Cuando la vida te atrapa, te encierra, te enjaula, te ahoga, el ser humano puede optar por dos vías principalmente: someterse o patalear para sacar la cabeza a la superficie de la manera más airosa posible.
Cuando la vida te ahoga no es algo que notes de un día para otro, es como una ola que ves venir. Al principio crees que no te va a mojar el pelo, luego te das cuenta de que sí y empiezas a plantearte si te apetece salirte o zambullirte en ella.
Mientras que decides eso se ha acercado bastante y ya ves claramente que te va a dar un revolcón de tres pares de narices… Y entonces es cuando te das cuenta de que o te sometes y te dejas llevar. O planificas cómo atravesarla de la mejor manera posible, esto es sin perder el bikini en el intento y sin acabar con la boca llena de arena.
Es un símil, claro, el de la ola. Pero es algo que pasa alguna vez en la vida ¿no crees?. Una sensación de que tu vida se va a la mierda, a veces no tanto, a veces sí tanto. Pero como que pierdes el control totalmente.
Puede que tú hayas atravesado más de una ola de esas y no te hayas dado cuenta. Quizá te has contado que es algo normal, que a todo el mundo le pasa. Quizá simplemente no le has dado mucha importancia, desmereciendo quizá todo lo que aprendiste de ella. Puede que con alguna ola te sometieras y puede que con otra planificases la salida exitosa. Sin darle más bombo, sin pensar más allá.
Puede que te hayas enfrentado a varias de ellas y hayas salido totalmente envalentonado/a. ¡Claro que si!
El caso es que después de esa ola puedes salir renovado/a, fortalecido/a, experimentado/a, crecido/a -en el sentido de madurez-.
La vida a veces es un maremoto, un tsunami, una auténtica ciclogénesis explosiva. Igual que otras es paz, caribe, cocoteros y música jamaicana.
Alejarme, mi opción
Alejarme de lo conocido ha sido mi salida airosa de una gran ola que empecé a ver venir hace más de seis años y que me ha pegado un buen viaje. Cambiar mi status quo es lo que necesito para ganar perspectiva, colocarme el bikini en su sitio, peinarme el pelo, escupir el cangrejo, y quitarme las alguitas de las bragas.
Todavía estoy arreglándome, esa ola me ha trastocado más de lo que yo esperaba. Y es que está la espumita a mi alrededor aún. Quizá incluso empiece a notar esa resaca que te tira para adentro y me toque patalear o nadar un poco más, mientras pongo cara de tranquila para que los míos no se preocupen demasiado. Ya veremos. «Cruzaremos el puente cuando lleguemos» dice Edu.
A veces creo que esta ola está durando demasiado, otras veces siento que esto no ha hecho más que empezar. ¿Cómo saberlo con seguridad? ¿Cuántas olas gordas han venido tras dos o tres medianas?
No hay nada malo en alejarse, me digo muchos días. No hay nada malo en aislarte, no hay nada malo en permanecer en soledad. En volver a cuestionar cuáles son los pilares de tu vida, en volver a encontrar cuál es tu gasolina. En chequear cómo están los motores, en revisar si los frenos funcionan. No hay nada de malo.
Cuando creces con un patrón mental que asocia el alejamiento a la rendición, que asocia la soledad con ser antisocial, que asocia el expresarte enrevesadamente como una debilidad sin sentido y una sensibilidad castrante… Os aseguro que es complicado atravesar olas.
Las olas limpian
La pérdida de control, el miedo a lo desconocido, la incapacidad de defender tu individualidad, el miedo al rechazo, al no pertenecer, el no soltar patrones mentales obsoletos por miedo a perder la tierra que sujeta tus pies… Esos son los objetivos de las olas. Eso es lo que quieren mandar a la mierda realmente. No a ti, a ti te quieren limpiar.
¡Qué gran función la de las olas ¿verdad?!
Photo by Liz Sanchez-Vegas on Unsplash
Autocuidarse pasa por limpiar váteres, barro del suelo y salpicaduras
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