De igual a igual

De igual a igual

Cuando se podía viajar, cuando andábamos cogiendo aviones con todos los bártulos y el maleterío, cuando podíamos ir de casa en casa visitando a familiares y amigos… vi algo que me dejó completamente descolocada. Y os la voy a contar.


Las pasadas Navidades, cuando la vida tenía otra normalidad, disfrutamos -a veces más y a veces menos- de nuestros amigos y familiares en España. Si esto pasase ahora seguramente se contaría de otro modo ¿verdad?.

Decía que íbamos de casa en casa y pasábamos tiempo con unos u otros primos, tíos, hermanos, padres, abuelos… También pasábamos tiempo con vecinos.

Dio la casualidad de que compartimos bastante tiempo con una familia vecina, también con hijos de las mismas edades que nuestras fieras. Y un día los vecinos nos invitaron a pasar la tarde a su casa.

A mi me da respeto llevar a mis fieras cachorras a casa de los demás, porque a veces son muy intensas «para mí» y creo que no voy a ser capaz de «controlarlas». Sí, esta frase ya dice mucho de mis puntillos flacos.

El caso es que fuimos a la casa, y en el transcurso de la tarde pasó lo que os quería contar.

El vecino niño preguntó algo a la vecina madre, y ella mantuvo con él una conversación. Repito, una conversación. No un «hablo con mi hijo». No, era una auténtica conversación.

Y yo aluciné.

Aluciné porque la madre no estaba en actitud «vamos a ver cómo se le da a mi hijo hablar y discurrir».

Ni en actitud de «a ver cómo se expresa el nene y a ver dónde puedo intervenir y enseñarle una gran lección a través de un speech».

Ni en actitud de «ya sé lo que me va a decir y bueno, a ver si acaba ya y le contesto».

Ni en actitud de «¡ay! mi retoño qué mayor se hace, mira como piensa y razona».

No. Estaba en actitud «normal», como si dos adultos hablasen. Ni ella era un papel de madre, ni él era un papel de «niño», a pesar de que eran madre y niño, sí.

Había respeto, había curiosidad por lo que el otro iba a decir, había calma. Nadie interrumpía, no había ansiedad por dar «la respuesta»… No había nada mejor que hacer en ese momento.

Era como si dos personas conversasen sabiendo que ambas están al mismo nivel. Ni ella por encima ni él por debajo. Iguales.

Y yo aluciné, otra vez.


Tres hijas tengo, la mayor tiene casi 8 años, y creo que nunca he tratado así con ellas. Cuando me dieron el carné de madre no me dijeron nada de esto, no me enseñaron a ponerme de igual a igual. Nada. Y yo navegué como pude, con mis recursos, estando yo arriba y ellas abajo. Porque ¿eso es lo normal, no?.

Pues eso no lo quiero más.

Aclaración: tampoco considero que lo estoy haciendo tan mal, pero es que lo de los vecinos a mi me parece mucho mejor… Más respetuoso, más humano, más sano, más calmado, más normal…

Pero, como decía, ese día algo hizo click. Y ese click ha vuelto con el confinamiento.


Pasar tanto tiempo con tus hijos tiene premio.

En un mes de «encierro» he pasado de estar motivada, a estar más o menos calmada para luego perder los nervios, luchar contra la realidad y tocar fondo. Y ahí es cuando he podido observar y replantearme mi relación con mis fierecillas.

Cuando la convivencia se torna tan extrema, o el ambiente general está equilibrado o se convierte en una pesadilla. Ya sea entre familias, parejas o compañeros de piso.

Pero ¿qué equilibrio puede conseguirse habiendo una jerarquía impuesta? Una jerarquía leve, familiar y socialmente aceptable, pero jerarquía al fin y al cabo. Los subyugados se cansan de obedecer y los que mandan acaban exhaustos de controlar y perseguir.

Y es así, pensando sobre cómo podemos encontrar cada uno su lugar en el hogar de una manera sana, respetuosa y natural, cuando comencé a interrogar qué valores son para mi fundamentales transmitir, qué les va a resultar más postivo para su desarrollo, cómo puedo ser yo un modelo de respeto, amor, coherencia, honestidad, cariño…

Y no tener que perseguir, y no tener que castigar, y no tener que controlar… Que es agotador e insano para madres, padres e hijos.

Sí, ahora estoy empezando a entender qué es «educar», qué es «ser educador» y qué papel tan fundamental juega esto de «la educación» en lo de ser padres «responsables» de unos retoños.

Sí, ahora entiendo que es un proceso a muy largo plazo que hay que regar con dosis inacabables de paciencia. Un proceso en el que hay que guiarse por la brújula de esos valores y cualidades que te gustaría ver en tu hijo cuando tenga 25 años. Y no, los resultados no se van a ver en un mes como en las dietas.

Y todo esto ha sido en parte posible a parar y convivir y experimentar esta situación de confinamiento. Sin duda.


Disciplina Positiva

Por supuesto he pedido ayuda, y por supuesto me he puesto a leer y estudiar más del tema. Y también he empezado a revisar mis recursos, a explorar nuevas herramientas, a escuchar otras formas de hacer las cosas…

Y sé que no va a ser fácil, no lo está siendo ni desde el día uno. De hecho es mucho más costoso que andar en automático.

Habrá retos, pruebas, habrá caídas, tocadas de fondo, vueltas a lo antiguo… Lo de siempre ¿verdad?. Pero tengo esa imagen en mi cabeza, ese objetivo. Aquella conversación entre madre e hijo, entre iguales.

Ese es mi objetivo

La mayor por lo pronto ya me está diciendo que por qué ahora hago tantas preguntas y no «mando» como antes. Creo que esa es buena señal.


Ser padres es una gran responsabilidad, pero yo no era realmente consciente de hasta donde llegaba «esa responsabilidad».

Querer ser especialista en un área implica reconocer ser ignorantes en otras. Puedo ser especialista en hacer manualidades con niños, en contar chistes malos, en entretenerlas bailando o en enseñarles a peinarse solas. Puedo ser especialista en saber de uno u otro tema, pero no soy especialista en educación. Es por ello que me interrogo, examino, consulto y compruebo con la experiencia otras maneras de hacer las cosas.

Para madres y padres imperfectos como yo, mi recomendación es Disciplina Positiva.

Y ya si eso, otro día os hablo más sobre el tema. Mientras tanto podéis apuntaros a cualquier charla o taller del Centro IDEAT.

Cuidarse.

Photo by Alicia Petresc on Unsplash

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