Benjamina, la más querida
Amanecía en la sierra, era hora de ponerse en marcha. Aunque los días cada vez eran más largos, no había tiempo que perder.
Sarisa vio que otras ya estaban preparando las cosas para ir a buscar raíces, plantas y frutos. Los más pequeños iban a acompañarlas. Les quedaba poco tiempo allí.
Pocos días antes habían encontrado un animal malherido en una de las cuevas, había sido un auténtico festín para todo el grupo. Y a no ser que apareciesen más animales así, medio despeñados en pequeñas simas del interior de aquellas montañas, tendrían que seguir moviéndose a otros lugares.
Atapuerca era un lugar de paso. Las montañas y valles servían de refugio y les daban sustento, pero ellos, como todas las especies, debían seguir moviéndose para poder sobrevivir.
Sarisa miró a Benjamina, le costaba mucho despertarse. Acarició su cara deforme y acercó su nariz a la suya en modo cariñoso.
Benjamina abrió los ojos e hizo esa mueca característica que indicaba que se alegraba de ver a su madre. Era diferente en muchos aspectos, no solamente tenía una cara rara, sus expresiones no eran comunes y había tenido que aprender a interpretarlas.
Además la niña no podía moverse bien, no conseguía aprender ciertas habilidades como el resto de niños de la tribu y, claramente, suponía un lastre para todos a la hora de recolectar y de moverse de lado a lado.
Sin embargo, Benjamina pertenecía a esa familia, era un miembro más, y algo inexplicable se iluminaba en el interior de Sarisa cada vez que pensaba en ella. Esto le generaba tal sensación de ternura, compasión y amor que hacía que cada sobreesfuerzo que hiciese por la niña, tuviese de por sí todo el sentido del mundo.
El grupo estaba listo, esperaban con cierta impaciencia a Sarisa y a Benjamina. La madre se acomodó a su hija a la espalda y se unió al resto para iniciar la expedición.
530.000 años después, el equipo de excavación responsable de Sima de los Huesos, en Atapuerca, encontró restos de un pequeño cráneo. Había algo en él que le hacía diferente a los demás.
Tras ser estudiado en profundidad, la profesora Ana Gracia confirmó la hipótesis de que este antepasado había padecido craneosinostosis, una rara enfermedad que hace que los huesos del cráneo se sellen antes de que el cerebro se haya desarrollado por completo. La consecuencia son severas deformaciones y retraso psicomotor, entre otras, lo que supone que el bebé necesita cuidados especiales constantes para poder sobrevivir.
Aquel día el amor viajó más de medio millón de años en forma de restos humanos. Una de las características que nos hace diferentes, que nos convierte en extraordinarios, es la capacidad de cuidar los unos de los otros, de aceptarnos tal y como somos y de ser capaces de integrar a todos los miembros de nuestra tribu en nuestro día a día.
Enfrentándose a las teorías de evolución humana originales, que hablaban de competencia y de la ley del más fuerte, aparecen muestras de ternura, compasión y amor entre miembros de una misma tribu.
Aquella tribu que fue incapaz de abandonar a una bebé claramente diferente que no podía crecer al ritmo del resto, ni aportar lo mismo. Quizá Benjamina no vino al mundo para recolectar más frutos y tener descendencia. Quizá vino para ayudarnos a evolucionar en sentimientos más profundos.
Sea como fuere, Benjamina, “la más querida”, es un recuerdo vivo de una de las facetas de nuestra naturaleza más especial y única, pues ninguna otra especie es capaz de amar, cuidar y atender las necesidades de otros tal y como lo hacemos los humanos.
Esa capacidad que de por sí ya da sentido a nuestra vida y que ha permanecido intacta junto a otras más competitivas y con fines más puramente evolucionistas.
Y cuando acabamos el día hoy, en el 2022, después de haber sido bombardeados por millones de impactos publicitarios, después de haber cumplido con nuestras obligaciones, haber consumido lo propio y haber generado deshecho…
… Lo único que nos completa, lo que nos hace sentir llenos y lo que da verdadero sentido a nuestra vida, es haber sido capaces de dar amor a otros y de recibirlo. Justo lo que Benjamina vino a recordarnos a través de sus restos.
Inspirado en el capítulo «Atapuerca. La montaña mágina» de Memorias de un tambor
https://memoriasdeuntambor.
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La imagen que ilustra el artículo no tiene nada que ver con Benjamina, pero me ha gustado mucho y me transmitía esa profundidad y ternura que Sarisa, nombre ficticio obviamente, podría tener con su hija.
Yo te busco, no te preocupes
Únete a la newsletter y recibe en tu bandeja de entrada todas las nuevas historietas que mando a los suscriptoresAnita Balle
Publicista y Autora de este Blog
La parte cotilla de todo esto
Publicista, estudiante de Psicología y Morfopsicología. Aprendiz de coaches y otros mentores. Madre de familia y pareja de ingeniero. Actualmente viviendo en Hamburgo.