Comerte el menú completo
«Un día me di cuenta, con respecto a todas aquellas personas de las que tenía celos, que no podía quedarme con pequeños aspectos de su vida. No podía decir: quiero el cuerpo de ese hombre, el dinero de aquella mujer o la personalidad de no sé quien. Tienes que ser esa persona. ¿Realmente quieres ser esa persona, con todas sus reacciones, sus deseos, su familia, su grado de felicidad, sus perspectivas vitales, la imagen que tiene de sí misa? Si no estás dispuesto a quedarte con el lote entero, 24 horas al día, siete días por semana, entonces no tiene ningún sentido que estés celoso».
Según Morgan Housel, esta parrafada la soltó Naval Ravikant, uno de los inversores más importantes de los últimos años convertido en gurú de emprendedores.
Y a esta misma conclusión llegué yo misma este verano pasado.
Claro, que el tal Naval cuenta con su propio fondo inversor y una fortuna de 60 millones de dólares, y yo estoy aquí un jueves por la noche escribiendo esto mientras mi familia duerme.
Algunos pensarán que es una perogrullada, a lo que yo contesto que, efectivamente lo es. Pero una cosa es saberlo y otra ponerlo en práctica. De lo que hablo es de lo segundo.
En su libro «Lo que nunca cambia», Morgan Housel dedica un capítulo a los referentes, aquellas mentes extraordinarias que se salen de lo común y consiguen grandes hazañas. Como Elon Musk, Steve Jobs, J. F. Kennedy, etc.
Básicamente habla de que todo genio tiene su parte de locura, y que a esa mente extraordinaria hay que comprarla al completo, no como algo indivisible.
Si quieres las ideas brillantes, también tienes que tolerar los comportamientos estrafalarios que se salen de lo común y de la norma social que suelen manifestar estos especímenes.
De hecho, también añade: «las personas que son buenas en algo hasta límites fuera de lo común, suelen ser malas hasta límites fuera de lo común en alguna otra cosa»
No puedo estar más de acuerdo.
Autoengaño
Las personas tenemos la insana costumbre de engañarnos a nosotros mismos y a los demás constantemente.
Compramos cualquier frase que nos suene medio bien para adjudicárnosla y asociarla a nuestra forma de ser… Para después hacer literalmente lo contrario.
Lo que de toda la vida se conoce como «consejos vendo y para mi no tengo» o «perro ladrador poco mordedor» o «dime de lo que presumes y te diré de lo que careces»
Como en la parrafada anterior del señor Naval.
Cuando hablamos de no compararnos con otros, de la aceptación de uno mismo y, por consiguiente de los demás, pasa esto también.
Una cosa es entenderlo, otra es hacerlo, ponerlo en práctica.
Como ya os he comentado en muchas ocasiones, es algo tan sumamente complicado de alcanzar, que no me creo a casi nadie que lo diga. Necesito verlo en acciones.
En el capítulo del libro que he comentado antes, Morgan Housel escribe que, efectivamente, un referente en un tema concreto puede ser una auténtica decepción en otro, y es algo que tenemos que asumir.
En mi caso, lo que quiero manifestar es la importancia de aceptarse a uno mismo y a los demás como un «menú completo» en el que no puedes elegir qué tomar y qué no.
No es tanto el tema del referente o las personas a las que puedes admirar, es más bien la parte más del entender que todos tenemos dos caras de una misma moneda.
Voy a intentar explicar esto para que quede más claro.
Indivisibles
Desde que tengo uso de razón, he podido observarme a mi misma como una persona inacabada, imperfecta y a ratos contrahecha.
La facilidad para tener el ojo fuera y estar observando cómo el resto de personas poseen algo que tú querrías, es posiblemente lo que más infelicidad y perturbación me ha generado en el pasado.
Pero paradójicamente, si me das a elegir si me querría cambiar por alguna de aquellas personas, mi respuesta habría sido -y sigue siendo- un rotundo «NO».
¿Curioso, verdad?
Hay algo ahí dentro que me defiende de mi misma. Que hace que en el fondo haya un beneficio en ese comportamiento que es lo suficientemente fuerte como para no querer deshacerme de esa cara B.
El ser humano es contradictorio, paradójico y multifacético. Es prácticamente imposible definir a alguien al 100% sin que aparezca alguna incongruencia. Y ahí precisamente está la magia.
Somos únicos, indefinibles e indivisibles.
Como el paquete de yogures del súper.
I n d i v i s i b l e s .
Somos capaces de hacer cosas maravillosas, y también de hacer cosas reprobables. Y seguramente están motivadas por la misma creencia.
El yin y el yan de nuestra personalidad manifestada en nuestra conducta, creencias y forma de filtrar la realidad.
Muy probablemente, si nos extirpásemos aquello que no nos gusta de nosotros mismos, acabaríamos también con aquello que saca lo mejor de nuestra forma de ser.
