaderamente nos gusta. Nos imponemos ritmos infernales que no los cumpliría nadie ni en un millón de años.
La frase de madre «no vas a heredar la empresa» viene al pelo en este artículo. ¡Cuánta razón!
Stop!
Y lo peor es que dedicamos todo nuestro valioso tiempo a cosas que no nos motivan, a un objetivo que es tan falso como la creencia de que todos somos iguales y venimos aquí a conseguir lo mismo.
Debemos ser dueños de nuestro tiempo tanto como de nuestra vida y de nuestras elecciones. Debemos aprender a saber tomarnos las cosas de diferente manera, a relajar nuestra exigencia y probar nuevas vías de experiencia.
Porque tomarse las cosas de otra manera es posible. Porque pensar que todo es urgente, que todo es importante y que todo hay que hacerlo ya es, simplemente, falso. Somos los guardianes de nuestro tiempo y los que elegimos donde lo invertimos y como.
Pensar que todo tiene que ser popular, exitoso, instagrameable, compartible y universal es aniquilador.
No dejemos que la sociedad nos imponga qué es lo que está bien y qué es lo que no. No dejemos que las redes sociales sean nuestro baremo de vida. No dejemos que los demás digan cómo debemos tomarnos las cosas, somos nosotros los guardianes de nuestra vida y hay que vivir para nosotros no para la sociedad.
¿En qué quieres invertir tu tiempo? Esa es la pregunta.
Pero para poder darse cuenta de dónde hay que invertir tiempo también hay que parar. Cuando vamos muy deprisa no podemos leer las señales. Cuando vamos pensando en un objetivo imposible nos perdemos irremediablemente.
Frena, y contesta a la pregunta. Para y date cuenta. Quizá la respuesta no te venga de inmediato, pero es parar el ritmo que llevamos lo que nos da la clave para leer bien las grandes señales de esta autovía que es la vida.
Y una vez tengas la respuesta, frena. Frena otra vez y cambia el paso, porque encontrar lo que verdaderamente te mueve en la vida, lo que realmente te gusta, es lo que te hará cambiar el ritmo de verdad. Parar para saborearlo bien.
Una buena amiga mía dice: «Hazlo, al final no pasa nada». Y es así, así de simple. Frena, al final no pasa nada. ¿Qué te puede pasar?.
No estoy hablando de sentarte en un cocotero a dormirla. Te estoy hablando de frenar tu ritmo vital, de ir más despacio, de tomártelo de otro modo. Frenar por una buena causa ¿verdad?
Camino, no objetivo
Y en esta «buena frenada» -muy buena-, te darás cuenta de que lo precioso de la vida es recorrer el camino sin pensar en la meta. Y es que puedes ir por el mundo disfrutando de él, experimentando lo que te ofrece sin más.
Sin un objetivo final, sin ningún deseo, como lo haría el mismo Buda.
¿No es más fácil así? ¿No es más sencillo no tener deseos imposibles o inalcanzables o innombrables para poder seguir nuestro camino con actitud disfrutona y sin autoexigencias sin sentido?
¿No es más ligero disfrutar de lo que te gusta en este momento, estudiar aquello que te llama, tomarse la vida eligiendo en qué quieres perder tus horas y no estar a merced de una sociedad dormida?
Ay sí, sí lo es. Palabra de aprendiz de disfrutona 🙂
Love ya!
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