El hecho de tener tres hijas, además de dar tanto sorpresas y alegrías como quebraderos de cabeza y preocupación, me brinda la posibilidad de gestionar tres personalidades diferentes cada día de una manera intensiva, como los cursos de verano. Y como bien dice el dicho: «nuestros hijos son nuestros maestros», estas tres personalidades se plantan ante mí cada día, retadoras, exigentes, impacientes e incansables.
Si veo más allá de lo que hay ante mis ojos, y si veo más allá de lo que hay en mi mente aislada, puedo llegar a atar cabos e incluso darme cuenta de que mis hijas pueden representar facetas de mí misma que rechazo, o que tengo dormidas o que incluso admiro profundamente y tengo, pero no puedo verlas ni por asomo.
También pienso, que para tener esta situación en tu vida, no es necesario ser madre. Puedes tener tres compañeros de trabajo, o tres amigas cercanas o compañeros de piso que te sirvan del mismo modo como espejo. Pero en mi caso, mi análisis es con ellas.
Ahora mismo nos encontramos en la recta final de las vacaciones de verano, además estamos en la culminación de lo que será nuestro primer año escolar completo fuera de España, y el ambiente se siente nervioso y alterado. Y viendo esto, el cuerpo me pide reflexión.
Reflexión porque ha sido el primer año en el que he estado tan presente para mis hijas, tan atenta a ellas y a sus necesidades. A qué herramientas tenía cada una para salir adelante en esta situación, a cómo afrontaban los retos, a cuando debía ayudarles y a cuando no… Y esto ha sido agotador.
Reflexión porque he visto en ellas y en mí cómo la rabia era más intensa, la frustración más inaguantable, la inquietud más desesperante. Y a su vez los momentos más simples eran más tiernos, las cosas más sencillas parecían ser las más importantes, y las tareas rutinarias podían ser llevadas como un trabajo en equipo satisfactorio para casi todos. Y esto ha sido retador y transformador.
Y reflexión porque, a pesar de toda esta dedicación, o gracias a ella, también he podido dedicarme tiempo a mí misma y reordenar mis prioridades en este momento. Y esto ha sido muy de agradecer.
Consejos para ellas, consejos para mí
En este final de vacaciones, cuando los nervios están a flor de piel y a falta de dos días para comenzar el colegio, en mi casa hay todo menos tranquilidad. Todo se intensifica y la furia, desesperación y aburrimiento anda a sus anchas saltando de una en una sin patrón aparente.
Suerte que hemos recargado pilas el mes de agosto, si no, no sé qué hubiese sido de nosotras.
Desde que llegamos de vacaciones, hace apenas cuatro días, cada día que pasa aparece una nueva situación, preludio de lo que puede ser este año -escolar-, como las famosas cabañuelas. O reaparece una vivencia ya pasada dispuesta a ser gestionada de otra manera. Y en estos cuatro días he dado a mis hijas estos consejos que, a su vez, me daba a mí misma:
- Armarse de paciencia, saber respirar, contar hasta 10, 20 o 100, ir a descargar la rabia a otra habitación. Los mismos consejos que les doy a ellas para que aprendan a gestionar su rabia me los doy a mí misma para aprender a gestionar la mía.
- Ser comprensiva, empática, ponerse en el lugar de los demás y no dar la opinión si no te la piden. Los mismos consejos que les doy a ellas para aprender a gestionar a los demás, son los que me doy a mí misma para aprender a gestionarles a ellas.
- Hablar con cariño, decir las palabras mágicas, y pensar siempre lo mejor de los demás. Los mismos consejos que les doy a ellas para que no tengan una reacción insensible y puedan vivir desde el corazón, sin nubes negras de negatividad, son los que me doy a mí misma cuando no estoy en mi mejor momento y ellas me avasallan.
Todas y cada una de las cosas que ocurren en mi núcleo familiar, puedo aplicármelas a mí misma. Eso me demuestra cada día la humildad de no creerme por encima de nadie, ni si quiera por encima de ellas. Ni en este momento más irascible ni en ninguno.
Ellas son mis maestras de metro de altura. Las que me retan cada día. Las que me sacan de mis casillas para luego matarme a besos y hacerme reír con sus payasadas.
Mi papel de madre es cuidar, proteger y enseñar valores humanos a estas tres enanas. Es darles cariño y hacer porque crezcan bien, sanas mentalmente, físicamente y emocionalmente. Nada más. Nada menos.
Me queda mucho por vivir con ellas y a través de ellas. Y nunca lo haré bien, siempre fallaré, gritaré, daré malos consejos, ignoraré, daré demasiada importancia, compararé… Pero lo haré desde el mejor de mis lados y con la mejor de las intenciones.
Mientras tanto seguiré atenta, seguiré aprendiendo de mis errores, seguiré llorando cuando se me vaya de las manos, y seguiré riendo y siendo la más estridente de las cuatro.
Mientras tanto seguiré conociéndome a mí a través de ellas. A través del perfeccionismo exacerbado y de la frustración elevada a la máxima potencia cuando las cosas no salen como quiero. A través de la espontaneidad emocional más intensa, de la carcajada estridente, de la ansiedad por lo nuevo que viene, del nerviosismo, de la rabia y la furia propias de un Titán capaces de asustar a cualquiera. A través de la delicadeza, la feminidad y la belleza, de la dulzura y, también, de la indiferencia, la excentricidad, la soledad y la autosuficiencia.
Observo lo que me altera, observo lo que me alegra, lo que me pone triste, lo que me enorgullece. Observo lo que me gusta y lo que rechazo. Y observándolo en ellas, me observo a mí.