Es como que una cosa no se puede dar sin la otra.
Entender esto es complicado, sobre todo para aquellos que se consideran del club de los «buenistas». Aquellos que se piensan más evolucionados del resto. A los que la soberbia maquillada de humildad falsa, les impide reconocer lo peor que acarrean -y que podría ser esto mismo, entre otras cosas-.
Siento ser dura, pero la mierda flota. Y los demás acaban viendo las cosas que tú no quieres ver.
Son aquellos que les preguntan sobre sus defectos y dicen: «uy sí, soy muy perfeccionista» o «mi problema es que siempre pongo los intereses de los demás por delante de los míos» o «se me olvidan las cosas y a veces no escucho» o «soy muy exigente»
Eso no son Caras B. Eso es no querer decirte la verdad, que es mucho más fea, porque no quieres sentirte mala persona.
Pero mira, te lo pongo fácil: todos somos malas personas en algún momento.
El caso es que nos las damos de «aceptadores profesionales», pero estoy muy convenida de que es todo mental. Eso no ha pasado al estado de haberlo integrado en tu vida de verdad. Es simplemente una idea o un ideal que pulula por tu cabeza, soltando descargas de bienestar superficial que te hace creerte mejor persona.
Haz la prueba. Observa durante una temporada cómo reacciona tu cuerpo ante personas, situaciones, comentarios y comportamientos que no te gustan. Que no aceptas.
No entro en el por qué no los aceptas. Simplemente exponte a eso y observa las reacciones de tu cuerpo.
¿Por qué observar el cuerpo?
Porque no suele mentir.
Entonces, como te decía, exponte a las situaciones y mira qué pasa. Si se te altera el asunto, hay algo.
Y oye, que la finalidad no es convertirte en alguien imperturbable, inmutable, totalmente zen… No, no es eso.
La finalidad es comenzar a darnos cuenta cuál ha sido el comentario veloz, la creencia rauda, el prejuicio rápido que ha aparecido en tu mente antes de que tu cuerpo haya reaccionado.
Porque ahí ha pasado algo, en esa milésima de segundo algo en tu cabeza ha dicho algo que ni tú has procesado mentalmente, pero tu cuerpo sí.
¿Qué ha sido lo que ha dicho la cabeza?
Ese es el secreto. Descubrir a esa vocecilla inaudible que sin nosotros darnos cuenta, gobierna muchísimas de nuestras reacciones y acciones.
Experiencia personal
Como os comentaba antes, la idea del menú completo me cayó este pasado verano. Y os recuerdo que no hablo de entender la frase mentalmente, hablo de algo más profundo, de integrarla, de darme cuenta.
Un día estaba bastante alterada, había un proyecto profesional que no acababa de salir como a mi me gustaría y eso me iba encendiendo por momentos.
Pero no es un típico enfado por frustración de que las cosas no salían como yo quería. No era solamente eso.
Me di cuenta de que me estaba enfadando «con alguien» más que «con algo», y se me encendió la bombilla.
Realmente lo que estaba pidiendo a gritos es que una persona en concreto cambiase totalmente su actitud, sus reacciones y su forma de pensar.
Ahí lo vi claro, y os resumo el proceso en esta frase: estoy eligiendo las partes de esa persona que me gustan, y desechando las que no me gustan.
A partir de ahí la pregunta está clara: ¿Querría que esto me lo hiciesen a mi?
Ni de coña.
Entonces ya sabes lo que tienes que hacer.
Así que me dije:
«Si quieres seguir con este proyecto tienes que comerte el menú completo. No puedes andar quitando lo que no te gusta de las personas con las que estás, porque eso que no te gusta es lo que también alimenta lo que sí te gusta. Si quieres disfrutar de lo que te gusta, tienes que aceptar también el resto»
Si te fijas, el ser selectivo en este sentido es como cuando tu hija mayor aparta las verduras del plato o le intenta quitar la cebolla a la boloñesa de los macarrones. Incluso añadiendo esa cara de desprecio: «Aarg, otro trozo verde de algo que se ha colado por aquí»
¿Te gustaría que los demás hiciesen eso contigo?
Perogrullo
Desde este verano he estado muy presente en este labor de ser consciente de ver la cara A y la cara B de las personas, de intentar entender cómo se combinan y cómo la una llama a la otra y viceversa.
En el Eneagrama se ve muy claro el mecanismo cuando estudiamos las motivaciones de cada eneatipo y sus estrategias para poder satisfacerlas.
Así una misma persona puede satisfacer su deseo básico con un comportamiento equilibrado y centrado, o puede hacerlo yéndose a unos extremos desadaptativos y dañinos para ella misma y para los demás.
Pero todos esos comportamientos, los equilibrados y los desequilibrados, están motivamos por lo mismo.
Además, lo curioso es que cuando estudias los diferentes mecanismos de los eneatipos, te das cuenta de que esa misma motivación tiene un lado virtuoso y un lado oscuro. Una cara A y una cara B, y que una no puede ser sin la otra.
Como el yin y el yan que decíamos antes.
Podemos decir que, en el caso de la pareja o de los hijos, ponemos esto en práctica sin hacer todo este discurrir mental.
Yo creo que creemos que lo hacemos, pero no hasta este nivel de entender que lo mismo que alimenta lo mejor de ti, también alimenta lo peor de ti, y que por tanto es indivisible.
Que esto no quiere decir que no se pueda equilibrar. Pero no se puede extirpar.
En el ejemplo del genio se ve más fácil, y Morgan Housel lo desarrolla muy bien. Os copio un párrafo:
«Fijémonos en Elon Musk. ¿Qué clase de persona de 32 años cree que puede enfrentarse a General Motors, Ford y la NASA a la vez? ¡Un perfecto maníaco! La clase de persona que piensa que a él las restricciones normales no se le aplican; no de una forma egocéntrica, sino de una forma geniuna y en la que cree hasta la médula. Y es también la clase de persona que no les da importancia, por ejemplo, a las conversaciones sociales de Twitter»…
«A la gente le encanta la vertiente de genio visionario de Musk, pero la quiere sin la vertiente que opera en su versión distorsionada de la realidad, la que parece decir «Me importan un bledo vuestras costumbres». Sin embargo, no creo que esas dos cosas puedan separarse. Son las contrapartidas riesgo-recompensa del mismo rasgo de personalidad»….
A un nivel más mundano, de por ejemplo parejas a hijos sin que ninguno de ellos sea un pequeño Musk o algún psicópata enfermo mental, tenemos que darnos cuenta de que, obviamente, el amor acaba siendo más grande que las diferencias que podamos tener.
Sin embargo eso no significa que veamos el mecanismo de la cara A y cara B que comento.
Si nos damos cuenta, constantemente queremos particionar a las personas y a nosotros mismos para que encajen -y encajemos- en nuestras expectativas, deseos o ideales.
Así queremos que nuestras parejas, nuestros padres, amigos, colegas, hijos, sigan igual en tal cosa, pero cambien o «mejoren» en tal otra.
Es el «sí pero…» constante.
Conclusión
Debemos abogar por la «radical aceptación» de uno mismo y de los demás.
Este tipo de aceptación no es impasible ante las faltas de respeto y sabe poner límites. No es sumisa ni tolerante a extremos naive.
La radical aceptación es entender este mecanismo del menú completo, de la persona indivisible, de que lo mejor de ella está intrínsecamente relacionado con lo pero de ella.
De que ambas son caras de la misma moneda.
Uno de los dolores más profundos del alma, es que no te acepten tal cual eres, de que te quieran cambiar.
Esto no significa que te llamen la atención cuando superas ciertos límites o que obtengas «castigos» sociales o de personas a las que quieres por llevar tu personalidad al extremo inadaptado.
No se trata de justificar comportamientos inadecuados ni de resignarse ante las dificultades, sino de comprender que la transformación comienza con la honestidad.
De que el punto de partida para crecer y construir relaciones auténticas no es rechazar las imperfecciones, sino abrazarlas con compasión e inteligencia emocional.
Hablo del entendimiento profundo de que cualquier persona puede mostrar su mejor y su peor cara, y que, en muchas ocasiones, con compasión, paciencia y siendo más inteligentes a nivel emocional, podemos encauzar mejor las situaciones conflictivas y mejorar las relaciones con los demás, e incluso con nosotros mismos.
La radical aceptación es un acto de valentía, tanto hacia los demás como hacia uno mismo. Es reconocer que somos indivisibles, que no podemos particionarnos en una colección de virtudes y defectos a la carta.
Es aceptar que nuestras luces y sombras están profundamente entrelazadas, y que intentar deshacernos de una parte es perder lo que nos hace únicos.
Aceptar el “menú completo” de una persona, o de nosotros mismos, es un acto de amor y humildad. Es el primer paso para dejar de luchar contra lo que no podemos cambiar y empezar a trabajar con lo que realmente somos, desde un lugar de integridad y coherencia.
Porque, al final, no se trata de ser perfectos, sino de ser completos. Y en esa completitud, con nuestras contradicciones y dualidades, radica la verdadera belleza de ser humanos.
Yo te busco, no te preocupes
Únete a la newsletter y recibe en tu bandeja de entrada todas las nuevas historietas que mando a los suscriptoresAnita Balle
Publicista y Autora de este Blog
La parte cotilla de todo esto
Publicista, estudiante de Psicología y Morfopsicología. Aprendiz de coaches y otros mentores. Madre de familia y pareja de ingeniero. Actualmente viviendo en Hamburgo.